Se sienten bendecidos. Y no es para menos. El papa Francisco acaba de nombrar Santo al tío Vincenzo, primo hermano del bisabuelo Ernesto. Y ellos, Susana, Roberto, Ricardo y Eduardo, entre otros integrantes de la familia Grossi, tuvieron la posibilidad de presenciar esta ceremonia de fe en la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, uno de los momentos más emotivos en sus vidas, especialmente en estas fechas en que se acercan las celebraciones de Navidad y en estos últimos días en donde quien es canonizado es considerado un modelo -por la forma de vida que llevó- para la Iglesia.
Cuentan que desde chicos se hablaba en la casa de estos dos primos italianos -uno de ellos era Vincenzo, el otro su hermano mayor José- que eran curas. Y que inclusive, recuerdan, que algún pariente hacía alarde al menor por su don para generar hechos milagrosos. Quizás por eso, Eduardo confiesa, muchos años más tarde y con una cuota de humor sano, que le pedía que lo ayudara antes de cada examen. No sabe si alguna vez pudo hacer semejante proeza, pero al fin y al cabo las pruebas están a la vista y superan sus expectativas de cuando él era estudiante. De hecho, el último de los milagros, el que pasó por todas las instancias para convertirlo en Santo, fue el de una joven italiana, de no más de 30 años, con una complicada enfermedad en la sangre -más precisamente un cuadro de anemia con eritropoyetina de tipo 2- que necesitaba un urgente transplante de médula ósea, el que lamentablemente no podía realizarse porque ninguno de sus familiares o los posibles donantes era compatible. Por intersección de una religiosa de la congregación, la chica empezó a rezarle a Vincenzo. Nadie encontró explicaciones médicas ni científicas ni lógicas a la curación total de esta persona que jamás pasó por el quirófano. Este no fue el único milagro que se le atribuye, pero sí el que le validó la decisión de los estamentos del Vaticano.
‘Hay otro milagro de una monja. Inclusive uno en Argentina. Ya era beato cuando un matrimonio que no podía tener un bebé, encontró en el campo, un cencerro que tenía la inscripción Grossi. Casualmente alguien que conocía los prodigios del cura les dijo que le pidieran el milagro de quedar embarazados. Al cabo de un tiempo fueron padres. Yo por las dudas le conté la historia familiar a un viajante del negocio que está en la misma situación. El es judío, y créase o no, le di una estampita y ahora esperan un hijo’, dice con orgullo, Eduardo Grossi.
Un protector de las jóvenes y la salud
Vincenzo o Vicente, tal como se lo conocería en esta parte de la tierra, nació en la pequeña localidad de Pizzighettone, en la provincia de Cremona, al norte de Italia, en 1845. Fue el penúltimo de diez hijos del matrimonio de Baltasar Grossi y Magdalena Capellini. Cuentan que Vincenzo fue bautizado el mismo día de su nacimiento y que desde pequeño demostró su vocación religiosa. Sin embargo, tuvo que esperar hasta los 19 años antes de entrar al Seminario. Es que como uno de sus hermanos ya estudiaba para cura, su familia no podía costear los estudios a los dos, según cuentan los relatos de la época. Entonces mientras se formaba bajo la guía del párroco del pueblo, ayudaba a su padre con el trabajo en el molino.
Se ordenó sacerdote en 1869. Pasó por varias parroquias, especialmente en algunas que tenían muchas dificultades sociales y religiosas pero en cada una demostró su capacidad para el trabajo pastoral y para la educación, era un gran defensor de la familia y de los valores que en éste ámbito se fundan.
Sus familiares sanjuaninos inclusive destacan que fue un gran catequista y un gran predicador. Inclusive dicen que hay una biografía en su honor bajo el título de ‘Zapatos rotos”, haciendo alusión a su costumbre de quedarse descalzo para ofrecer su calzado cada vez que se encontraba con alguien desprovisto de ellos. Fue contemporáneo de Dos Bosco y a él se le debe la obra de organizar en las parroquias un grupo de jóvenes católicas que ayudaran a los párrocos en el trabajo de asistencia moral, religiosa y social entre la juventud femenina. Así nació su proyecto del Instituto de las Hijas del Oratorio, que en un primer momento surgió en su pueblo (Pizzighettone) en 1885. Con los años, la idea fue replicándose en otras ciudades, como Maleo, Guastella y Lodi (que llegó a convertirse en la Casa Madre, donde actualmente descansan sus restos y algunas de sus reliquias). Inclusive el proyecto trascendió tiempos y fronteras: hoy por hoy, hay 80 casas en distintos puntos del planeta -hasta en Ecuador y una en Caseros, provincia de Buenos Aires- y medio millón de religiosas trabajando allí.
Murió por una peritonitis fulminante el 7 de noviembre de 1917.
Con el antecedente de un milagro concedido a una religiosa en Lodi, el proceso para llegar a ser Santo comenzó en 1945. En 1954, Pío XII lo designó como Siervo de Dios. Luego, lo beatificó Pablo VI en 1975. Fue canonizado el 18 de octubre pasado por el Papa Francisco, en una ceremonia en la que el matrimonio de Luis Martín y María Celia Guerin, padres de Santa Teresa de Lisieux y la Madre María de la Purísima Concepción (María Isabel Salvat Romero) también fueron aclamados Santos.
‘Viajar a la canonización fue un momento especial para la familia. Nos reencontramos con nuestras raíces y con parte de la familia que vive en Italia, incluso con otros que viven en Buenos Aires. A algunos no los habíamos ni sentido nombrar. Fue emocionante y un momento bendito. Lo sentimos nuestro Santo”, cuentan Ricardo y Eduardo, dos de los cuatro hermanos que tan impactados quedaron tras su paso por la obra del Santo que quieren replicarla en San Juan. No saben todavía cómo. Todavía ni siquiera han tenido contacto con el Arzobispado. Pero sueñan despiertos: quisieran ayudar en la filial de la fundación Hijas del Oratorio que funciona en Caseros (provincia de Buenos Aires) que da de comer diariamente a 1500 niños, quizás abrir una filial local o empezar por entronizar la imagen en alguna parroquia departamental. Por ahora ya empezaron a repartir las miles de estampitas que hicieron para que los sanjuaninos pudieran venerar a Vicenzo, un hombre bueno que hace milagros vinculados a la salud.
La sagrada familia
Baltazar Grossi, el padre de Vincenzo, es hijo de Luigi Grossi. Al igual que Giovane, que tuvo 4 hijos, entre ellos Ernesto, del que se desprende la rama familiar de la que nació Guido (tuvo 3 hermanos más), un aventurero que dejó su Italia natal a fines del siglo XIX y vino a probar suerte a América. Recaló en varios puertos hasta que entre 1885 y 1887 llegó al de Buenos Aires.
Se instaló en Bolívar y empezó a ganarse la vida como orfebre. En 1897 abrió en esa ciudad el primer local del rubro joyero, en el que vendía objetos de orfebrería criolla. Además del local tuvo 3 talleres donde realizaba las artesanías. En 1905 se caso con Agustina Laporte, con quienes conformaron una familia junto a Héctor, Nélida, Ernesto, Roberto, Elsa y Eva. Cuando murió Guido fue la esposa quien se hizo cargo del negocio que daba de comer a todos los integrantes de la familia. Claro que con el paso del tiempo hubo que buscar expandirse para tener mas oportunidades y aprovechar mejor las ventas. Les surgieron dos propuestas: comprar una joyería disponible en Misiones o en San Juan. El destino quiso que primero vinieran a ver la de la provincia, les gustó y Ernesto y Roberto Grossi fueron los que se separaron del resto y se vinieron a San Juan, en 1935. Aquí compraron la vieja joyería Hass.
Ernesto se casó pero regresó a Buenos Aires. Roberto se casó con Gioconda Ana Josefa Colombo, en 1941, y aquí se quedó para siempre con sus cuatro hijos: Susana (profesora de matemática y física, cuya hija, Gabriela Medawar Grossi, fue la primera que tomó contacto con la familia italiana), Roberto (médico oculista), Ricardo Grossi (Juez de Faltas) y Eduardo Grossi, que es quien sigue los pasos de su padres, en el negocio de la joyería. Justamente todos ellos junto a sus familias se reencontraron con parte de su historia, en octubre pasado, cuando viajaron a la canonización del pariente Santo.

