San Juan tuvo su propio Miguel Angel. LLegó en la década del 40 para hacer el monumento a Juan Jufré en la Plaza de Concepción, y aunque Mendoza había sido el lugar elegido luego de dejar su Uruguay natal, no dudó en quedarse y echar aquí sus raíces. Conocido por ese monumento, por los relieves del ex hotel Sussex (actual Legislatura), los frisos de la iglesia de Desamparados, el monumento al padre salesiano Antonio Garbini, la estatua de Federico Cantoni; el monumento a San Martín en Luján de Cuyo; los bustos de Paula Albarracín de Sarmiento en el Colegio Nacional, entre muchas otras obras emblemáticas de la provincia. Claro que también están sus retratos, menos conocidos, pero algo que le permitió sobrevivir y ser catalogado como "excelente retratista"".

Miguel Angel Sugo fue un verdadero autodidacta. Sólo llegó hasta segundo grado de la educación formal porque su familia, oriunda de la localidad uruguaya de Soriano, no estaba en condiciones de darle más estudios, algo que no significó ningún escollo para quien se perfilaba como un artista desde muy pequeño.

Recién a los 24 años, en Montevideo, pudo realizar los primeros talleres de escultura que le permitieron conocer el oficio y realizar la práctica porque el talento ya estaba.

Luego se trasladó a Buenos Aires donde también hizo algunas obras, pero pronto partió a Mendoza donde quedó obnubilado por la Universidad de Cuyo donde se dictaba Bellas Artes. No dudó en ofrecerse como ayudante porque conocía el oficio y sabía hacer moldes entre otras cosas. Logró ingresar hasta que unos meses después del terremoto del 44, San Juan realizó un llamado a concurso para hacer el monumento a Juan Jufré y se presentó al igual que su profesor en escultura, Lorenzo Fernández, pero lo ganó Sugo.

"Así llegó a San Juan, aunque para él fue una peripecia, no sólo por lo difícil de la obra sino porque no le pagaron los honorarios"", dice su único hijo varón Miguel Angel Sugo, músico y gran admirador de su padre.

Luego de conocer a Gabriela Ciuk, quien sería su esposa, instaló su taller que fue testigo de decenas de obras que ahora son un legado cultural.

"Creo que no me equivoco en asegurar que mi papá fue el último escultor de la zona de Cuyo que tenía el taller de fundición propio. El trabajaba en dos grandes áreas: figurativa y abstracta, pero para poder sobrevivir también hacía retratos, y fue catalogado como un gran retratista"", recuerda Miguel, quien compartió horas en su taller, llegó a fundir, pulir y colaborar en sus obras aunque su rama del arte fue otra. Pero, como lo que "se hereda no se hurta"", ahora a los 60 años está comenzando con una incipiente obra escultórica en el marco de opera portátil.

A su juicio las mejores obras fueron el monumento a Juan Jufré, el medallón tallado en Rivadavia al lado de las "ideas no se matan""; otra menos conocida como el monumento al indio en Angualasto. "Esta última es impactante porque además mi padre tenía un profundo respeto y amor por la identidad cultural, por los aborígenes y por estas tierras. Era un hombre muy amable que se hacía querer y también respetar"", dice.

Una anécdota señala que en 1994, llegó a San Juan Alberto Petrina, curador de arte de la Recoleta, para ver sus obras, y dijo que para él, el monumento de Juan Jufré era el más importante de la Argentina de la década del 50.

"También me emociona de mi viejo la creación de pequeñas obras que están en su casa y algunas en la mía. Se las pedí porque me gustaban. Me dejé una que formaba parte de una serie llamada móviles, o algo así porque él no le ponía nombres, salvo para la exposiciones. Es una obra que deja una piedra suelta dentro de la misma piedra volcánica esculpida (Basalto), luego las interconectaba con un sistema de rulemanes que la hacia móvil. Una cosa impresionante"", indica.

Miguel Angel fue un gran admirador de las ideas de Sarmiento, del tango de Gardel, de la cultura aborigen, entre otros aspectos menos conocidos públicamente.

"Voy a ser objetivo, y muchos dirán como decís eso de tu papá, pero no toda la obra de mi papá fue buena, pero eso está ligado con lo humano, es así. Yo soy músico y reconozco que de toda la obra de Mozart el 30 por ciento tiene real validez, el resto no, quizá porque no estaba inspirado o porque a veces para sobrevivir hay que hacer cosas por encargo, pero yo creo que no hubo otro escultor que se dedicara con esa vocación por la cultura como mi papá".

Sin duda que Miguel Angel no llegó a San Juan por casualidad. Era el lugar donde estaba la piedra que le permitiría pasar a la inmortalidad.