Su telar, ese de cuatro perchadas, la convierte a Olga Saavedra, la transforma. Es como si el trabajo en esta estructura de madera, la hiciera adentrarse en sí misma para reencontrarse con sus fibras íntimas para ir tejiendo con ellas su propia historia. Al menos así lo experimenta esta mujer que no imagina un día de su vida, sin su telar ni sin su vocación docente vigente.

Ella sabe que en todo ese proceso -el que vive a diario cada vez que sus manos se ponen en movimiento- tiene un cómplice, más allá de su pasión y su frecuente necesidad de anudar con lanas. Y es el paisaje. No es para menos. Vive en el corazón de las Sierras Azules, en Zonda, dónde los colores y la naturaleza se ponen a disposición de sus creaciones, la inspiran para enlazar ruanas, ponchos y tapices.

"Hace un tiempo ya que vengo investigando sobre tintes (este fue uno de los temas por lo que obtuve una beca del Fondo Nacional de las Artes en 2002, también gané otra para hacer el rescate de las técnicas de tejido local en el 2005) y en Zonda tengo todo a mano: cada árbol y planta me da colores para teñir las lanas. Ahora estoy investigando como lograr, artificialmente, ese azul con mezcla de violeta que tiene este lugar”, cuenta.

Olga teje a telar desde hace más de 30 años. Empezó, y no sabe a ciencia cierta por qué habrá elegido este tipo de artesanías, con un curso de telar en bastidor en Buenos Aires. Así hizo sus primeros tapices, los que la indujeron a un por querer saber más y más sobre el tema. Entonces se propuso buscar opciones, nuevos telares y también maestros. Hizo, a su vuelta a San Juan luego de vivir muchos años con su familia en Capital Federal, telar criollo y telar de mesa con peine. Finalmente, luego de tantas pasadas con la lana, le juró fidelidad al telar de cuatro perchadas (se diferencia del resto porque en lugar de 2 pedales tiene 4, lo que hace más complejo el procedimiento) porque según su propia definición "le da infinitas posibilidades de diseños, con lo que obtiene telas que jamás son iguales que otras e inclusive tienen distintas texturas". Ella es la única que sanjuanina que se dedica a este tipo de telar.

En todo este proceso de aprendizaje, Olga también se entusiasmó con la teoría de los libros y con la investigación de campo. Entonces, accedió a las más grandes maestras que encontró en tierras sanjuaninas para que le transmitieran sus saberes como Herenia Moyano (de 25 de Mayo), otra artesana de Tudcum, doña Calixta de Jáchal y una señora de Valle Fértil. "Me instalaba en sus casas y aprendía no sólo como tejían, sino que convivía con sus entornos y sus costumbres. Fue una experiencia muy rica porque todavía hoy sueño con hacer un libro y tener más tiempo para enseñar a grandes y chicos para que este conocimiento no se pierda con el correr de los años", explica la mujer, a la que le falta poco para jubilarse como supervisora escolar. De todos modos, nobleza obliga decirlo, parte de su compromiso está cumplido: su hija y su nieta tejen tanto o mejor que ella. Además en sus épocas como profesora de actividades prácticas en la Escuela A. Terry, tuvo un grupo de alumnos sordos que siguieron sus pasos y hasta se incorporaron al Mercado Artesanal.

"A mí me llena de orgullo que en ámbitos distintos, como el de la educación, a mí me identifiquen como artesana, como tejedora porque en definitiva esa es mi esencia. Yo disfruto mucho del silencio y la concentración que requiere la actividad y me da placer cada vez que agarro mis lanas esa sensación de ir hacia dentro de mí misma y encontrarme en el proceso creativo. Creo que es un parecer semejante que compartimos todos los artesanos", se define.