No es Gulliver ni tampoco el Golem de Borges pero se lo ve caminar por la biblioteca desde cualquier rincón. Como un gigante, dueño del lugar, pese a su contextura menuda. No es alguien que llame la atención pero su presencia se hace sentir. Quizás porque nunca llega solo. Gotrán Gallardo Torres, un desgarbado personaje con traje de varios años en su haber y con un maletín de tela, tiene asistencia casi perfecta en la Biblioteca Franklin. Sólo falta cuando aparece una changa que le permite "ganarse unos pesos para vivir”. El resto del tiempo, lo dedica a la lectura. A ésta, su "casa”, va acompañado por "El Nero”, "La Chiqui” y "La Gordi”, que no son protagonistas de ningún libro, sino sus inseparables perros callejeros, "los amigos de cuatro patas y compañeros de vida”. Las dos perras lo esperan en la vereda, pero el macho no se resiste a la tentación de deambular por uno de los lugares habituales de su amo.
No recuerda a ciencia cierta, cuándo fue la primera vez que pisó la Franklin. Aunque sí sabe que va casi todos los días y pasa muchas horas allí. "Desde que abren hasta que cierran y me echan. Esta es como mi casa”, ejemplifica el hombre que en realidad vive de prestado en un taller mecánico. Por supuesto que los fines de semana, cuando la biblioteca está cerrada, extraña la rutina.
"Los libros me han enseñado todo lo que sé. Yo leo lo que sea: clásicos, novelas, libros de historia, en inglés. Y la Biblia, por supuesto. Es más, a los libros les debo hasta mi nombre, Gotrán. Mi madre lo sacó de una novela, de esas que vendían en la puerta de las casas, De ahí sacó una historia de un detective con ese nombre de origen francés y lo eligió para mí”, dice Gotrán, quien está catalogado, tanto por las autoridades como por los empleados, como el mayor lector que tiene la primera biblioteca popular.
A decir verdad, no hay registro de la cantidad de ejemplares que lleva leídos. No es socio por lo tanto no tiene la ficha personal donde se anotan los títulos que solicita. "No puedo comprometerme a pagar la cuota porque no tengo un trabajo fijo. Por eso vengo a leer en la sala. Eso para mí es como el alimento diario, lástima que la gente en su mayoría no lo vea así. Hoy se lee poco por eso estamos sumidos en semejante pobreza cultural. Por eso yo apuesto a los jóvenes y los niños con quienes estoy trabajando ahora, enseñándoles inglés y traduciéndoles un libro de Ciencias. Quizás estas humildes tareas puedan demostrarles que los libros no llevan a mundos paralelos, a mundos desconocidos y a mundo que abren la cabeza”, explica su visión.
Es que Gotrán sabe de qué habla. Por mandato paterno dejó la escuela cuando terminó el 3º grado de la primaria. "Él decía que si uno era hijo de obrero, su futuro era ser obrero. Entonces se acabó para mí la escuela”, cuenta el mayor de siete hermanos con los que perdió todo el contacto con sus familiares.
Dejó la escuela pero no su afán por aprender. Ni tampoco su pasión por la lectura. No quería ser analfabeto. "Como trabajaba en las plantas procesadoras de cobre, tenía algo de plata para comprar libros. Igual mi padre decía que gastaba la plata en basura. No puedo decir que no haya un día en mi vida que no haya leído aunque más no sea una página”.