El sello artístico de Ignacio Fiol resuena entre la farándula foránea y la local por haber vestido modelos de la agencia de Pancho Dotto, figuras del espectáculo como Lizy Tagliani o Ingrid Grudke, pasando por muchísimas candidatas departamentales y Reinas del Sol de todos los tiempos -desde que llevaban sus cetros de verdaderas soberanas hasta que recibieron la jerarquía de embajadoras- entre otros personajes por demás conocidos. Alguna vez, sus prendas fueron aplaudidas en los escenarios de la Fiesta de la Nieve, las elecciones de Miss Mundo San Juan y Miss Trans Argentina -a cuya representante, Bárbara Pacheco, no solo le hizo creaciones para eventos en el país sino también cuando compitió en Barcelona-.

Su nombre ha ido ganándose un lugar de privilegio hasta llegar al programa más "fashionista" de la televisión argentina -La Jaula de la Moda que conducen Fabián Medina Flores, Claudio Cosano y Mariano Caprarola, alguna vez también fue de la partida Horacio Cabak-, la alfombra roja de los premios Martín Fierro y por ser quien hace con sus manos el vestuario con los que deslumbran en los escenarios artistas de la talla de Martina Flores Guidi (de hecho se llevó a Estados Unidos un conjunto de mini de cuero con aplicaciones de flecos de strass y un body con dos rosetones para una presentación que debe tener lugar por estos días), la jachallera talentosa Eli Dominguez y la vistosa Macarena de Pijama Party.
Lo que este diseñador albardonero nunca imaginó, aunque si deseó y con fervor, es ser el responsable de vestir alguna vez a "Barbie". El sueño se le hizo realidad por estos días cuando concretó ese anhelo lúdico e inocente, con ayuda de un equipo de técnicos, fotógrafos y especialistas en belleza. Entre todos, hicieron una producción de fotos (ver páginas 4 y 5) que quedarán plasmada para la historia de la moda, al menos local. Y por supuesto, en el corazón de Ignacio.

"Me di el gusto de vestir a Barbie con mi ropa, siempre quise que una persona se vea como muñeca, pero en tamaño real. Aunque soy de los que considera que todas las mujeres pueden ser como esta muñeca más allá de los cuerpos, sino por la actitud. De hecho, yo hago talleres reales porque me gusta que la gente disfrute de su cuerpo, que no se esconda bajo la ropa. Me gusta poder adaptar ese modelo con el que sueña", revela Ignacio quien en muy poco tiempo cosió cada prenda, también customizó zapatos, armó accesorios y bijouterie, hizo hacer una caja como las que contienen a las muñecas y consiguió un fotógrafo, un especialista en maquillaje artístico y peluquero, además de una esteticista que siguió cada uno de sus pedidos para lograr su objetivo. Ahora redobló la apuesta y ya empezó a delinear cómo será esta misma producción, pero parte II, como si fuese una película.

Puntadas firmes y finas
Tenía 12 años cuando hizo su primera obra. Fue un disfraz de elefanta -que incluía no solo el cuerpo completo, además de un casquete con la trompa y todos los detalles- para la fiestita de fin de año de su sobrina Alina -hija de su hermana mayor-, a quien le sigue dando los gustos a nivel de tendencias de moda. De hecho para su cumple de 15, le hizo tres vestidos diferentes, cuál más vistoso que cuál.
Aquel disfraz gris gustó tanto en el jardín maternal que varias mamás de los compañeritos de la sala le pidieron ayuda.
Desde ese momento no dejó jamás de coser y poner su impronta en cada confección, como su gusto por la superposición de telas, los brillos y las hombreras. Si bien su fuerte es la ropa de fiesta, también hace vestuarios, ropa "de todo andar" -como él la define a las prendas cotidianas- además de sacos y camisas para varones.
En lugar de salir a jugar en plaza de Albardón que está a metros de su casa, él prefería salir con su mamá a comprar telas. O aprovechar el tiempo, analizando diferentes aspectos de una prenda comprada desde cómo tenía adherido un cierre o la terminación de un ruedo hasta los detalles más ínfimos.
Cuenta que llegó a destinar todos los ahorros que venía juntando para pagar el viaje de egresados del secundario, a Bariloche, para comprarse una máquina de coser más moderna que la que usaba hasta ahora, esa que su mamá había comprado alguna vez pero nunca sacó de la caja, siquiera.
Es que desde que a los 15 vendió la primera prenda, ya tuvo su propia plata para invertir. Entonces sus padres cerraron la fiambrería que estaba al frente de su casa y él mismo financió la remodelación -con vidriera incluida- de lo que sería su taller y su atelier.
En pocas oportunidades recibió un consejo y una capacitación: la primera vino de Nidia, la vecina que era modista. Ella le enseñó a enhebrar la aguja de la máquina, algo básico. La otra vez fue cuando hizo un curso de un día sobre bordado Luneville, es la técnica francesa más representativa de la alta costura para la aplicación de pedrería y lentejuelas. Aunque él prefiere hacer otros bordados, como las flores en 3 D, que son tendencia pero que a su vez como es un detalle que él mismo realiza y luego aplica le dan a cada prenda una característica de singularidad difícil de encontrar en una tela comprada.

Jamás estudió diseño de indumentaria -aunque lo tenía en sus planes debía mudarse porque no se dictaba la carrera en San Juan pero eso para él le significaba dar un volantazo en el camino que había empezado con las clientas- ni cualquier otra formación profesional afín al mundo de la moda. "Entré a Diseño Industrial porque me dijeron que era algo parecido, pero nada que ver. Yo tenía muy claro lo que quería ser pero sentía que perdía el tiempo y que no me daban las herramientas que precisaba. Por ejemplo siempre que me pedían un trabajo yo lo aplicaba un vestido. Entonces mis piezas eran textiles siempre. Llegué a crear un vestido de cartón. Obvio que a los profesores les encantaba pero un día dije basta y abandoné", cuenta.
Nunca hizo un boceto, ni una prueba en una tela más ordinaria o usada. Hasta la actualidad, nunca ha dibujado (salvo que alguien se lo pida expresamente). Su técnica es armar la prenda en el maniquí porque le permite ir viendo cómo va quedando. "Es más real. Le pongo tela, le saco cuando hace falta. Tengo la imagen de cómo va a quedar a diferencia de un dibujo que nunca uno sabe el resultado ni puede plasmar el peso de la tela, la caída. Inclusive mientras se lo mido lo hago una sola vez- voy cambiando lo necesaria. Nunca un vestido termina cómo cuando empezó, siempre le doy mi toque", se confiesa.

La mayoría de las veces no toma medidas. Ni siquiera a las estrellas de la farándula (a quienes les calcula el alto y algunos puntos clave al mirarlas en la tele, tomando como referencia un objeto, a partir del cuál calcula). Y dice que al menos hasta ahora, no se ha equivocado. "Es como que tengo la medida en la mente voy cortando. Es algo que me sale naturalmente y por suerte no tengo errores hasta el momento", dice dejando traslucir la seguridad con la que trabaja este joven que este año va a cumplir 15 en el mundillo de la moda, por lo que piensa festejar con un desfile en el que se refleje su trayectoria a través de los vestidos que marcaron su destino. Por suerte, su mamá resguarda muchas de las costuras que lo llevaron a la fama, también los que les hace a ella y a sus hermanas obviamente. Entre esos, se cuentan algunos de sus vestidos favoritos que diseñó para la Reina Nacional del Sol del 2016 Gabriela Puerta -aparte de candidatas de Albardón, Caucete, Chimbas, Capital, Rivadavia de distintas ediciones-, la modelo Eugenia Sánchez, Bárbara Pacheco, Lizy Tagliani o Ingrid Grudke.

Reconoce que como materia pendiente le falta hacer Alta Costura con cuero, bordar algunos elementos autóctonos a las prendas que confiesen su amor por la tierra albardonera -como por ejemplo semillas, tal como hizo en el workshop que hizo el creador franco camerunés Lamyne M. con el apoyo de la Secretaría de Ciencia y Tecnología en 2019- e incursionar en la moda circular. Tiene tiempo. Apenas si tiene 27 años y muchas figuras luciendo sus creaciones.


Por Paulina Rotman
Fotos: colaboración Ignacio Fiol

