Desde la época del colegio primario ya se le veía una personalidad avasallante. Enérgico, inquieto, dinámico, visceral, inteligente, humano. Lo conocí a los 8 años, junto a su hermano mellizo Pablo; sólo un lunar los diferenciaba y era muy difícil reconocerlos.
Quizás no fué casualidad que la orientación de la secundaria dijera finalmente en su título: Bachiller Humanista.

A pesar de no llevarse bien con el latín, el griego, las literaturas y filosofías, los deportes y en particular con los curas, su ímpetu y ganas de avanzar lo hicieron terminar sus estudios en Santo Domingo y emprender muy joven viaje a Mendoza, para comenzar una nueva etapa de la vida: la universidad.

La Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Cuyo fué el lugar donde lentamente fué aprendiendo la teoría de lo básico del campo, la biología, la química, la mecánica, la industria, y tantas artes más que en la faz práctica, en muchos casos ya conocía, dado que la muerte de su padre Roberto, cuando tenía sólo 14 años, motivó que tuviera que madurar de golpe y manejar la finca de la familia, en El Mogote, Chimbas, con uvas de mesa de variedades comunes, la tradición de los sanjuaninos.

Gamelas, tractores, obreros, alambres y cepajes ocuparon sus días completos, mientras tanto la amistad con un grupo grande de jóvenes avanzaba en el tiempo entre campamentos en la montaña, estudios y salidas los fines de semana.

Cosas de la vida lo llevaron a terminar sus estudios de agronomía en Córdoba, con otra orientación diferente a la de su zona natal, pero esto no fué motivo para que a su vuelta a San Juan -tan esperada- se dedicara de lleno a trabajar en lo que más quería: los parrales con uvas comunes.

Su bunker de Chimbas fué el sitio donde experimentó los manejos de cuarteles con Cereza, mezclando técnicas y teorías para sacar el mayor provecho en rendimientos por hectárea, conservando el medio ambiente, y esto motivó algunas salidas en nuestro querido Suplemento Verde, con notas de labranza mínima, una forma de manejo de parrales que utilizaba escaso paso de tractor e implementos, lo justo de herbicidas, riegos concientes, abonos orgánicos y una poda acorde.

Mientras en los principios de los °90 la uva de mesa, para exportación, era furor en San Juan y ocupaba muchos ingenieros agrónomos, Jorge se dedicó de lleno, con pasión y paciencia, a la otra vereda: las uvas de vinificar, las que cualquier familia tenía en cualquier finca local.

De a poco, los resultados fueron sorprendiendo y muchos viñateros quisieron contar con el asesoramiento de este profesional, que convertía parrales comunes, de bajo rinde, en excelentes cuarteles, con sanidad y altísimos rendimientos por hectárea. Y de a poco, su participación en la Federación de Viñateros pasó a ser vital, primero en la faz técnica y luego en la orientación general de la entidad, en defensa de los interes de un sector que es mayoría en nuestra provincia y fundamental en la economía provincial.

Y se metió de lleno, como vivía, como era, con pasión, con amor, con humildad, a defender los intereses de todos los viñateros sanjuaninos. Los medios periodísticos lo asediaban, las reuniones se incrementaban, política, producción y economía mezcladas en días muy intensos: las malas épocas de las uvas habían llegado, y había que luchar para salir adelante.

Fueron muchos días sin horarios, perdiendo horas de familia, de amigos, de descanso. Y llegó el final, conocido por todos. Con 46 años recientemente cumplidos, murió en su ley. Peleando, luchando, defendiendo y representando a pequeños y medianos viñateros.

Silvio Rodríguez era uno de sus músicos preferidos, otra de sus pasiones. Como homenaje, simplemente va un estribillo de una de sus canciones:
Yo no se lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
allá dios, que será divino.
yo me muero como viví,
yo me muero como viví.

Bajo de estatura, el Petiso para sus amigos, grande de corazón, gigante de ideas, solidario al máximo y humano a más no poder, nunca te vas a ir de nuestras vidas Jorge Alberto Bertagna.