Hace 40 años se casó y emigró a Buenos Aires, pero su pasión por la vitivinicultura heredada de su padre no le permitió desvincularse nunca de San Juan. Estela García decidió acondicionar la casa paterna para transformarla en su segundo hogar ya que acá pasa mucho tiempo para controlar de cerca todo lo que sucede en su bodega _La Guarda-, ubicada al lado de la UVT, muy cerca del centro.
Tuvo dos hijos, Laura y Fernando Ciácera, quienes se prendieron también en el proyecto y trabajan con ella desde el 2001, fecha en la que decidieron dar el puntapié inicial a la propuesta vitivinícola.
Fernando es ingeniero industrial y se encarga de la producción, pero es con Laura con quien trabaja codo a codo y a quien acompaña a los viajes al exterior para promover y comercializar sus vinos.
"Nosotros siempre tuvimos que ver con el vino, estuvo presente en nuestra mesa, nuestro abuelo materno se dedicó a la elaboración de vinos. Lo he vivido y lo he incorporado, de hecho aunque no nací en San Juan, he pasado muchos cumpleaños, muchas fiestas de Fin de Año y apuesto como nadie a esta provincia", dice Laura.
Madre e hija comparten muchos viajes de trabajo y lo disfrutan. "Trabajar con mamá es divertido (se ríe), por supuesto, que existe la diferencia generacional ya que todo se mueve mucho más rápido, pero ella es muy enérgica y se adapta muy bien. Estuvimos en Estados Unidos y tuvimos que recorrer muchos Estados en pocos días, fue agotador, sin embargo ella lo hizo con muchas ganas", indica.
El trabajo compartido no fue algo pensado, mucho menos cuando Laura era pequeña. "Cuando los hijos son chicos uno siempre piensa en que le gustará para el futuro, que decidirá para su vida porque uno debe dejarlos volar. Ella eligió su camino, igual que mi hijo, y se dió que ambas profesiones se complementaban muy bien para esta actividad. Cada uno tiene su rol y en el caso de Laura es muy creativa y eso le sirve mucho a la empresa. Yo la veo trabajar, es muy activa y cuando viajamos al exterior hace una gran tarea, habla muy bien el inglés y de esa manera presenta nuestros productos, convence a los importadores. Estoy muy orgullosa de mis hijos", relata la mamá.
Estela rescata del trabajo familiar que todos tiran para el mismo lado, buscan los mismos objetivos, aunque las tareas no terminan nunca, ni siquiera durante los almuerzos de fin de semana que es un encuentro en el que reaparecen los temas empresariales del momento y los proyectos para el futuro.
"Desde chica tengo el aroma del vino incorporado porque mi papá hacía vinos, también era ingeniero y analizaba vinos en el INV. Así es que para mi es muy importante que mis hijos se dediquen a esto. A veces me cuestan algunas decisiones por cuestiones afectivas, me cuesta dejar de ser la mamá pero las cosas siempre se solucionan y seguimos adelante", dice Estela.
Además de la organización diaria, las promociones, los viajes, la publicidad, también forman parte de la selección de varietales o blends que saldrán a la venta.
"Todos nos encargamos de probar los vinos y le damos nuestra opinión al enólogo -que es muy bueno-, para finalmente decidir que se fracciona, si necesita más tiempo o no, si está adaptado a nuestros mercados, todo es una decisión conjunta", explica.
Laura dice que el secreto de una empresa familiar es tener muy definidos los roles para que todo funcione bien. "Lo bueno de esto es que todo se discute de otra manera, de algún modo siempre está el sentimiento y tiramos para el mismo lado", asegura Laura.
Estela comparte la opinión pero también destaca que ella valora que el trabajo familiar les permite verse todos los días porque a esta altura de la vida cada uno ya formó nido propio.
"Ahora los veo crecer de otro modo. Empezaron teniendo nociones de la empresa y actualmente son expertos, andan por el mundo difundiendo y vendiendo nuestro producto, porque cada día se hace más difícil hacerlo y ellos lo hacen muy bien. El trabajo no se termina en un horario porque nos vemos y siempre está el tema presente, es bueno porque nos sirve para tomar decisiones importantes para la empresa y lo malo es que no descansamos nunca. el vino es un tema de siempre".
Estela, quien además de mamá, es abuela de Cristiano José, hijo de Fernando, reconoce la gran influencia familiar a través de relatos y de la misma experiencia que vivieron los chicos cuando pasaban tiempo en la provincia con su abuelo viticultor.
"Siempre les cuento a mis hijos que en mi época no había gaseosas ni los productos que hay ahora y mi papá nos daba un poquito de vino con soda o agua, quedaba rosadito y eso tomabamos. A mi me encantaba".
Del pasado que pesa en la empresa familiar, Laura avanza al ritmo de las exigencias y cuenta que "estamos intentando que la asociación de sommeliers tenga sede en la Casa de San Juan en Buenos Aires para que conozcan nuestros vinos y los apoyen. Creo que muy pronto tendremos novedades".
Madre e hija son muy diferentes físicamente, ya que Laura es muy parecida a su papá, pero ella reconoce tener cosas de ambos. "De mi mamá heredé ser muy sociable, me encantan las reuniones, compartir comidas, café, vinos con los amigos, nos gusta la música, en eso somos exactamente iguales", dice.
Ambas son fuertes, decididas y de gran personalidad, pero por sobre todas las cosas sienten mucho respeto y orgullo mutuo por lo que son y por lo que hacen.

