Nos acercamos a la conclusión de un año más. Los católicos hemos celebrado el Año de la Fe, instituido por Benedicto XVI y clausurado por Francisco. En el n.9 de la Carta Apostólica "Porta Fidei", Joseph Ratzinger señalaba que todo este tiempo debía tener como finalidad la conversión y ayudar a suscitar en todo creyente la aspiración a confesar la fe con renovada convicción. Pero uno de los grandes regalos que tuvimos en este Año fue el de un Papa que ha suscitado la admiración de todo el mundo. ¿Dónde está el secreto de él? En la sencillez de la fe que contagia y la serenidad de la paz que irradia. Desde un primer momento, luego de la elección, él mismo lo ha señalado en varias ocasiones, que la paz de Dios inundó su corazón y comenzó su misión sin temor. Es que eso es la fe. El escritor, poeta y director de cine italiano, Pier Paolo Pasolini acostumbraba a subrayar que la fe no es un abandono ciego o de ojos tapados, sino una confianza consciente, coherente y convencida. Y además, la fe nunca aleja de la gente o hace acepción de personas, sino que es integradora e inclusiva. La persona de fe no tiene prejuicios ni objeciones para con los demás. Más aún, se siente feliz junto a los que Jesús eligió como amigos. Por eso el testimonio iluminador del Papa el día de su cumpleaños: invitar a cuatro personas de la calle para que ingresen a su casa y compartan la mesa con él. Quien cree nunca está solo. La escritora y periodista italiana Oriana Fallaci decía: "¡Oh Dios mío, si yo creyera en ti! Me gustaría tener fe, porque quien no cree en Dios se encuentra muy solo. He envidiado muchas veces a quien cree".
Pero la fe no es para conservarla como si fuera una muestra de laboratorio. El apóstol Pablo, al final de su vida, hace un balance fundamental, y dice: "He conservado la fe" (2 Tm 4,7) ¿Cómo la conservó? No en una caja fuerte. No la escondió bajo tierra, como aquel siervo un poco perezoso, del que habla el evangelio. San Pablo compara su vida con una batalla y con una carrera. Ha conservado la fe porque no se ha limitado a defenderla, sino que la ha anunciado, llevándola lejos. Se ha opuesto decididamente a quienes querían conservar, "embalsamar" el mensaje de Cristo dentro de los confines de Palestina. Por esto ha hecho opciones valientes, ha ido a territorios hostiles, ha aceptado el reto de los alejados, de culturas diversas, ha hablado francamente y sin miedo. San Pablo ha conservado la fe porque, así como la había recibido, la ha dado, yendo a las periferias, sin atrincherarse en actitudes defensivas.
Algunos se preguntarán: ¿tiene sentido vivir la fe en familia? ¿Cómo vivir la fe en un hogar? Quien se casa dice el día de la boda: "Prometo serte siempre fiel, en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida". Los esposos en ese momento no saben lo que sucederá, no conocen la prosperidad o adversidad que les espera. Se ponen en marcha, como Abrahán ¡Y esto es el matrimonio! Ponerse en marcha, caminar juntos, mano con mano, confiando en la gran mano del Señor. ¡Mano con mano, siempre y para toda la vida! Y sin dejarse llevar por esta cultura de la provisionalidad, que nos hace trizas la vida. Con esta confianza en la fidelidad de Dios se afronta todo, sin miedo, con responsabilidad. Los esposos cristianos no son ingenuos, conocen los problemas y peligros de la vida. Pero no tienen miedo a asumir su responsabilidad, ante Dios y ante la sociedad. Sin huir, sin aislarse, sin renunciar a la misión de formar una familia y traer al mundo hijos. Los sacramentos no son un adorno en la vida. El día del casamiento no falta quien dice: "¡Pero qué hermoso matrimonio, qué bonita ceremonia, qué gran fiesta!". Eso no es el sacramento ni la gracia del sacramento. Eso es un adorno. Y la gracia no es para decorar la vida, sino para darnos fuerza en la vida, para darnos valor, para poder caminar adelante. Sin aislarse, siempre juntos. Los cristianos se casan mediante el sacramento porque saben que lo necesitan. Les hace falta para estar unidos entre sí y para cumplir su misión como padres: "En la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad". Así dicen los esposos en el sacramento, y en la celebración de su Matrimonio rezan juntos y con la comunidad. ¿Por qué? ¿Porque así se suele hacer? No. Lo hacen porque tienen necesidad, para el largo viaje que han de emprender juntos: un largo viaje que no es a tramos, ¡dura toda la vida! Y necesitan la ayuda de Jesús, para caminar juntos con confianza, para quererse el uno al otro día a día, y perdonarse cada día. Y esto es importante. Saber perdonarse en las familias, porque todos tenemos defectos, ¡todos! A veces hacemos cosas que no son buenas y hacen daño a los demás. Tener el valor de pedir perdón cuando nos equivocamos en la familia. El Papa Francisco decía que para sacar adelante una familia es necesario usar tres palabras: permiso, gracias, perdón. ¡Tres palabras clave! Pedimos permiso para ser respetuosos en la familia. "¿Puedo hacer esto? ¿Te gustaría que hiciese eso?". Con el lenguaje de pedir permiso. ¡Digamos gracias, gracias por el amor! ¿Cuántas veces al día dice el esposo gracias a su mujer, y la mujer a su marido? ¡Cuántos días pasan sin pronunciar esta palabra: Gracias! Y la última: perdón: Todos nos equivocamos y a veces alguno se ofende en la familia y en el matrimonio, y algunas veces se dicen palabras fuertes. No habría que acabar la jornada sin hacer las paces. ¡La paz se renueva cada día en la familia! "¡Perdóname!". Y así se empieza de nuevo. Permiso, gracias, perdón.
Pero la fe de los adultos debería contagiar la vida de los adolescentes y de los jóvenes, los cuales a veces creen en una autonomía cuasi absoluta, basada en el vigor y la fuerza de los años. El Papa Francisco en su alocución a los jóvenes el 27 de julio, con ocasión de la Jornada Mundial en Río de Janeiro les decía: "Jesús quiere discípulos jóvenes que jueguen en su equipo. Él les ofrece algo más grande que la Copa del Mundo. Les ofrece la posibilidad de la vida fecunda y feliz, y un futuro con él que no tendrá fin, en la vida eterna. Pero pide que paguemos la entrada: "afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de la fe. No se metan en la cola de la historia. Sean protagonistas. Jueguen para adelante. Pateen adelante, construyendo un mundo mejor". Creo que al culminar un año más, la gratitud, que es la memoria del corazón, nos lleva a agradecer por el don maravilloso de una fe que nos permite creer para ver y no ver para creer. Agradecer y apostar a la familia y a los jóvenes, a los ancianos y a los niños. A los extremos, como nos pide Francisco. De este modo, el mundo será una casa habitable, digna de ser vivida, donde nadie se sienta extraño, ya que todo lo que Dios ha creado no es para que algunos se sientan satisfechos, sino para que todos experimenten la felicidad que se acrecienta cuando se comparte y reparte.

