Difícil es imaginarse a esa pequeñita de cabellos dorados, tan coqueta que no deja de lado en ningún momento su cartera con brillos ni su vincha de perlas, arriba de un caballo durante horas y horas y en plena Cordillera de los Andes. Sin embargo, en la edición 2016 de uno de los tantos cruces que homenajea la hazaña patriótica encarada por el general San Martín, ella fue parte, como uno más. 

Con Chimborazo, siempre primeros.

Y decir uno más es literal. Rosario Ossa Nale cabalgó por zonas empinadas en la fila de expedicionarios, cruzó saltos del río, durmió a la intemperie, sorteó las inclemencias climáticas propias de la altura geográfica, escuchó charlas sobre la historia de la mayor gesta latinoamericana por la libertad de los pueblos y se emocionó al saberse, de algún modo, parte de este orgullo nacional. Claro que si se mira en profundidad no fue una más. Según los cálculos, fue hasta ahora la más pequeña, desde que se hace este tipo de aventura en sumarse a una columna de valientes: con tal solo 8 años y luego de insistir con persistencia en su pedido, consiguió el sí de su papá, el responsable de la travesía. Y allá fue con su caballo Chimborazo, a sabiendas que por esa topografía es más resistente y segura una mula o un burro. Pero ella optó por su animal de confianza. 

Lejos de amilanarse por las exigencias físicas y emocionales- que impone la alta montaña a más de 4500 metros sobre el nivel del mar (a esa altura se llega en el punto más alto de la cabalgata, en la zona del Espinacito), este año, cuando se cumplen 200 años de la gesta que supo conseguir la independencia para Argentina, Chile y Perú, la pequeña Rosario, piensa volver. Eso será a fines de febrero, principios de marzo. Esa vez, cruzará la cordillera, acompañando a su papá (Ramón Ossa, que es el dueño de una agencia de turismo en Barreal dedicada a las travesías de montaña) y un equipo de camarógrafos y documentalistas que viene a plasmar las obras de arte de dos pintores (el sanjuanino Carlos Gómez Centurión y el holandés Pat Andreas) que se han propuesto recrear la ruta de San Martín en la plenitud de un paisaje donde se respira libertad. 

 

Parte de la tropa 

Tantas veces escuchó hablar del Cruce de los Andes en su casa, que lo incorporó como un desafío. Claro que para ella, el verdadero desafío no era el caballo ni la montaña, sino convencer a sus padres. “Ya no sé cuántas veces le pregunté “papi me llevás”, “papi me llevás”, hasta parece que lo cansé y me dijo que sí”, cuenta con naturalidad, la niña que se sumó a un grupo relativamente pequeño de expedicionarios que partió el 18 de enero del 2016 y volvió airoso a los 6 días, motivo por el cuál recibió un diploma recordatorio. 

“Fui con un doctor que vino de Buenos Aires y que había hecho el cruce otras veces, más otros señores de Santa Fe, una chica francesa y su novio, y otras personas. Por suerte, también fue Irma Rabi Baldi: ella era la que me hacía las trenzas cuando se me empezaban a desarmar”, da detalles de la compañía a la que sorprendió cuando fue el turno de la presentaciones personales. Obvio, nadie espera encontrar en semejante travesía a una nena de 8 años.  

La pequeña Rosario Ossa Nale y
su caballo Chimborazo en la travesía.

Antes de eso, fue Rosario fue quien preparó su equipaje con ayuda de su mamá: entre otras prendas de abrigo y elementos de supervivencia cargó una cantimplora, unos pantalones gruesos, una calza y algunos regalos especiales de su papá para cuando llegara ese día, como el vaso telescópico y la prolija alforja que le hizo tejer cuando tenía dos años. Todo eso llevo a cuestas en Chimborazo, su caballo preferido entre los más de 60 que tiene Ossa destinados para los viajes a la cordillera. 

Vale decir que Chimborazo y Rosario tienen una relación especial de mascota-dueña. La nena lo montó por primera vez con 3 años. De ahí en más, es su favorito a la hora de hacer cabalgatas cada fin de semana en Barreal. Y si bien se ha caído algunas veces, pero igual lo adora y lo cuida. “Chimborazo era de mi mamá pero a mí me gustaba tanto que me lo dio”, asegura Rosario sobre este animal de pelaje negro y gris, dócil pero con personalidad. 

“Es el que siempre quiere ir primero. Por eso, mi papá y mis compañeros de la travesía decían que yo hice el cruce dos veces: mi caballo iba primero y se devolvía en muchas partes del camino. A mí me gustó ser la primera de la fila. No me dio miedo nunca, salvo un momento que íbamos a la par con una mula y se iban pelando con el Chimborazo, chocándose las petacas, que es donde se llevan las cosas. Yo ahí creía que me iba a quebrar las piernas. Por suerte, se tranquilizaron. Y yo sólo me raspé la mano”, relata parte de experiencia de la que sólo tiene dos quejas: un poco dolor en las piernas por la cabalgata de varios días y el haber tenido que tomar leche en polvo que no le gusta. El resto, le encantó todo.  

 

  
Miles de imágenes 

Sin lugar a dudas, uno de los objetos más preciado que incluyó Rosario como parte del equipaje fue su cuaderno de anotaciones, donde intentó plasmar las miles de imágenes que le iba regalando un paisaje único. “El cielo estrellado de cada noche aunque yo era la primera en dormirme siempre, los 7400 guanacos y las cabras, el pasto verde de las vegas, los colores de las montañas que tienen rojo, verde, marrón y amarillo, la familia chiquita de zorros que encontramos, las águilas y los cóndores que vuelan, los ratoncitos que pasan, las flores blancas de los cactus”, recuerda la chica que pone como adjetivo la palabra inmenso para describir cada imagen que captaron sus ojos. “Ahí, en la cordillera, es todo tan inmenso que uno se siente chiquitita”, define. 

“A mí me encanta dibujar por eso, en cada campamento o en los descansos, trataba de hacer lo que veía para no olvidármelo nunca más. También escribí algunos sentimientos, hice sopas de letras para que los demás adivinaran con las cosas importantes de la excursión (como por ejemplo con los nombres de los viajeros o los lugares dónde su papá explicaba que iban atravesando a lo largo de un camino de más de 80 kilómetros solamente de ida). Además hice una historieta con los momentos más emocionantes como cuando se chocó mi caballo con la mula, o cuando los animales vinieron corriendo de madrugada hacia el campamento porque apareció un puma y me desperté sobresaltada, ahí sí que quería estar abrazada a mi mamá. O cuando nos largamos como por un tobogán en la nieve que estaba acumulada en Espinicito y nos quedó la ropa toda mojada o la vez que tuvimos que pasar por una especie de pantano y nos embarramos hasta la cintura. Lo más complicado fue bañarse ese día porque el agua es muy fría”, explica Rosario. 

En este cuaderno además quedaron plasmadas las firmas de todos los expedicionarios y la silueta de las millones de herraduras que encontró en el camino. 

¿Cómo fue el Cruce de los Andes para Rosario? “A veces fácil, a veces muy difícil, eso sí fue muy cansador pero muy divertido. Es una experiencia para toda la vida y uno aprende mucho. Por ejemplo cuando me fui desde San Juan yo era como un gallito ciego, ahora aprendí a mirar el paisaje y lo que hay en el camino, también aprendí a cuidarme a mí misma y a mi caballo y a ser solidario con los demás porque uno en la montaña está con la gente que lo acompaña y nada más. También me quedaron preguntas en la cabeza de cómo hizo San Martín hace tantos años atrás para cruzar a Chile. Eso les dije a mis compañeros de la escuela cuando la seño nos preguntó, a la vuelta de las vacaciones, el año pasado, que habíamos hecho, y yo conté que crucé la cordillera a caballo por la ruta de San Martín. Al principio, los chicos no me creían pero la seño Graciela, sí, fue la única. Les llevé dos videos de la cabalgata para que vieran que era verdad”, relata la pequeña de cabellera dorada, como el sol cuando se adueña de la cordillera, tal cual ella lo pudo comprobar. 
    
  

Cordillera con sentido familiar 

La montaña tiene para la familia Ossa un sentido muy especial. Por ejemplo la mamá -Carla- y el papá Ramón- de Rosario y Guadalupe, se conocieron en las preliminares a una cabalgata a la Cordillera de los Andes. Y escenario, que repitieron varias veces, fue testigo de un gran amor. 

Según cuenta la propia Rosario, su papá acostumbra a que sus hijos hagan este recorrido. Su hermano Diego, lo hizo con 6 años. “Pero mi papá dice que igual yo al ser nena soy una valiente. Él lo hizo antes, cuando no iban todos y lo hizo de otro modo. Por eso está seguro que soy la más pequeña que ha hecho al Cruce”, dice con orgullo. 

Ahora, quien sigue en la lista de espera, es su hermanita, Guadalupe. Aunque ya se conoce de memoria los tramos de la expedición y muchos secretos de las montañas, todavía es pequeña. Tiene 5 años, recién cumplidos. 
El sueño de la familia es repetir el Cruce de los Andes, todos juntos. Ya llegará ese día. 
  

Pionero 

Según cuentan en su entorno familiar, Ramón Ossa -por su condición de orgulloso calingastino y por haber crecido en la montaña- es un pionero en el Cruce de los Andes. Aseguran que desde los años “80, él ya llevaba turistas por el camino que hizo San Martín con su agencia Fortuna, viajes de montaña. De hecho, en varias oportunidades se lo contó a distintos funcionarios de gobierno con ansias de “hacer algo en conjunto”, hasta que en el 2005 se oficializó como un proyecto organizado entre el gobierno provincial con ayuda logística de la Guarnición Militar San Juan y X Agrupación de Gendarmería Nacional. Desde entonces, el Cruce de los Andes es uno de los eventos más importantes dentro de la agenda gubernamental, situación que también repercute en los operadores turísticos privados que cada vez tienen más interesados por hacer esa ruta. Por eso, ofrecen diferentes alternativas y estrategias cada vez más originales por ejemplo hacerlo en tramos de bicicletas y a lomo de mula, para grupos extranjeros- ajustadas a las necesidades de los turistas. Eso sí, sin dejar se ceñirse a la historia. 
  

Fotos: colaboración familia Ossa Nale