Fotos Gentileza Familia Burgoa
Hay historias que merecen ser contadas. Sobre todo cuando, pese a los prejuicios sociales y los miedos personales, la decisión de tener un hijo y darle amor es muchísimo más fuerte. Traer vida después de los 50 o de los 60, como en este caso, es un desafío transformador, más si se es primerizo. Rodolfo Burgoa -Rolo-, fonoaudiologo, y amante de la cocina y los buenos vinos, decidió ser padre a los 62 años, y asegura que es lo más importante que le pasó en la vida. No lo cambiaría por nada y apuesta cada día a compartir muchos momentos de calidad con Simón quien a la fecha tiene poco más de dos años.
"En el otoño de mi vida, Dios me regaló un veranito, y eso me hace muy feliz. Me di cuenta que no es lo mismo irse de este mundo sin tener un hijo, lo descubrí de manera tardía”, asegura.
Los años pasaron y Rolo nunca había pensado seriamente en tener un bebé, por el contrario, lo había evitado porque consideraba que no tenía suficiente "responsabilidad para ser padre”. Cuando comenzó a pensarlo se le ocurrió que quizá no estaba en condiciones físicas de hacerlo, al menos lo dudaba. "Cada vez que pasaba por el laboratorio pensaba que debía hacerme un espermograma para saber si podía tener hijos, y nunca lo hice. Luego conocí a Karen y a los 15 días nos fuimos a vivir juntos. Al mes, sin saber que Simón ya existía, Karen me propuso que no nos cuidáramos y acepté. Fue un hijo buscado, querido desde el primer momento. Yo era consciente que antes me había negado y cuidado muchísimo y está vez todo era diferente”, cuenta Rolo.
El amor, la intuición, las ganas de ser papá con una esposa muy joven que también quería ser mamá, todo se conjugó para que su vida diera un vuelco absoluto. Así llegó Simón al mundo, lleno de vida, salud y sobre todo de amor. Bajo estas circunstancias uno podría pensar que como hijo único y súper mimado podría ser más pegote, menos independiente, sin embargo es todo lo contrario. Lo demostró desde el primer día en el jardín maternal con una adaptación inmediata.
Por supuesto que los miedos y la incertidumbre de los primeros tiempos lo invadieron como a cualquier mortal responsable de traer un hijo a este mundo. "Primero estuve muy ansioso por saber si Karen estaba embarazada, tanto que yo me enteré primero que ella. Fui el encargado de retirar el resultado del análisis de sangre y lo abrí mientras caminaba por el pasillo del hospital. Yo quería que diera positivo. La llamé, me preguntó qué había pasado y le dije que había salido negativo. Ella se frustró un poco hasta que le mostré el papel cuando llegué a casa. La felicidad fue inmensa, ambos queríamos ser padres. Todo salió redondo”, relata.
Justo en ese instante de felicidad se iniciaba un camino sin retorno: Ser padre y todo lo que eso implica.
Primero le pidió a Dios que fuera un embarazo normal, sin problemas, luego le pidió que el parto fuera sin dificultades. Por supuesto que él asistió a la cesárea para vivir la emoción más grande de su vida. "Después pedí que fuera sano, verlo cumplir un año, después dije vamos por el segundo cumpleaños, y cada día hay una meta. Ahora está en el jardín y lo quiero ver en primer grado, siempre uno va por más, este es un camino que uno empieza a andar y siempre estás llegando a un nuevo destino”, indica Burgoa, quien sólo piensa en disfrutar a su hijo y verlo crecer.
Pese a su tarea de médico, más en estos tiempos, su gusto por la comida y los vinos que lo ha llevado a crear un lugar donde amigos y conocidos pueden ir a comer, y dentro de poco a comprar vinos y regalos en una cava que está siendo ampliada, siempre tiene tiempo para cumplir su rol de papá. De hecho Simón lo acompaña mucho junto con Karen a Colón 1048, tal como se llama el lugar de encuentros que será reinaugurado en unos días.
-
Feliz de ser papá
"Le dedico mucha calidad de tiempo, nos entendemos bien, somos piscianos los dos, y como a mi le encanta compartir momentos con la gente. Eso me moviliza porque se nota que será un chico muy sociable. Tiene una sensibilidad social importante y me gusta mucho”, agrega.
Como corresponde, Simón lo sorprende a diario, sobre todo con sus charlas y sus reacciones. "Los chicos de estos tiempos, vienen más avanzados. Me sorprende todo el tiempo, tanto que suele decirme Rolo pero si me tiene que pedir algo me dice papá. Habla de una manera increíble y no lo digo porque sea mi hijo, si no porque creo que ahora todos los niños bien estimulados a los dos años y cuatro o cinco meses hablan muy bien. Lo sé porque mis primeros siete años de trabajo como otorrinolaringólogo los pasé en el Hospital de Niños, rehabilitando pequeños y nada que ver un chico de hace 30 años con uno de hoy”, lo dice no sólo como papá sino también como un admirador y estudioso de la Neurociencia.
Claro está que le tocó ser padre en una era híper tecnológica, a la que hay que adaptarse, y con los hijos lograr un equilibrio entre la pantalla y los juegos.
"Los chicos están acostumbrados a la pantalla, a la luz, a una estimulación que nosotros no tuvimos. A mí lo que más me sorprende de Simón y de los niños de su edad es la enorme capacidad para la comunicación, distinta a otras generaciones. Hacen un ejercicio de lo verbal y gestual que me impresiona. Sé que mi hijo es la media de esta generación y no me deja de sorprender esa gran capacidad. Es fantástico. Antes a esa edad decíamos pan, agua, o lo que queríamos con una palabra, ahora construyen oraciones y mantienen diálogos. Eso hace que uno como padre tenga otro tipo de vínculo”, dice Burgoa.
Es mucha la diferencia generacional, que como papá advierte y se adapta a la perfección. No caben dudas que todo ha cambiado mucho, incluida la paternidad. "Yo tuve un padre fantástico y no recuerdo que me haya bañado con él alguna vez, sin embargo yo comparto la ducha con Simón, al punto de que se duerme abrazado a mi. Son cosas únicas. También me quedó con él, le cambio pañales pero es sólo de padre luchón porque al tener una esposa de veintipico de años es súper activa y se ocupa mucho de él, es una madraza”, relata.
A Karen le gustaría tener otro hijo, un hermanito para Simón, y Rolo ya no reniega ni de la edad ni del que dirán, tanto que lo está pensando. "Le pedí a mi esposa que espere que pase la tormenta del covid y que Simón esté un poquito más grande. Ya se me fue el miedo y el prejuicio de mucha gente que dice que quien tiene un hijo a esta edad es un hdp porque uno se va a morir y el chico seguirá sin padre biológico y presente. Eso es algo que no se puede saber. Yo estoy ahí a mitad de camino porque pienso que también es egoísta no darle un hermanito a Simón, la verdad es que me gustaría. Si no me jodió tener un hijo casi a los 63 ¿por qué no puede tener otro a los 65? Ellos se encargarán de ser felices cuando yo ya no esté, pero en el mientras tanto yo estaré siempre presente”.
Rolo sabe de afectos familiares y los valora profundamente. El fue primer hijo, primer nieto, primer sobrino, por ende criado con mucho amor y pasión por la cocina. "Lo heredé de mis padres que eran excelentes cocineros. Aprendí amar a la comida casera de esa que empieza a hacerse muy temprano. Por eso la cocina es una forma de reencontrarme con mis afectos anteriores y mis afectos actuales”, asevera dejando ver que le gustaría que Simón heredara esa faceta. Quizá por eso, muchas noches le cocina con la felicidad de ser papá por elección y a la edad que el mismo quiso. Sin duda el amor rompe cualquier barrera o cualquier prejuicio, porque alcanza con ser y hacer feliz.