El tiempo la hizo inmortal a través de su obra “Las Nereidas”, la monumental fuente de mármol de carrara que actualmente se halla en la Costanera Sur de la Ciudad de Buenos Aires. Ella, Dolores Mora de Hernández, la genial Lola Mora, rompió los cánones de su época hasta el fin de sus días, tiempo que pasó del arte a la búsqueda petróleo y minerales. Numerosos artículos y libros dan cuenta del costado mineral de la artista, pero ninguno como Ricardo Alonso, doctor en Ciencias Geológicas de la Universidad Nacional de Salta e Investigador del Conicet, para poner en relieve a través de personajes e historia, aquellos secretos que hacen de la minería algo más que una industria.

Lola Mora nació El Tala, Salta, el 17 de noviembre de 1866 y murió en Buenos Aires en 1936. Según Alonso, la incursión de Lola en la minería se da en la década de 1920, mediante prospecciones y pedidos de cateos a su nombre en criaderos de azufre, cobre, oro, hierro y otros metales en la Puna salteña, más concretamente en Cobres y los volcanes de la cadena del Quevar. Algunos de esos expedientes se conservan en el Juzgado de Minas de Salta.

Con respecto a los hidrocarburos, enfocó su atención a obtenerlos de esquistos bituminosos (rocas arcillosas) por calentamiento, para lo cual fabricó hornos y otras instalaciones en Rosario de la Frontera. Allí se instaló en la finca Las Bateas, cerca de la Estación Los Baños, en la ladera este del Cerro Termas de Rosario de la Frontera en 1926. Vivió allí hasta 1930 en una casa de piedra y ladrillos de la que quedan ruinas.

Se comenta que en la casona de Las Bateas fue donde escribió y dejó su legado: “Combustibles:
Problemas Resueltos”, un libro de 52 páginas impreso en Salta en 1926, en letras negras sobre tapa rústica de cartulina naranja firmado por L.M.H., siglas de Lola Mora Hernández. De acuerdo al registro de Alonso, en él expone sobre la necesidad de autoabastecerse de combustibles fósiles, también lo que ella entiende debería ser una política energética nacional y los demás temas que la preocupaban desde lo técnico y económico. Defiende enfáticamente y con números que es más económico producir hidrocarburos a partir de los esquistos bituminosos y los hornos desarrollados y patentados por ella, que realizar costosos pozos profundos con todo lo que significa no solo las perforaciones, sino también la extracción, conducción, almacenaje, destilación y transporte a los centros de consumo.

En el libro también comenta que en sus experimentos con los esquistos pudo producir un gas-oil de alta calidad “listo para su uso en cualquier motor sin que deje ningún residuo”, nafta de grado aviación y un gas inodoro y clarísimo a 125 metros cúbicos por tonelada de mineral. También hace una larga descripción de su sistema de hornos, tubos, retortas y demás artificios de destilación al que llamó “El Obelisco” (por la forma de las chimeneas) y que registró a su nombre en la década de 1920 como Patente de Privilegio N° 17234.

Ante semejante aporte la pregunta obligada es porqué Lola pasó del cincel al sueño mineral. “Fue por un desengaño amoroso” dijo Alonso sin vueltas. Cuando contaba con cuarenta años de edad contrajo matrimonio con un hombre veinte años menor que ella, Luis Hernández Otero, quien la abandonó cinco años más tarde. El hecho la definió en su vida artística y profesional. Usó el apellido de él toda su vida y trascendió a la historia como Dolores Mora de Hernández. Las siglas LMH, por Lola Mora Hernández, fueron su emblema.