Inmensidad, resiliencia, fuerzas, ganas, desafío, la montaña personal, hazaña, motivación, paso a paso, adrenalina son términos que se repiten a cada instante a lo largo de la charla. Son esas mismas palabras que se escucharon durante tres días en la travesía que un grupo de pacientes oncológicos -algunos de ellos aún en tratamiento, otros en un proceso crónico y otros con controles esporádicos- y médicos compartieron en la alta montaña. Entre ellos, hubo un sanjuanino por adopción, el doctor Flavio Albarracín, que confiesa que pese que ya pasó más de un mes, aún está procesando todo lo que ha vivido porque ha sido tan impactante que quiere a esas mismas palabras hacerles un lugar en un texto, acomodarlas en los capítulos de un libro, darles sentido para, sin lugar a dudas, perpetuar una experiencia de aprendizaje para la vida, única.

Flavio Albarracín es médico, hematólogo, especializado en Mendoza, Buenos Aires, Italia y Estados Unidos. Actualmente está abocado, fuera de su especificidad que incluye la onco-hematología, a aspectos como el acceso a la innovación médica, la economía en la Salud y la investigación y también a la inteligencia artificial en la salud aplicada a la selección de pacientes para ensayos clínicos.

Grandes amigos. Fernando Petracci insistió dos veces antes para que Flavio, su compañero en la residencia médica en Buenos Aires, se sumara a la travesía en la montaña mendocina, en marzo pasado. Esta vez consiguió el sí del hematólogo que terminó tan emocionado que ya empezó a delinear los borradores de un libro sobre la experiencia. Su propia cordillera. Pese a que a Flavio le gusta el montañismo y varias veces hizo andinismo en San Juan, hasta ahora jamás había ido al hito del accidente de los Andes. Dice que nadie debe perderse semejante travesía. Desafiarse a uno mismo. La travesía en la alta montaña implica dormir en carpas, cruzar el río de deshielo, caminar por laderas empinadas, escuchar de boca de los guías las historias de los sobrevivientes de los Andes y de quienes no pudieron soportar todo lo que implicó la tragedia. Nada de eso fue excusa para no animarse a vivir la experiencia para 35 pacientes con diagnósticos oncológicos que por supuesto entrenaron para llegar fuertes para la ocasión.

Reconoce que como buen seguidor de la filosofía de Nietzsche no cree en los milagros. Se define a sí mismo como un positivista empedernido, cuya clave pasa por la razón y la aceptación de las cosas. Sin embargo, está particularmente conmovido por haber sido parte del grupo de andinistas -entre ellos 35 pacientes oncológicos y 9 profesionales de la salud, aparte de un grupo de guías de montaña, baqueanos, periodistas y un equipo de documentalistas de Portugal- que logró hacer cumbre en el Valle de las Lágrimas, en Malargüe (Mendoza), justamente el lugar del llamado “Milagro de los Andes”, donde cayó el avión que llevaba a los rugbiers uruguayos, en octubre de 1972, del que sobrevivieron 16 personas pese a todos los pronósticos y todas las explicaciones lógicas. Setenta y dos días más tarde, los rescataron.

Su propia cordillera. Pese a que a Flavio le gusta el montañismo y varias veces hizo andinismo en San Juan, hasta ahora jamás había ido al hito del accidente de los Andes. Dice que nadie debe perderse semejante travesía. Desafiarse a uno mismo. La travesía en la alta montaña implica dormir en carpas, cruzar el río de deshielo, caminar por laderas empinadas, escuchar de boca de los guías las historias de los sobrevivientes de los Andes y de quienes no pudieron soportar todo lo que implicó la tragedia. Nada de eso fue excusa para no animarse a vivir la experiencia para 35 pacientes con diagnósticos oncológicos que por supuesto entrenaron para llegar fuertes para la ocasión.

No es sanjuanino de nacimiento. Su lugar de origen fue Córdoba. Pero aquí sí transcurrió parte de su infancia y toda la adolescencia hasta que Mendoza lo recibió con los brazos abiertos como estudiante de Medicina y hoy, lo pondera como un reconocido profesional, se ha convertido en su lugar en el mundo. De todos modos reconoce que esos 12 años que pasó aquí, le bastaron para que se sienta un local más, vaya donde vaya. Amante del hockey sobre patines, respetuoso del buen vino como excusa para reunirse con amigos -aquellos que cosechó en el Barrio Residencial y sus alrededores como la escuela Clara Rosa Cortínez y el Central Universitario-, cultor de la familia, tres características que acunó y desarrolló en, la provincia en la que vive su papá Hervé y uno de sus hermanos.

Su propia cordillera. Pese a que a Flavio le gusta el montañismo y varias veces hizo andinismo en San Juan, hasta ahora jamás había ido al hito del accidente de los Andes. Dice que nadie debe perderse semejante travesía. Desafiarse a uno mismo. La travesía en la alta montaña implica dormir en carpas, cruzar el río de deshielo, caminar por laderas empinadas, escuchar de boca de los guías las historias de los sobrevivientes de los Andes y de quienes no pudieron soportar todo lo que implicó la tragedia. Nada de eso fue excusa para no animarse a vivir la experiencia para 35 pacientes con diagnósticos oncológicos que por supuesto entrenaron para llegar fuertes para la ocasión.

Aparte fue el lugar que eligieron su bisabuelo Mariano (el español que fue gerente de la bodega Hualilán) y sus abuelos David y María del Carmen -padres de su mamá Graciela- para desarrollar y dejar muchas huellas. Sólo basta decir que su Tata jachallero fue campeón cuyano de atletismo y llegó a ser Juez de Cámara en Mendoza (podría haber sido diplomático pero el amor pudo más que su carrera profesional) y su abuelita Lita fue una de las socias fundadoras de Sahni (Sociedad Amigos del Hospital de Niños) e integrante de la Asociación Amigos de la Música (ella con tan solo 20 años fue quien tocó en la inauguración del teatro), la Asociación Cultural Sanmartiniana, la Asociación de Jóvenes Jachalleros Residentes en San Juan, Asjicana -ahora Asic- (Asociación Sanjuanina de Intercambio Cultural con Norteamérica), Mozarteum, entre otras instituciones de la que fue parte activa.

Desafiarse a uno mismo. La travesía en la alta montaña implica dormir en carpas, cruzar el río de deshielo, caminar por laderas empinadas, escuchar de boca de los guías las historias de los sobrevivientes de los Andes y de quienes no pudieron soportar todo lo que implicó la tragedia. Nada de eso fue excusa para no animarse a vivir la experiencia para 35 pacientes con diagnósticos oncológicos que por supuesto entrenaron para llegar fuertes para la ocasión.

 

Paso a paso

Cuando Fernando Petracci le propuso ser parte de la travesía con pacientes oncológicos, Flavio se negó dos veces. En el 2022 y el 2023. Sentía que no estaba preparado. Ante un nuevo convite no pudo volver a decirle que no. Fue, quizás para darle el gusto a su amigo, su compañero de residencia en el Hospital de Clínicas en Buenos Aires, hoy, una eminencia que trabaja con tumores y dolencias vinculadas al cáncer de mama no sólo en el país, sino también en el exterior, tal como lo define Albarracín tratando de dejar de lado los afectos y de mirar con objetividad al profesional.

Petracci, que aparte de ser médico del Fleming es maratonista, por un impulso personal se convirtió en el organizador y alma mater de esta propuesta de alta montaña con sus pacientes luego de haber llegado al Valle de las Lágrimas por un desafío deportivo propio, como tantas otras cumbres y tantos otros logros recogidos en la naturaleza. La primera vez, en 2021, fue con sus amigos de Bahía Blanca. Fue tal el impacto emocional de estar ahí, en un lugar emblemático por su historia (que fue replicada en libros y en la reciente película de Netflix “La sociedad de la nieve”, aparte de cientos de charlas que han dado sus sobrevivientes), que en el descenso mismo comenzó a hacer el paralelismo entre la montaña, los deportistas accidentados y la vorágine física y mental que implica para una persona recibir un diagnóstico de cáncer y sobrellevar todo el proceso médico. Fue entonces que se le ocurrió proponer hacer una travesía semejante como herramienta para sus pacientes. Serviría para motivarlos a hacer actividad física, cambiar el estilo de vida y pensar en otras dimensiones de la enfermedad más allá de lo que ocurre en el consultorio.

La de marzo del 2024 -a la que sí se plegó Flavio Albarracín- fue la tercer experiencia en la cordillera. A la primera sólo fueron pacientes mujeres con cáncer de mama. A la segunda sumó a personas con tratamientos metastásicos. Y esta última la propuesta fue mixta, hombres y mujeres y con diagnósticos de tumores diversos: de mama, de colon, melanomas, mielomas múltiples, sólo por citar algunos. Entre los compañeros de trekking hubo en esta oportunidad un padre y un hijo -ambos con tumores-, una pareja y muchas personas con historias para contar. Algunos ya culminaron sus terapias, otros siguen conviviendo con tratamientos, en algunos casos, son crónicos. Algunos fueron operados y pasaron quimioterapias. Fue gente de todas las edades. El mayor participante llegó victorioso con 73 años. También de distintos puntos del país (de Mendoza, Neuquén, Bariloche, Paraná, Misiones, Buenos Aires y Capital Federal) y de Uruguay, inclusive. Tan sólo dos personas de la treintena de valientes, no pudo llegar al memorial en la cumbre. Sin embargo, pudieron disfrutar del camino.

Desafiarse a uno mismo. La travesía en la alta montaña implica dormir en carpas, cruzar el río de deshielo, caminar por laderas empinadas, escuchar de boca de los guías las historias de los sobrevivientes de los Andes y de quienes no pudieron soportar todo lo que implicó la tragedia. Nada de eso fue excusa para no animarse a vivir la experiencia para 35 pacientes con diagnósticos oncológicos que por supuesto entrenaron para llegar fuertes para la ocasión.

 

“La idea es juntar pacientes y médicos, entre otros oncólogos, emergentólogos, cardiólogos, hasta una profesional de anatomía patológica, otra especialista en imágenes, que fuimos parte del grupo. Algunos somos amigos personales de Fernando que apoyamos esta gran iniciativa que ya tiene sus propios documentales que sorprenden al mundo porque no hay muchas experiencias semejantes por el esfuerzo en todo sentido que implica. Otros son los médicos de cabecera que acompañan a sus pacientes, tal como lo hacen o hicieron en sus tratamientos, con sus recaídas, con sus miedos y sus preguntas, con sus buenos momentos como puede ser el alta. Vamos para dar contención, para acompañar en el trayecto que no es fácil pero también para hacer a veces de médicos porque hay personas que se descomponen por la altura o se cansan y deben hacer algunos trayectos a caballo, aunque la propuesta es de hacerlo por el propio esfuerzo de caminar por horas”, explica el doctor Albarracín.

Obviamente que subir una montaña a más de 3600 metros de altura, en plena Cordillera de los Andes, entre el límite de Argentina y Chile, cruzando varios brazos del Río Atuel, que es de deshielo, y atravesando cuestas empinadas y otras vicisitudes de la naturaleza, no es para cualquiera. Por eso, tanto profesionales como pacientes, deben haberse preparado con el equipamiento necesario y entrenado por varios meses con algunas exigencias como por ejemplo poder cargar peso en la mochila durante las muchas horas que dura la caminata de 58 kilómetros, entre ida y vuelta. Aclara el profesional que se hace una rigurosa selección y que aparte cada uno debe pagar el canon de la experiencia y la logística porque esta vez, a diferencia de los otros años, no fue sponsoreado. Por supuesto, la vivencia, lo vale. Y las reflexiones que genera el desafío, más aún.

Tres días en la montaña personal

Sin lugar a dudas la montaña que hay que atravesar es todo un símbolo y guarda, para los participantes, más de un mensaje a lo largo del ascenso y del descenso, también. Por eso es que Flavio cree que no se haría en otro destino, como podría ser el Cruce de los Andes desde San Juan, por los Patos Sur, emulando a San Martín y su ejército, lo que aparte significaría mucho más esfuerzo por la altura y los días de recorrido.

En la localidad mendocina -a 300 kilómetros de la Capital-, el trayecto es de tres días desde El Sosneado. “Cruzamos 4 veces el río y obviamente te mojás y tenés que ir cambiándote las zapatillas. El primer día caminamos 7 horas para llegar al campamento El Barroso. Ahí hicimos noche, los guías nos contaron sobre el accidente y muchas anécdotas y al día siguiente salimos aun estando oscuro y tuvimos 12 horas de trekking: 7 para ascender y unas 6 para el descenso. Lo más duro de esta etapa son las dos últimas horas para llegar al hito porque son 1.800 metros de altura en una pendiente muy pronunciada. Le llaman el ataque final. Pero llegás al Valle de las Lágrimas y es cumplir el objetivo. Es emoción total. Algunos lloran, otros se quedan en silencio, reflexionando, otros respiran admirando el paisaje, muchos agradecen a sus familias y todos los que los acompañaron para que esto sea posible. Es indescriptible todo lo que se siente, es muy fuerte. Inevitablemente se hace una red tan potente entre quienes compartimos estos días que nos abrazábamos unos a otros”, relata el médico, sin dejar de lado que aún luego de llegar al memorial donde hay una gran cruz y un monumento recordatorio de todos los pasajeros (que está repleto de placas, rosarios, camisetas, banderas), restos del avión e inclusive el cementerio donde están los cuerpos de los pasajeros del avión, resta un día de seis horas más de recorrido a pie.

“Todo el tiempo vamos charlando entre pacientes y médicos, se hace una ligazón muy fuerte. Se habla mucho de la enfermedad y cómo lo vive cada uno, se repite mucho este logro de poder subir la montaña de uno mismo pero también se charla sobre el accidente del avión uruguayo y la superviviencia increíble de los chicos, aparte sobre el enorme desafío de la montaña. Creo que por ese paralelismo inevitable, es una experiencia muy fuerte. Y si bien cada uno lo vive a su manera y como puede, ese cúmulo de sensaciones y sentimientos que uno se lleva, te cambia la perspectiva de la vida, tal como pasa con el cáncer. Uno vuelve siendo otro. Ahí cuando entendí por qué Fernando me insistía tanto. Lo que él hace es algo increíble. A esta altura de las circunstancias más de 100 personas diagnosticadas con cáncer ya han vivenciado este ascenso tan significativo que les demuestra a ellos mismos, a sus familias, a sus conocidos y a todos los que se enteran de la travesía que se puede vivir con cáncer y que muchas veces el cáncer es una oportunidad para replantearse la vida que uno lleva”, dice con emoción, la misma que aún repercute en un grupo de Whatsapp de todos los integrantes del grupo de “andinistas”.

Y aunque la mayoría aún sigue procesando lo vivido, Petracci, Flavio (que ya se anotó) y todo el equipo médico y de logística ya empezó a pensar en el próximo periplo. Es que cada vez le llegan más pedidos de pacientes que quieren atravesar (su propia) montaña.

Volcarlo al papel

El 9 de abril pasado Flavio presentó en sociedad su primer novela, basada en las enseñanzas y vivencias de la Lita, su abuela materna, que fue un puntal para toda la familia. Y por esas cosas del destino en ese escrito que llevaba un tiempo escribiendo anunció su segundo libro, “La sociedad de Fernando”, en el que ya empezó a delinear lo que le ha dejado esta travesía, de la que todavía sigue procesando imágenes, sensaciones, reflexiones que ha rescatado en su memoria de semejante vivencia.

“Quiero contar el viaje, cómo estas vivencias de los médicos que nos dedicamos a este tipo de patologías nos acercan a los pacientes, tengo muchas ganas de compartirlo. Quiero incluir la experiencia de quienes lograron el objetivo pero también de los que no lo lograron porque también tienen mucho para contar y enseñarnos. Son los Numa Turcatti – el último en morir en el lugar del accidente, el 11 de diciembre de 1972 luego de haber intentado dos veces salir del avión y el que motivó al resto a buscar salvarse- de la cordillera. Lo mismo nos pasa con el cáncer. A veces sólo se cuenta la historia de los que se salvan pero un paciente al que le tocó afrontar un cáncer con propósitos de vida, tiene mucho que decir. Y es un aprendizaje para todos”, asegura.

Un profesional diferente

Flavio Albarracín se recibió en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Cuyo (UnCuyo). Hizo su especialidad en el Hospital de Clínicas en Buenos Aires, aparte de un fellowship en Hematología y Trasplante en el Hospital San Martino de Génova, Italia (beca European School of Oncology) y otro en Onco-Hematología en Phoenix Mayo Clinic.

Es Magíster en Investigación Clínica y coordina un proyecto de extensión desde el Hospital Universitario de Mendoza con estudiantes de los últimos años del secundario de la Un Cuyo bajo la consigna “¿Qué persona quiero ser cuando crezca?” que es ni más ni menos que un espacio para pensarse a sí mismo en un futuro como persona y como profesional. Este año ya le propuso a su amigo Pancho Velázquez, el hockista sanjuanino, ir a contar su experiencia de vida.

 

Por Paulina Rotman
Fotos: colaboración Flavio Albarracín y Francisco Brillembourg del área Comunicación Instituto Alexander Fleming