Cada año, a esta altura de las circunstancias, todas las familias -las más creyentes de los valores religiosos católicos como las que se autodenominan ateas inclusive- empezarán a buscar en los placares las cajas con lo que quedó de años anteriores. Otras irán de compras para renovar los adornos o suplir los que se dañaron. Y algunas pondrán manos a la obra para generar en familia objetos únicos de decoración. Sea como sea, para todos ha llegado la hora de armar el arbolito de Navidad.

Pese a ser una tradición que se repite sin falta cada 8 de diciembre, vale la pena preguntarse el por qué de esta fecha para desplegar semejante cantidad de adornos, cintas y objetos que serán dispuestos casi artísticamente sobre un pino verde para esperar la Nochebuena y la Navidad en cualquier parte del mundo. Antes que nada hay que tener en cuenta que si bien la fecha coincide con el día de la Virgen María, la costumbre del arbolito responde a una tradición pagana de origen celta. Este pueblo fue el que antiguamente acostumbraba a vestir con adornos a sus árboles sagrados, los robles y rendirle cultos ofreciéndoles sacrificios humanos. El ritual servía para celebrar, desde el 21 de diciembre, la llegada del invierno (en el norte del planeta) y así asegurarse el regreso del sol.

La historia que se repite de boca en boca, de generación en generación, dice que como el roble perdía sus hojas con el frío, los celtas lo adornaban con muérdago (símbolo de suerte y fecundidad, que inclusive hasta la actualidad se estila colocar en las puertas para estas fechas), le colgaban algunas frutas (que luego dieron lugar a las esferas) y le ataban antorchas (antes, velitas; actualmente luces) para infundirle protección y vigor.

Cuando se evangelizó el centro y norte de Europa, los cristianos de esos pueblos tomaron la idea del árbol para celebrar el nacimiento de Cristo, cambiando su significado pagano. Aunque primeramente adoptaron como árbol la cruz, luego cristianizaron esta tradición, reemplazando el roble por el abeto, de hojas perennes, porque su forma triangular recordaba a la Santísima Trinidad. Por su parte, los protestantes, con Martín Lutero a la cabeza, eligieron el pino.

"En invierno, el abeto siempre verde se convierte en signo de la vida que no muere. El mensaje del árbol de Navidad es, por tanto, que la vida es siempre verde si se hace don, no tanto de cosas materiales, sino de sí mismo: en la amistad y en el afecto sincero, en la ayuda fraterna y en el perdón, en el tiempo compartido y en la escucha recíproca”, dijo Juan Pablo II en la Navidad de 2004, palabras que siguen vigentes sin lugar a dudas porque la costumbre del arbolito sigue practicándose hasta ahora, casi sin cambios, en todo el planeta.

Sin desligarse de estas tradiciones, dos sanjuaninas proponen decorar los árboles navideños apelando a objetos creativos que permitan darle un sentido más cercano y original a estas fiestas. Soledad Argüello y Valeria Ribes son dos artesanas del vidrio y el papel que cada año, para estas fechas, despliegan sus talentos con el objeto de transmitir los mejores deseos.