Con todas las intenciones por ingresar a la Escuela de Música como un estudiante más, Juan Ignacio Rodríguez Botto fue a una convocatoria especial, una suerte de muestrario de todos los instrumentos y sus posibilidades. No sólo los más conocidos y populares, sino todos. En ese marco fue que, por primera vez en su vida, vio pasar delante de sus ojos, a esa enormidad metálica con forma de cono retorcido, tan brillante en su aspecto y tan grave en su sonoridad. Lo impactó tanto que fue "amor” a primera vista. A punto tal que con todo el desparpajo pero con respeto, se acercó al señor que la transportaba y la hacía sonar como los dioses y le preguntó si él podía estudiar "eso” que, nobleza obliga decirlo, no tenía todavía muy claro que era. La respuesta fue contundente: había que tener 12 años para ingresar al mundo de la tuba. A él le faltaban 3, todavía.
Por suerte para las capacidades dormidas, hasta ese momento, de este chiquito (que ya en otras oportunidades había querido ingresar a esa institución pero los cupos estaban completos) y para el mundo musical en general, esta historia no terminó ahí.
Parece ser que su inquietud quedó resonando en el ambiente, ya que -quizás por casualidad, quizás por el alineamiento de los astros, por esas cosas del destino o porque realmente alguien intuyó su talento- a los pocos días, este curioso músico en potencia daba con sus primeros pasos. Así fue como se convirtió, al menos en ese ámbito educativo, en el primer niño en tocar un instrumento que requiere de ciertas destrezas físicas para hacer pasar el aire por la boquilla y de fuerza para sostener un objeto que puede llegar a pesar más de 20 kilos. Hay que tener en cuenta que, por sus dimensiones, la tuba es el mayor instrumento de viento-metal.
A esta altura Juan ya era casi una "rareza” en el ámbito de la Escuela de Música que depende de la UNSJ y a su vez, quien abrió las puertas para que otros pequeños, lo imitasen. De hecho, actualmente hay otros alumnos que van a la primaria y que incursionan en este instrumento de viento.
Pero eso ya es anécdota. Porque haciendo un racconto de la experiencia, hoy por hoy, y tres años más tarde de sus inicios, Juan Ignacio ya ha subido varias veces al escenario del Auditorio o se ha enfrentado al público en diferentes ámbitos con las orquestas del 3º y 4º ciclo de la Escuela de Música, integradas por adolescentes y jóvenes, inclusive universitarios y docentes. Hasta se ha dado el lujo, hace apenas unos días, de hacer un solo de tuba ante docentes de Rusia, Alemania, Brasil y Estados Unidos, en Trombonanza, un encuentro que reunió a estudiantes y músicos de todo el país en Santa Fe, en el que fue ovacionado.
Pasito a pasito
Quizás por el hecho de haber intentado sin éxito otras tres veces traspasar la puerta de la "meca” de la música es que Juan Ignacio es categórico. ‘Para interpretar la tuba hay que tener paciencia … y corazón”, dice con postura y razonamiento adulto. Y da ejemplo de ello, tuba y eufonio -una tuba de menores dimensiones- de por medio.
Se pasó medio año intentando hacer un sonido o un silbido, aprendiendo a regular el aire y apretando los labios soplando con fuerza y haciendo ruido con la boca. Ese mismo tiempo invirtió en descubrir el diafragma en su panza y ponerlo en funcionamiento para tener más aire. De a poquito, fue aprendiendo a ubicar sus deditos en los pistones y moverlos con coordinación para lograr una nota y, un requisito clave, a leer los signos en un pentagrama.
Y vaya si tuvo paciencia porque en todo ese período no pudo hacer sonar ni los primeros compases de una canción, logro que si llegó a fin de año, con muchas horas de práctica. Ha llegado a estar, según sus propios cálculos, hasta 4 horas sin descanso ni para él, ni para el instrumento.
"Tanto ensayé hasta que pude tocar Duérmete niño, la primer canción. No era sencillo. Aunque parezca una melodía básica”, recuerda quien pronto también pudo interpretar el Feliz Cumpleaños. Y cuando su profesor, Ricardo Marinelli, le anunció que la próxima clase empezarían a sacar el Himno a la Alegría, fue el impulso para sorprenderlo el próximo encuentro con la melodía interpretada perfectamente, de principio a fin. Así fue como fue avanzando hasta que fue convocado a las orquestas de la Escuela de Música.
"Ese fue un gran honor para mí. El primer niño tubista en tocar en las Orquestas del 3º y 4º ciclo , con gente mucho más grande que yo, fue un reto y a la vez un gran aprendizaje porque implicó aprender a tocar con otros, a respetar los tiempos, a tener un objetivo común”, cuenta entusiasmado y adelanta que ya está ensayando la partitura de Romance del Pescador para el próximo concierto, el que aún no tiene fecha.
Considera que la tuba es un instrumento raro, pero no por eso, menos atractivo. Que le fascina que con la tuba puede tocar notas muy bajas pero también otras muy altas, dependiendo de la afinación. Y que su meta es hacerla conocer. Por eso, para sus cumpleaños, se permite sacar el instrumento (que le prestaron en la Escuela de Música) de su estuche, hacer lucir su brillo impecable y por supuesto, hacer sonar las mejores notas. Eso no solo le encanta a su mamá Paula, a su papá Juan, a su abuelo Osvaldo (el familiar que más insistió para que lo llevaran a estudiar música), sino al resto de la familia, a sus amiguitos, a quien lo escucha. Por eso, tiene muchas ganas de ir algún día a otras escuelas a mostrar el maravilloso mundo de la música, esa que empezó a escuchar, con ritmo de rock, desde la panza.
No hay dudas que sueña con ser profe de tuba y tocar en una orquesta, pero además Juan Ignacio tiene otros deseos por cumplir: entrar a un secundario que le permita seguir abrazando a la música a cada instante e inclusive componer canciones (actualmente es un destacado alumno de la escuela Luis Jorge Fontana, de la que forma parte del cuerpo de bandera y se prepara para rendir el ingreso a una escuela preuniversitaria o una técnica) y aprender, como su tío, a ser radioaficionado.