Y precisamente, como en los cuentos de hadas, esa misma tarde, atiborrada de clicks fotográficos, algo hizo click entre Grace y Rainiero: el auténtico amor inundó de luz diáfana los espacios palaciegos de una residencia creada en 1191 como una gran fortaleza, la de la augusta familia Grimaldi. Y a partir de ese momento todo cambiaría en el Principado.

Era la historia de una pareja ideal, cada uno con biografías muy marcadas y populares en todo el mundo. Naturalmente más ella, de 26 años, nacida Grace Patricia Kelly en el seno de una familia irlandesa y católica, en Filadelfia, Pensilvania, y convertida en pocos años en celebridad de la meca del cine mundial, Hollywood. Había filmado once películas junto a Gary Cooper, Clark Gable, Rid Milland, Bing Crosby, entre otras estrellas. Él, Rainiero III, príncipe de 34 años, titular de la tradicional familia Grimaldi, rectora del principado de Mónaco, una de las diez monarquías constitucionales de Europa, con el príncipe Rainiero como jefe del Estado. Hijo de la princesa Carlota de Mónaco y el príncipe Pedro de Polignac era poseedor de más de un centenar de títulos de nobleza, entre ellos, los de duque de Valentinois, marqués de Beaux, barón del Bosque, señor de San Remys y señor de Matignon.

Del podio de Hollywood al trono de Mónaco

Vinieron encuentros frecuentes entre la pareja, y todo fue tan rápido que en un abrir y cerrar de ojos llegó la ceremonia de compromiso matrimonial en enero de 1956. Los medios de comunicación insistían en hablar de amor a primera vista. Grace recibió de su futuro esposo un anillo de diamante de talla esmeralda de 10,47 kilates. Lo usó en su última película antes de la boda, "Alta sociedad”, dirigida por Charles Walter. Poco después, el 19 de abril del mismo ’56 llegaría la pomposa boda que los críticos de entonces calificaron como una de las más importantes del siglo XX. Para la flamante princesa Grace, la "pantalla” del principado de Mónaco era gigante, mil veces la del cine que ella tanto conoció desde adentro. Para Rainiero era la felicidad sin límites. Es que, hasta el momento de descubrir el amor de Grace, el príncipe reinante había vivido más momentos desdichados que felices, incluso muy joven perdió a sus padres. Y se le habían conocido romances cortos, pero ninguno había llegado a buen puerto. Por todo eso era tan importante su matrimonio con la cotizada actriz, musa de Alfred Hitchcock, que cambió el podio de Hollywood por el trono de Mónaco. Para los críticos de la época Grace fue para Rainiero "el despertar definitivo de su vida”.

Tres hijos y los primeros disgustos

Y pronto llegaron los hijos, tres: Carolina, Alberto -el actual príncipe de Mónaco- y Estefanía, que les dieron mucha felicidad y algunos dolores de cabeza, sobre todo a la hora de elegir sus parejas. La prensa del corazón se ocuparía aún más de la familia, al punto de que la famosa revista "Hola”, luego también "Hello” en su versión inglesa, aseguraba la mejor venta de cualquiera de sus números si en portada aparecía alguno de los miembros de la familia monegasca, primero Grace y tras su muerte, su hija mayor, la princesa Carolina. Esta le daría el primer disgusto a la pareja, al casarse con Phillip Junot, un bohemio por definición, y varios años mayor que ella. Fue un simple capricho de adolescente y la primera oposición vino de Grace, pero no hubo nada que hacer. Muy pronto, la pareja fracasaría por la afición de Junot a las fiestas y a salir con otras mujeres. La anulación del matrimonio significaría otro problema para la pareja principesca, porque provocó un conflicto entre el Estado de Mónaco y el Vaticano, que llegó a solucionarse. Tras una larga depresión de Carolina (con terapia de adelgazamiento y estudios en Inglaterra), que entristeció mucho a sus padres, vinieron dos supuestos y fugaces amores, uno con nuestro tenista más emblemático, Guillermo Vilas y otro con el italiano Robertino Rossellini, hijo del famoso director de cine.

Pero rápidamente llegaría el amor de su vida y su segundo matrimonio de la mano de un italiano multimillonario, Stéfano Casiraghi, en diciembre de 1983. Del matrimonio nacieron tres hijos (Andrea, Carlota y Pierre), pero por esas cosas del sino trágico de los Grimaldi, Casiraghi murió en un accidente mientras navegaba en aguas italianas cuando buscaba revalidar su título de campeón del mundo de off-shore. Carolina le había insistido que no participara de ese campeonato. La vida sigue, y tras algún flirteo pasajero, aparece el último hombre de su vida, hasta ahora, el príncipe Hannover. Mientras tanto, el príncipe Alberto, cabeza del Principado, se casa en julio del año pasado con Charlene Wittstock. Tiene dos hijos extramatrimoniales de una anterior pareja.

Estefanía, la princesa que se enamoraba de sus guardaespaldas

Estefanía fue siempre la hija preferida de Rainiero, pero no le ha dado descanso con sus cambios de novios. A los 16 años tuvo un romance con Paul Belmondo, hijo de la estrella de cine francés Jean-Paul Belmondo. Luego la prensa la vinculó con Anthony Delon, hijo del también actor francés Alain Delon. La joven princesa, a su vez, cumplió su sueño de ser cantante pop y lanzó su primer trabajo sin mayor éxito. Tras irse a vivir con su novio de entonces, Mario Oliver, el mismo año quedó embarazada de su guardaespaldas, Daniel Ducruet con quien se casa en 1995 y luego se divorcia. Dio a luz a su hijo Louis Robert Paul en 1992, y a su hija Pauline Grace Maguy en 1994. Estefanía tuvo otra hija, Camille Marie, nacida en 1998 de Jean Raymond Gottlieb, otro guardaespaldas real. Luego de otras relaciones y separaciones, hoy no se le conoce pareja estable.

Muerte y fin de una época dorada

El 13 de septiembre de 1982 quedaría marcado como el día más trágico en muchos años de historia de Mónaco. En un accidente dentro del Principado, Grace Kelly perdió su vida, mientras conducía su automóvil junto a Estefanía. La noticia impactó a todos y en todo el mundo. El pequeño estado, de 200 hectáreas de superficie, parecía una enorme residencia de luto. Desde los ingresos al Principado, los crespones negros y las fotos de Grace con un lazo oscuro se multiplicaban a centenares. Los negocios permanecían cerrados, todos con este mensaje "Fermé. Deuil national” (Cerrado. Duelo nacional). Para comprar un sándwich o tomar una coca-cola, en medio de altísimas temperaturas, había que acercarse al pueblo italiano más cercano. Sólo se distribuía agua por parte del personal del Principado.

Había fallecido trágicamente la princesa reinante, pero era como si a cada monegasco (a la sazón unos 25 mil habitantes) se le hubiese muerto alguien de su propia familia. Y algo de eso era verdad. Todos querían a Grace Kelly porque reconocían que desde su boda con el príncipe Raniero, Mónaco había recuperado el esplendor de sus tiempos más brillantes, y con ello el turismo y las finanzas se habían multiplicado considerablemente.

Desde ese momento los tres hijos de Grace y Rainiero ocuparon cada vez más espacio en las crónicas mundanas, con comportamientos que dieron mucho que hablar, como acabamos de ver. Veintitrés años después, en 2005, moría Rainiero tras 55 años de reinado. Como queda dicho, lo sucedió en el trono su hijo, el príncipe regente Alberto, bajo el nombre de Alberto II.

La tumba de amor eterno

La inolvidable y mágica boda de la actriz de Hollywood con el "príncipe triste”, en la Catedral de Mónaco fue la consagración de una historia de amor indiscutible. Pero ya no es más que eso, pura historia. Ahora, la pareja feliz que hizo dichoso a todo un Principado y que emocionó a gente de todo el mundo, sólo existe en el recuerdo. Ambos yacen, uno al lado del otro, en la Catedral de San Nicolás, a 200 metros del Palacio monegasco, cubiertos de flores frescas que se cambian todos los días. Es el descanso definitivo. Cripta cuya imagen se llevan cada hora miles de turistas en sus máquinas de fotos o celulares, como símbolo de una novela real de amor, que ni Hollywood pudo llegar a imaginar jamás.