Los ojos de Julieta se llenan de lágrimas cuando cuenta que hace poco "se fue Maribel", una joven calingastina de Puchuzún, a quien cuidó varios meses en el Hospital Rawson donde estuvo internado por un terrible cáncer. Más allá que los voluntarios de la Casa de la Bondad están preparados para sobrellevar este tipo de situaciones porque reciben cursos de capacitación y cuentan con psicólogos, la muerte les pasa tan cerca que es muy difícil afrontarlo. Ella es una de las 110 voluntarias de esta institución que tiene como fin acompañar y amparar a enfermos terminales en la casa ubicada en avenida Paula Albarracín de Sarmiento, que si bien está inaugurada todavía falta contar con fondos para sostenerla en forma permanente, razón por la cual estos cuidados paliativos se hacen en el hospital.

Los cuidadores asisten en pareja a charlar, contener o simplemente leer un libro, si así lo quiere el enfermo que es quien determina lo que necesita, durante un máximo de tres horas por semana. "A veces lo que quieren es reconciliarse con un familiar distanciado o comer algo rico que no pudieron durante mucho tiempo, o ver a un hijo con el que tuvieron una diferencia, y uno trata de complacerlos. Una vez cumplido el deseo es impresionante la sensación de paz que transmiten", cuenta Julieta con un tono de voz muy cálido y apacible.

Lo curioso es que ella no solo es voluntaria de la Casa de la Bondad sino que también reparte su tiempo con Cuvhoni (Cuerpo de voluntarios del Hospital de Niños). Precisamente allí, una compañera la invitó a cuidar enfermos terminales, algo que le parecía "una locura", y luego entendió que dar es mucho más gratificante de lo que se piensa hasta que se hace.