Existen más de ocho millones de especies en el planeta y todas juegan un papel en el equilibrio de la naturaleza. Esa variedad de especies, conocida como biodiversidad, nos provee de alimentos, energía y medicamentos e incluso nos protege de enfermedades. Pero si esta se ve alterada, es ahí cuando aparecen los problemas. 

El nuevo coronavirus, al igual que la mayor parte de las enfermedades infecciosas, es de origen zoonótico, lo que quiere decir que se transmitió de un animal a un ser humano. Eso explica que muchos, inicialmente, hayan culpado al murciélago o al pequeño pangolín en China por haber generado la pandemia que hoy atraviesa al mundo. La pérdida de biodiversidad deja de ser un problema abstracto para manifestar su dinámica en forma concreta con la pandemia por el Covid-19. Lo que empezó siendo una zoonosis se convirtió rápidamente en una pandemia que afecta al mundo entero con muertes masivas y daños económicos de proporciones catastróficas gracias a la globalización.

Sin embargo, la naturaleza está lejos de ser su verdadera causa. Mientras mayor sea la biodiversidad, menos son las probabilidades que tenemos de contraer enfermedades. Los agentes patógenos necesitan de huéspedes donde alojarse y si mantenemos intacta la variedad de especies vivas se reduce el riesgo de contagio.

Hasta ahora, prácticamente la única conexión que se ha hecho entre el coronavirus y el ambiente ha sido la reducción de emisiones contaminantes. Sin embargo, la pandemia también nos lleva a reflexionar sobre nuestro vínculo con los recursos naturales y sobre todo con la biodiversidad.

La importancia de los ecosistemas

Desde hace tiempo, los estudios científicos vienen advirtiendo que la pérdida de biodiversidad podría aumentar los casos de enfermedades transmitidas de los animales a las personas (zoonosis), mientras que si se consigue mantenerla estable, puede ser una herramienta crucial para combatir pandemias.

De hecho, varias enfermedades infecciosas de origen zoonótico causaron, o amenazaron con causar, grandes pandemias en los últimos años. Entre ellas, está el ébola, la gripe aviar, el síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS), el síndrome respiratorio agudo grave (SARS) y ahora el SARS-CoV-2, causante de Covid-19. Todas están vinculadas a los impactos ambientales que genera la actividad humana, que cada año utiliza los recursos de 1,6 planetas, a pesar de tener uno solo. Eso ha llevado a que las poblaciones de más de 22.000 especies de mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios hayan disminuido en un 60% entre 1970 y 2014.

Las enfermedades zoonóticas causan alrededor de 700.000 muertes al año y la posibilidad de que se produzcan futuras pandemias es elevada. Es que, de seguir abusando de la naturaleza, es probable que aparezcan pandemias con mayor frecuencia, se propaguen con más rapidez y tengan una mayor repercusión económica.

Sin embargo, ello no tiene por qué ser así. La crisis del coronavirus proporciona una oportunidad única para generar un verdadero cambio estructural, reemplazando los hábitos de producción, distribución y consumo que hoy afectan a la biodiversidad por otros más sostenibles, que permitan su cuidado. La salud del planeta y la del ser humano están directamente vinculadas.

La naturaleza nos está enviando un mensaje, repite usualmente Naciones Unidas. La expansión de la deforestación, la agricultura intensiva y la invasión en los hábitats de la vida silvestre alteraron el equilibrio de la naturaleza. De seguir en ese camino, la pérdida de biodiversidad traerá graves consecuencias para todos, con afectaciones en los sistemas de salud y alimentarios.

Es por ello que la mejor vacuna contra el coronavirus y las futuras pandemias es la protección de la biodiversidad y de los ecosistemas. Es nuestra responsabilidad mitigar el impacto del cambio climático y revertir la degradación del ambiente mediante un uso sustentable de los ecosistemas y un cambio de hábitos urgente en la relación que tenemos con la naturaleza.

Los ecosistemas son sistemas complejos en equilibrio dinámico que se autorregulan. Todas y cada una de las especies presentes, ya sean animales, vegetales, insectos, hongos, bacterias, virus, etc., están estrechamente relacionadas e interaccionan permanentemente mediante dinámicas de competencia, mutualismo, relaciones predador-presa, parasitismo, simbiosis, etc. Los animales tienen ciclos silvestres naturales en sus enfermedades, y actúan como reservorio genético de sus patógenos, es decir, pueden ser portadores de una enfermedad sin presentar síntomas. Las especies que hospedan a los patógenos han evolucionado conjuntamente con ellos, generando inmunidad, en un equilibrio que permite la sobrevivencia a ambas partes. Varias evidencias científicas permiten determinar que el origen del-SARS-CoV 2 o Covid-19 es natural y no artificial. (Lorena Haurigot, bióloga, doctora en Química Biológica y Microbiología Molecular y especialista en fauna silvestre).

Sería muy fácil, cómodo y conveniente aceptar las teorías conspirativas que pregonan que el virus fue creado o esparcido por laboratorios. De esta forma desviaríamos la responsabilidad de la pandemia a entidades ajenas a nosotros, sin la necesidad de modificar nuestro estilo de vida al exonerarnos de la culpa y causa. Sin embargo, las teorías negacionistas y paranoicas son también irresponsables y extremadamente peligrosas al no reconocer que los únicos culpables de la pandemia actual somos nosotros mismos, y que la forma de revertir el escenario a futuro implica un cambio drástico en nuestra forma de relacionarnos con el medio ambiente.

Fuente:Revista Jardín – Fermín Koop, periodista y docente, cofundador de Claves21 y miembro regional de Earth Journalism Network. Especialista en ambiente y cambio climático.