Eran tiempos en que San Juan mostraba su perfil agrícola, especialmente con la vitivinicultura, pero donde también asomaba la explotación minera. A su vez, desde la formación intelectual aquellos sanjuaninos destacaban por sus ganas de aprender, aunque la vida cultural solo puede calificarse de discreta. Así, cuando se produce la Revolución de 1810, existían en San Juan, además de los colegios de los conventos, la escuela "del Rey", primaria, el aula de Latinidad y un establecimiento de enseñanzas particular atendido por el Pbro. Manuel Torres.
A su vez, el marco político de la época nos lleva a recordar que desde el descubrimiento de Chile, en 1548, por Pedro de Valdivia, hasta 1810, la región dependió de dos organismos jurídico-administrativos: la Gobernación de Chile y éste a su vez del Virreinato del Perú, y posteriormente el Virreinato del Río de la Plata, a partir del 1º de agosto de 1776 y hasta los sucesos de mayo en Buenos Aires,
Así, el momento histórico de 1810, comenzó de la Época Patria, encuentra a Cuyo integrado por tres comandancias de armas e igual numero de subdelegaciones de Real Hacienda dependientes de la Gobernación-Intendencia de Córdoba, siendo las tres circunscripciones locales San Juan, Mendoza y San Luis. Pero en 1810, jurídicamente hablando, desaparece Cuyo como entidad política, y entonces San Juan tenía doscientos cuarenta y ocho años de vida (1562-1810), contaba con ocho cuarteles urbanos y once del arrabal y campaña. Sin embargo, sobre la cantidad de habitantes en 1810, no hay coincidencia en todos los historiadores. Horacio Videla advierte en su Tomo I que "se carecen por completo de antecedentes serios", y al basarse en un trabajo del escritor mendocino Raffo de la Reta, otorga a Cuyo una cifra de 40 mil habitantes, y a San Juan 12 mil. De ahí deduce que "a San Juan podría atribuirse al despuntar el siglo XIX, y al mismo ritmo de crecimiento vegetativo, 14 mil almas, y en 1810, aproximadamente 17 mil".
Educación
Varones si, mujeres, no. En Educación, hay que recordar que funcionaba la "Escuela del Rey", frente a la actual plaza "25 de Mayo", en la cuadra de la Catedral. En las aulas se aceptaban exclusivamente varones, pero también se sabe que las niñas recibían formación cultural mediante una instrucción informal en casas de familia a través de amigas, consideradas "matronas o beatas".
Jóvenes estudiantes, futuros patriotas. Córdoba como Chile, estuvieron siempre presentes en la influencia educativa, tanto que muchas de las familias mas notables, mandaban sus hijos a la Universidad de Córdoba y a la de Santiago de Chile. Varios de ellos serían poco después brillantes dirigentes en el gobierno, en la justicia, en la carrera sacerdotal y en la de las armas. Para dar solo unos ejemplos, citemos a fray Justo Santa María de Oro, Ignacio de la Roza, Salvador María del Carril y Francisco Narciso de Laprida. De Oro se recibió de doctor en Teología en la Universidad de San Felipe (Chile) y se graduó también en maestro en Artes. De la Roza estudió leyes en la misma Universidad de San Felipe. También Laprida, se doctoró en jurisprudencia en el vecino país trasandino, tras cursar el bachillerato en el Colegio San Carlos de Buenos.
Un día de escuela: En su "Historia de San Juan", Carmen Peñalosa de Varese, y Héctor D. Arias, recrean con lujo de detalles lo que podríamos considerar una jornada escolar en la vida de los niños sanjuaninos en mayo de 1810:
"Cuando asomaba el sol se dirigían los niños a la escuela; se iniciaba la tarea a un campanillazo del instructor general que invitaba a arrodillarse y rezar la oración del día; otro campanillazo para que se pusiesen de pie al lado del asiento y a la tercera voz de mando debían sentarse delante de la supuesta pizarra. Los muchachos deletreaban a gritos, todos a un tiempo. Desde la puerta de la escuela se escuchaba: te, i, ti, u otra voz de tiple que chillaba ve, a, ene, van, etc.
Para iniciarse en la lectura empleaban las cartillas que era un silabario engorroso y monótono a base de deletreo. Si los niños lograban vencer las dificultades de ese método pasaban a un primer libro de lectura: el Catón, lleno de oraciones, ejemplos de buen vivir, anécdotas.
A la escritura se le concedía especial atención ‘porque a las plazas de pendolistas o secretarios, solo se podía aspirar mediante los bien perfilados rasgos de una hermosa letra’.
Por sus faltas se los humillaba con bonetes, orejas de burro, y por cualquier omisión o indisciplina se les propinaba castigos corporales. La palmeta y el chicote fueron los auxiliares inmediatos
Población
Los blancos eran minoritarios frente a los otros que componían la sociedad. Pero desde el punto de vista social, cultural, económico y político, los españoles y criollos y algunos extranjeros tenían absoluto predominio en el medio. El orden de jerarquía en la sociedad colonial hasta 1810 era el siguiente:
1ra Clase: Españoles de nacimiento y establecidos en América,
2da: Criollos (hijos de españoles nacidos en América o los descendientes de éstos),
3ra: Mestizos (descendiente de india y español o viceversa),
4ta: Los indios (naturales de las distintas naciones de América), aunque fueron siempre amparados por las leyes que los monarcas españoles dieron para ellos . Eran considerados como vasallos de la corona y estaba prohibido reducirlos a la esclavitud.
Patriarcas: El estilo de vida sanjuanino era "patriarcal", es decir, según el modo de la organización social primitiva, en el que " la autoridad se ejercía por un varón jefe de cada familia.
Las familias eran generalmente numerosas siendo común aquellas con hasta 20 hijos.
Noviazgos: A ningún joven se le permitía visitar una casa de familia sin haber explicado con antelación el motivo que lo llevaba. Existía el firme hábito de evitar que un caballero entablara una conversación con una joven a solas. Para ello, en los salones se ubicaba siempre al varón "en extremo opuesto al asiento de ella", y era la única manera de que "el joven se valía para significar a su amada el secreto de su corazón para preguntar si era aceptada o no, y para obtener la respuesta."
Fiestas, toros y riñas de gallo. El calendario, desde los tiempos de los de los jesuitas, se nutría de celebraciones y servicios religiosos. "Era una época de de profunda fe y práctica religiosa y en un lugar con una vida más rural que urbana, no es difícil imaginar que dichas celebraciones fueron muy importantes a la hora de nuclear y por qué no entretener a la comunidad sanjuanina."
Alimentación. Si hablamos del menú de los sanjuaninos, la carne constituía la base de la alimentación de pobres y ricos durante todo el año, pero al llegar el verano se comían más frutas y legumbres, según Mariluz Urquijo. Por su parte, Videla, escribe que el almuerzo se servía al medio día, la comida a la 7 de la tarde en invierno y a las 8 en verano. "El variado ‘cocido’, originario de la península, fue el hervido o puchero con carne y verdura, y el empanadón churrigueresco y el guiso se redujeron a uno cuantos platos regionales: la empanada, las humitas en chala o en fuente, los locros de trigo y choclo, la mazamorra de maíz, el charquicán y el asado." Como postres se ofrecían uvas, brevas, melones, sandias, naranjas, duraznos, cerezas, nísperos y tunas, repostería y los dulces (bizcochuelo, tabletas, merengues, alfeñiques y los dulces de membrillo, limón sutil, alcayota, durazno, sandía, toronja y naranja). En bebidas contaban con la chicha y los refrescos, el blanquillo y el aguardiente de San Juan o el vino tinto de Mendoza.
El mate. La tradicional bebida del Río de la Plata ya era una de las sanas costumbres sanjuaninas. El mate dulce en recipiente de plata se tomaba en tiempos coloniales "en medio de un estricto y elegante ritual", cuenta también María Julia Gnecco. Generalmente los mates eran labrados, con asas o platos para no quemarse o ensuciarse, dado que se servía bien caliente, y acompañado con un paño bordado.
La Capital
Los historiadores coinciden en que a comienzos del siglo patrio, 1800, San Juan era una ciudad de pocas cuadras, calles y veredas estrechas, sin árboles y sin acequias externas, de caserones de adobe, con grandes quintas y huertos dentro del área urbana, rodeado de tapias bajas, y atravesados por las acequias que servían para riego y para llevar agua a las casas.
Las viviendas hasta muy avanzado el siglo XVIII eran ranchos de adobe o quincha, o sea paredes de caña y barro, con techos de palos atados con tientos y torta de barro.
Pero luego fueron apareciendo los grandes caserones de las familias más notables. Estaban "inspirados en la planta de la casa romana con dos patios y un huerto" y la amplia y claveteada puerta de algarrobo daba acceso a un zaguán. Estas ya tenían mobiliario traído de Europa o a veces de un país americano introducidos por el Río de la Plata o por Chile.

