Por lógica, naturaleza, ciencia y amor, Carolina y su hija tienen millones de cosas en común. Pero hay algo, sin embargo, que va a unirlas de por vida. Como lo hacía el cordón umbilical en la panza. Elllas, desde hace siete meses, comparten un riñón, órgano que la mamá le donó y lo que les permite a ambas disfrutar de la vida.

Guadalupe fue super esperada: la primer nieta por la rama materna y "la nena” después de muchos años de no tener bebés en los Rachid, la familia paterna. Nació "sanita, gorda, rosada, hermosa”, tal como llena de calificativos su mamá a la niña que pesó 3,800 kilos, aquel 11 de julio del 2011.

El primer año fue el de una bebé normal. Creciendo y maravillando a quienes estaban a su alrededor. Pero después de su cumpleaños un simple resfrío, que con los días se convirtió en broncoespasmo, fue el iceberg de una patología a la que todavía no le encuentran una explicación científica. Es que ante ese cuadro respiratorio Guadalupe fue medicada pero como no se normalizaba, la tuvieron que internar porque hubo un factor más que empeoró las cosas: en menos de 24 horas se deshidrató. Entonces el tratamiento fue con sueros en terapia intensiva por 12 días hasta que su cuerpito se estabilizó y así le dieron el alta médica, pero con una condición, la de comenzar una serie de estudios para seguir de cerca el estado de sus riñones, los que literalmente se habían paralizado, provocándole una insuficiencia renal crónica.

"Como papás decidimos que no teníamos nada que esperar, pese al dolor inmenso que teníamos. De inmediato nos pusimos a correr a su lado”, dice la mamá que traduce que correr significó luchar contra la enfermedad.

Es que ni Carolina ni Alejandro (su esposo) querían ver a la pequeña conectada a una máquina para vivir. Por el contrario, soñaban para ella ni más ni menos que una vida común y corriente, con plazas, playa, juguetes, cumpleaños. Entonces tomaron las riendas. A los pocos días y por varias jornadas enteras la sometieron y se sometieron a estudios en el Hospital Italiano de Buenos Aires para ver por qué sus riñones no funcionaban correctamente. +Allí nos encontramos con uno o con muchos ángeles de la guarda, especialmente con un médico jubilado, viejito, de cabeza blanca que ama la profesión. Volvimos el 1¦ de octubre del año pasado con una certeza: Guadalupe tendría que someterse a un trasplante para poder seguir viviendo”, resume los innumerables hechos por los que tuvieron que pasar, como que por ejemplo la chiquita tuvo que cumplir con estrictos parámetros para poder llegar a la operación en condiciones, lo que incluyó llevar a una asepsia total en su habitación (lo que implicó una limpieza general dos veces al día y cambiar peluches y hadas con plumitas por una ventana con doble vidrio para evitar el ingreso de polvo en suspensión e incorporar aparatología médica en lugar de juguetes); tener una dieta hiposódica -sin una gota de sal- lo que no fue complicado porque recién empezaba con sus primeras papillas, volver a tomar teta para reforzar sus defensas, y llegar a un peso ideal de 10 kilos.

"Estaba muy debilucha. Pero hicimos todo al pie de la letra para darle una mejor calidad de vida”, recuerda Carolina con lágrimas incontenibles en sus ojos.

Pese a la fuerza y la esperanza que rodeaba a la familia Rachid Varzola, a Guadalupe tuvieron que empezar a dializarla en noviembre del año pasado. "Para eso tuvieron que colocarle una cánula en su pancita. La conectábamos de noche para evitar complicaciones. La nena pasaba 5 horas dializándose, de noviembre a marzo, todas las noches. Ni siquiera yo podía estar a su lado porque había que evitar traspasarle o generar bichos. Era la única posibilidad. Pero era necesario ya que el aparato hace lo que el riñón no puede hacer”, agrega la mamá que muchas de esas largas y penosas noches aprovechó ese largo tiempo escribiendo sus sensaciones, miradas y sentimientos en un cuaderno que pronto se convertirá en un "libro de vida” para su hija, con momentos felices y otros un poco tristes.

Y justamente ese tiempo fue también un punto de inflexión: podían seguir esperando un donante cadavérico -aunque en ese entonces había en San Juan 4 niños menores de 2 años en la misma situación que Guadalupe- o poner el cuerpo. "Nos resistíamos a tener que someter a nuestra hija a esto, especialmente porque teníamos la solución en nuestras manos. Nosotros seríamos los donantes para que ella fuese una nena feliz. Y luego de una larga seguidilla de estudios concluimos que si bien Ale era 99 por ciento compatible con ella y yo un 89-90 por ciento, sería yo la candidata porque con su papá tenían factor y grupo sanguíneo diferente y eso complicaba las cosas”, explica feliz por los resultados del trasplante de su riñón que pese a que era del doble del tamaño del de su hija (que medía sólo 6 centímetros) se adaptó perfectamente y a los 10 segundos le dio otro panorama de la vida.

"La operación -que fue el 14 de marzo pasado justo para el Día Mundial del Riñón y un día después de la presentación de Bergoglio como Papa, mi símbolo de fe- fue muy larga y dolorosa. Pero lo volvería a hacer una y mil veces más. ¿Por que qué no hace una mamá por su hijo? Todo. Creo que yo apenas si he hecho algo por ella. Nos queda mucho por compartir. Y si por esas cosas del destino tengo que donarle el hígado o el órgano que sea por supuesto que lo voy a hacer. Vale la pena. Volví a darle vida y eso es lo mejor que me ha pasado”, asegura esta mamá orgullosa de su capacidad de dar vida, mientras la chiquita la llena de besos y abrazos, quizás la mejor manera de agradecerle este gran gesto de amor.