La restricción a la compra de dólares para atesoramiento fue la alternativa elegida una vez más para aminorar la salida de capitales -caída de reservas- que de agosto hasta la fecha, ya supera los U$S 20 mil millones. El agotamiento de las reservas del BCRA -a diciembre se calculan quedarán U$S 8 mil millones disponibles- y la escasez de divisas, se hicieron notar con los sucesivos estallidos del tipo de cambio. Luego del cierre del crédito privado internacional en abril de 2018 producto de la desconfianza y el elevado nivel de endeudamiento, la consecuente vuelta al FMI con su programa de austeridad y la rapidez con que se agotó esta generosa fuente, propulsó la incertidumbre electoral.

Este coctel explosivo se traduce directamente en expectativas de devaluación y la constante y firme tensión inflacionaria -inflación anual estimada del 55%-. Sólo en septiembre concurrieron a comprar dólares un 30% más de personas que el mes anterior, al mismo tiempo que se comenzaron a conocer nuevamente mecanismos y términos especulativos referenciados como "rulo", "contado con liqui", "dólar puré", entre otros.

En este marco la esperanza descansa en el hecho incierto de que los precios relativos de la economía se guíen por el tipo de cambio oficial y no por los ya mencionados tipos de cambio especulativos. Las elevadas tasas de interés funcionan como dique de contención, pero en una dosis tan elevada que repercuten desmesuradamente en los costos productivos. El cepo ayuda, pero si las tasas ceden demasiado, el paralelo reina y el oficial no funciona de referencia.

Un escenario de estabilidad es lo más deseado, no obstante ello la ampliación de la brecha cambiaria, las tarifas y el precio de los combustibles en revisión inminente, sumado al default virtual de la deuda, conspiran en contra. Pero aún en este escenario de estabilidad en clave de transición, la actividad económica y el empleo continuarán indefectiblemente en contracción. 

En suma: la elevada rentabilidad financiera inherente a este proceso, que como contracara no para de empujar costos productivos, el escaso margen fiscal para la implementación de políticas renovadas en este sentido, la demanda que se extingue con un mercado interno que sigue en caída libre, la incertidumbre cambiaria -y de precios-, adicionado a un contexto incierto en el exterior y la delicada transición política doméstica, reclama y obliga a todo el sector productivo a manejarse con estricta prudencia. El horizonte parece sombrío, el modelo especulativo parece oscurecerlo aún más, no obstante ello todo indica que la lección será al fin aprendida. Se impone como necesario un cambio de modelo. Un modelo productivo.

 

Por el economista Fabián Saffe