Un accidente de tránsito fue el culpable del cambio de vida que tuvo Susana Sánchez cuando tenía apenas 28 años. Mordió la banquina de la ruta, volcó y sufrió aplastamiento de vértebras lo que le provocó inmovilidad en sus piernas. Había sido hasta entonces una mujer hiperquinética y estudiosa, tanto que a los 16 ya era maestra, luego siguió sociología pero rápidamente se dio cuenta que la gran vocación era ser artista y siguió artes plásticas.

El accidente llegó cuando Eliana, su hija mayor tenía apenas un año y nueve meses, y creyó que el mundo se venía abajo. Sucedió mientras viajaba a la Escuela Normal de Caucete, donde dictaba clase, y por ese entonces arreglaban el camino luego del terremoto del 77.

"Me costó un tiempo procesar todo eso, fue terrible para mi. Uno no puede moverse pero el registro de que lo podía hacer estaba siempre presente. Tenía que asimilar el uso de la silla de ruedas, que debía depender de otra persona para trasladarme. Era mucho, hasta que empecé a salir", cuenta Susana.

Si bien la carrera de artes plásticas todavía estaba inconclusa al momento del accidente porque trabajaba, llevaba una casa adelante y tenía una pequeña, su fuerte inclinación por el grabado y la pintura ya era reconocida por sus profesores universitarios. Así fue que también su obra cambió de rumbo, al grabado lo tuvo que dejar de lado porque demanda el uso de ácidos y eso era peligroso para ella y se volcó de lleno a la pintura.

Así la obra empezó a llenarse de las visiones de su nueva vida, de los obstáculos con los que se encontraba y, sobre todo, de las necesidades que el medio no cubre y las barreras culturales que limitan a una persona en silla de ruedas.

Edificios, partes de una silla de ruedas desarticuladas, miradas panorámicas, diferentes planos de una ciudad que no contempla demasiado a la gente con privaciones motrices, pero paradójicamente estos cuadros están llenos de colores vivaces.

"Los colores simbolizan un grito, no un lamento, para una ciudad que te dice acá no podes seguir, con veredas que no te dejan transitar y tenés que salir a la calle con la silla de ruedas y la gente te grita si estás loca cuando en realidad no tenés por donde ir. Te encontrás con rampas que llegan a lugares por los que no se puede ingresar", explica Susana.

Aclara que nunca fue discriminada y que no piensa que se deba hablar de gente con capacidades diferentes "porque todos tenemos capacidades, se trata de necesidades diferentes. Uno se siente como cualquier ciudadano pero hay barreras que no te permiten avanzar".

Susana venció muchos obstáculos impulsada por sus ganas de seguir viviendo lo mejor posible, así fue que a cuatro años del accidente se quedó embarazada de su segundo hijo, Jorge, ahora de 24 años.

"Eso fue maravilloso realmente, nada fácil, pero pude hacerlo. Fue un otro motivo para vivir", relata.

Una de las características de esta muestra es que al Tornambé llegan muchos estudiantes de primaria y secundaria quienes analizan las obras expuestas. De hecho un grupo de alumnos del Central Universitario invitaron a Susana a participar de las concusiones de su obra teniendo en cuenta que apunta a la integración.

"Esto es muy importante porque son los que pueden incorporar estas necesidades y crecer reconociendo lo que hace falta cambiar", dice la pintora.

Actualmente lleva 28 años en silla de ruedas, está abocada de lleno al arte, incluso da talleres para adultos, y eso sin duda, es lo que le ha permitido tener otra mirada de su vida que ahora cuenta a través de sus pinturas.