Quién más, quién menos sabe o supone lo que le pasó a Camila, la nena de 8 años que fue salvajemente golpeada por el entorno familiar con el que convivía y terminó internada en coma por un largo tiempo. Aquel 25 de octubre cuando ingresó a la Terapia Intensiva, nadie se animaba a aventurar médicamente si podría vivir o no. Sin embargo, hubo quienes, más allá de sus conocimientos, tomaron a la chiquita como si fuera propia y le ayudaron a pelear esta batalla a la vida sin perder las esperanzas de que podría salir adelante. Evidentemente no se equivocaron. La nena ya está en su casa, pasó el peor momento, tuvo avances significativos y si bien le queda mucho camino por recorrer para lograr su recuperación, todo demuestra que es un símbolo del año que está por terminar.
Justamente la otra cara de la moneda de este caso conmovedor pasa por quienes tuvieron en sus manos, literalmente hablando, la vida de la nena. Un equipo de al menos seis pediatras -algunas son mamás, otras no-, varios especialistas e inclusive un grupo de enfermeros que de día y de noche le entregaron todo. "Es normal en cualquier centro médico que cuando uno termina su guardia y se va a la casa, se olvide de los pacientes. Pero con Cami era imposible. Nos pasó a todos. Más de una noche o el día de franco, no nos podíamos dormir pensando en su tratamiento, en cómo reaccionaría ante tal o cual estímulo", dice con una sonrisa plena, quien lleva la voz cantante del equipo, la doctora Patricia Delgado, jefa del Servicio de Pediatría del Cimyn.
Las médicas, especialmente quienes no dejaron jamás de tener contacto con la chiquita -ni siquiera ahora que se fue de alta y está con su papá biológico que a cada rato les envía mensajes de texto contándoles lo que le va pasando- reconocen que se encariñaron ni bien la conocieron. Que sintieron impotencia al enterarse que el papá, Javier, los abuelos y los tíos se enteraron cinco días después de la internación de la nena (la madre no les había dicho nada) y a partir de entonces no se despegaron de su lado. Que se emocionaron y siguen impactadas por su primer sonrisa -luego de un coma profundo- al ver por primera vez a su bisabuela de 78 años. Que desconfiaban de lo que su mamá le susurraba al oído a la pequeña por cómo se empeoraban los signos vitales de la chiquita. Que cuando esto pasaba no dejaban de estar a su lado para repetirle un "tranquila Camila, acá estamos las doctoras para cuidarte". Que son concientes que se excedieron en sus muestras de afecto y sobreprotección, más allá de lo que indican los libros de medicina, la ética profesional, los avances científicos, los sueldos, la cobertura de las obras sociales y decenas de cuestiones que hacen a la vida de un especialista en temas de salud. Que disfrutaron de cada beso y cada "te amo" que la nena pudo devolverles a modo de agradecimiento ni bien estuvo mejor.
Es que los gestos sobraron en esta historia: desde la temprana determinación -a la par de entubarla- de denunciar el caso a la Justicia, una actitud que demuestra indudablemente el compromiso; hasta el cuidado que el equipo de profesionales tuvo en cada detalle para evitar exponerla y dañarla, como por ejemplo, las estrategias en su alta de noche para que pase desapercibida o hasta la decisión de las médicas de hacer una nota prohibiendo el ingreso a la institución de Pedro Oris, el principal sospechoso del golpe en la cabeza, uno de los tantos que quedaron como marca en el cuerpito de la pequeña y el que le provocó un hematoma cerebral que comenzó a paralizar las funciones vitales del organismo por lo que tuvo que ser operada de urgencia.
"Nosotros jamás tenemos miedo de denunciar a la Justicia cuando nos enfrentamos a estas situaciones aberrantes, aunque la familia se enoje, nos insulte, nos maltrate, nos amenace. De hecho, lo hemos hecho en varias oportunidades, a lo largo de nuestra vida profesional, en distintas situaciones, que pueden implicar o no abuso sexual, maltrato e inclusive la determinación de los adultos por abandonar un tratamiento médico vital para la salud de un chico como puede ser un paciente celíaco al que no se le hace la dieta. Puede llamar la atención esta actitud porque en muchas clínicas privadas de San Juan, aunque los médicos estamos obligados, no se hace. Acá no es así. Es parte de nuestro compromiso con el otro y es el modo de proteger a un menor. Quizás el denunciarlo implique la incomodidad de tener que ir a declarar una, dos, cinco, diez, quince veces. De eso no tenemos miedo porque vamos contando la verdad, no mentimos ni inventamos nada. Así es como entendemos nuestro trabajo. Ojalá que los docentes que están en contacto directo con estos chicos y los profesionales de la Justicia pudiesen actuar con la misma libertad que nosotros”, aclara con determinación la médica con el consentimiento del resto de los médicos que da detalles cómo en los últimos tiempos se ven cada vez más casos de niños víctimas de la violencia.
"La salvó el amor", coinciden y con una gran humildad dejan de lado ese trabajo diario que logró que Camila empiece a superar la hemiplejía izquierda que le afectó la movilidad de la cara, el brazo y la pierna. Por eso, camina ayudada por una férula, también ya puede hablar, dibujar, leer, escribir, decir el abecedario y cantar algunas canciones en valenciano que le enseñaron en la familia de su mamá Alejandra (sobre quien reza una prohibición para mantener el contacto con la nena). Por supuesto que todo esto lo hace con una lentitud llamativa, la que seguramente podrá salvar porque sus ganas de vivir son inagotables. Ya ha dado sus primeras muestras. Tiene toda una vida por delante, para seguir, dando ejemplos. Pase lo que pase.

