Aunque no lo saben, los pacientes que llegan al consultorio de Luis Artero López, especialista en Diagnóstico por imágenes, son una verdadera fuente de inspiración. Cada palabra y cada gesto de quien está ocasionalmente enfrente pasan por la cabeza del médico y dan rienda suelta a su pluma. El profesional que también encuentra su musa en cada rincón de San Juan -lugar que supo enamorarlo ya de grande- y en las costumbres locales cotidianas -el vino, la tonada, los dichos, el viento Zonda-, tiene en su haber más de una docena y media de libros y va por más. De hecho, hay varios ejemplares en carpeta para ver la luz.

"Llegué a la conclusión que los escritos en un papel suelto terminan en el basurero, o se traspapelan. En cambio, un libro queda para siempre, es un regalo o un alivio para el alma”, confiesa así su necesidad de publicar y de escribir, ya que cualquier momento, en medio de un curso vinculado a su profesión o al terminar una ecografía, son momentos válidos para cumplir su objetivo literario.

Durante años, Artero -que utiliza obligadamente el López, su apellido materno por pedido del Registro Civil ya que cuando nació lo inscribieron como si él mismo fuese su padre (Francisco Artero)- se ha dedicado exclusivamente a la poesía, la que le permitía filosofar y poner en palabras sus pensamientos e inclusive "rastrear su ser”, tal como lo define. Pasó mucho tiempo hasta que pudo publicar su primer libro, Primera poesía convergente, a la que le siguieron una segunda, tercera, cuarta y quinta versión. El profesional lo tiene exactamente calculado: 10 años después de recibirse de médico en 1982 llegó a la imprenta. En el interín deambuló buscando asentarse profesionalmente hablando en el campo de las ciencias médicas por distintos puntos del país e inclusive probó suerte en Estados Unidos. Ese fue el momento exacto en que se reencontró con las "cosas" de su terruño. "Yo estuve en muchos lados con mar y venía como en cada uno de ellos el puertos, la playa, la arena, el mar mismo eran fuente de inspiración. Si bien me resultaban interesantes no llegan a cautivar mi escritura, sentía que lo mío era otra cosas, las cepas, el vino, la tonada. Quizás porque extrañaba, quizás porque era mi esencia”, cuenta.

Más allá de la poesía -que nunca abandonó- probó con los aforismos, un estilo que califica como muy trabajoso y que implica mucha dedicación porque si bien "son frases sencillas, condensan la profundidad del pensamiento”. Tiene cinco libros con sus propias frases, los que para llamar la atención del lector llevan un nombre que remite a otras cuestiones, aunque nada tengan que ver con las esquelas escritas. Por ejemplo Gnomon, una de sus publicaciones, se refiere a una medida para calcular la sombra del sol.

"Hay que ser lector para poder escribir todo esto. Y básicamente tener experiencia de vida para llegar a estas frases que si bien parecen simples, encierran mucha profundidad y muchas verdades", explica.

Su última incursión es una novela para chicos: Barrio de ratones, Luna y Misterios o La historia de Colichef y Perico Victoria para tenerlos en la memoria. "Esto es producto de la maduración que uno va ganando con la experiencia, pero también debo decir, es lo aprendido en el consultorio. Cada vez que uno le hace una ecografía a una embarazada le queda una marca para siempre. Quizás sea la posibilidad de conectarse con ese niño interior que uno lleva adentro y que lo habilita a sacarse de encima prejuicios y vencer el medio a la vergüenza. Eso lo he ganado con este libro para chicos", asegura el hombre que alguna vez se propuso estudiar formalmente Literatura, acción que encaró hace poco a través de los talleres que promueve la Universidad Nacional de San Juan para los Adultos Mayores.