Cuando esos terrenos todavía pertenecían a Valle Fértil y no a Ullum como en la actualidad, en medio del desierto, junto a la ruta que llevaba a Iglesia, la mina de oro Hualilán se erigía ostentosa. Era, con sus modernísimos motores a vapor, su planta y sus construcciones, la estampa más característica del modelo de mina sanjuanina desarrollada por capitalistas ingleses. Pero lo que al principio ya se planteaba como obstáculo, al final, en la primera mitad del siglo XX, terminó siendo su sentencia de muerte: la falta de agua, no sólo para el proceso de extracción del mineral, sino inclusive para la supervivencia de quienes trabajaban allí.
Las primeras actividades mineras en Hualilán datan de la época colonial. Pero fue hacia la segunda mitad del siglo XIX cuando se empezó a sistematizar, incluso con informes que pedían hacer perforaciones para poder extraer agua. El recurso era fundamental para el consumo humano, para la alimentación de los animales de la zona y para el proceso de industrialización incipiente de la minería aurífera en el lugar.
Tan importante era la escasez de agua en ese momento, que, según un informe elaborado poco antes de 1870, existía la versión de que hasta un mecánico inglés, enviado especialmente a trabajar en la mina, había muerto por falta de agua.
Los capitales británicos comenzaron a ponerse en marcha hacia 1863. La inversión era evidente. En las instalaciones sobresalían los molinos, las grandes máquinas a vapor (constituían toda una novedad en estas tierras a partir de la Revolución Industrial), las edificaciones hechas a propósito para resguardar motores, así como las destinadas a oficinas y viviendas; y los laboratorios, que daban la impronta de avance científico y tecnológico a las instalaciones.
Pero aún toda esa infraestructura no era suficiente. La falta de agua seguía haciendo mella, y los procesos de industrialización no habían sido llevados a cabo con toda la eficiencia que se requería. Eso generó muchos residuo y relaves, que posteriores explotaciones intentaron aprovechar.
No faltaron incluso los pirquineros que cada tanto incursionaban en esa zona, en busca de oro a separar de la roca ya descartada por la industrialización previa. No fue algo menor: en el ámbito empresarial se veía muy mal la actividad de los pirquineros, a quienes tildaban de “plaga” porque, tras su paso por las instalaciones, quedaban galerías destruidas y estructuras desmontadas, para llevarse las maderas. Y llegando a la mitad del siglo XX, el lugar quedó totalmente inactivo, por no ser ya redituable.

