La Capilla Sixtina a quinientos años de la finalización de la pintura de su bóveda mantiene incólume el "aura" y, por ello, tanto la dignidad de las concepciones que sostienen los elementos perceptibles como la riqueza de sentidos. Desde el punto de vista cultural, en ella se puede leer el momento de apogeo de la cristiandad y el inicio de la modernidad. Considerada desde la óptica artística, Miguel Ángel en los frescos llevó el estilo florentino y la manera antigua a su culminación, mientras que en el Juicio Final – ejecutada veinte años después – transpuso los márgenes impuestos por los cánones del Renacimiento. La conservación de su poder de conmoción despeja una vez más la pregunta por la eternidad de la belleza puesto que, por una parte es uno de los símbolos más acabados de su época, pero con toda evidencia la trasciende.
A la hora de valorar el logro de la humanidad que se manifiesta en esta obra es necesario mencionar que ella se ejecutó en una época en la que las creencias sufrieron cambios y revoluciones radicales. Las concepciones científicas y artísticas se reconfiguraron a partir de la expansión del Imperio Otomano y el descubrimiento de América. La situación de los Estados Pontificios estuvo atravesada por la guerra contra Venecia y Francia; a ella se agregó la permanente convulsión interna y los problemas de la disciplina eclesiástica – tema del Concilio de Letrán, cuyos participantes fueron los primeros que pudieron observar las pinturas de Miguel Ángel – y de la crítica realizada por Erasmo en su célebre "Elogio de la Locura" (1511). Para una interpretación desde el presente, esos años se pueden considerar las vísperas de la Reforma Protestante y la Contrarreforma – base de la cosmovisión de los siglos posteriores -, iniciada en 1509 por la prórroga de la venta de indulgencias para financiar la construcción de la basílica de San Pedro – otro de los grandes legados de Buonarroti -.
Como siempre, sólo es posible aproximarse a la Sixtina en una actitud ensayística y fragmentaria, puesto que los comentarios son evocaciones mínimas de un efecto inefable. Sólo como homenaje se trae a la memoria la imagen de Jonás, uno de los magníficos elementos iconográficos que desarrolló en el conjunto de escenas que representa a los profetas y las sibilas. A través de ellos, el Autor sostiene el carácter sagrado del Antiguo Testamento y, con ello, rescata a los textos judaicos – que por entonces era cuestionado entre otros por el Emperador Maximiliano I -. Al agrupar los profetas con las sibilas de la antigüedad pagana reafirma el programa iniciado por los humanistas desde principios de cuatrocientos. Finalmente, a través de los relatos en los que estos personajes representados intervienen, recuerda a sus contemporáneos la necesidad de conversión, ya que ellos denunciaron la falta de fidelidad del pueblo elegido a la par que alentaban la esperanza de redención.
A diferencia de los otros profetas y sibilas que escriben o leen, Jonás contempla y escucha a Iahvé. En una anatomía escorzada hasta el límite logra plasmar un instante de éxtasis y de comunicación con lo divino. Pero como la misión de este profeta fue predicar y lograr la conversión de la ciudad pecadora, la imagen aúna contemplación con la fuerza y la acción en potencia. En la figura se contrapone y equilibra de modo perfecto la línea que define el rostro y la tensión manifiesta en el cuello.
Jonás es un triunfo claro y audaz del estilo sobre la mera representación del movimiento y la expresividad externa. El paroxismo y el movimiento se ven contenidos por la composición y descubre la invención de un lenguaje para expresar convincentemente la idea a través de formas coherentes, cuyo valor toma distancia en relación con lo decorativo y la ilustración. Para ello, Buonarroti desplegó un oficio reflexivo que se convirtió en paradigma de los artistas posteriores. El dinamismo es logrado a través de recursos innovadores puesto que sólo contaba con una cantidad pequeña de colores y las dificultades del punto de vista fueron resueltas por medio de intensos contrastes que dan consistencia a los volúmenes, líneas que definen los primeros planos y esfumados con colores translúcidos para crear la profundidad.
Quinientos años después de su creación, esta sabia articulación de formas cerradas en espiral permiten acceder a un plano de armonía formal, vivencias y estados de ánimo que representa y trasciende tanto al autor como a la época. Miguel Angel, en el Soneto X señaló su idea de belleza: La belleza que ves en verdad está en ella, pero crece al subir hasta un lugar mejor, y por los ojos mortales viene al alma. Ahí divina se vuelve, honesta y bella, Pues semejante a sí es todo lo inmortal: Y ésta, no aquélla, se llega hacia tus ojos. Los frescos de la Capilla Sixtina conservan la tensión de los mortales hacia un plano en el que irrumpa lo eterno.

