¿Sabían que la mitad de los residuos que hay en el mar son de plástico?

¿Que cerca de 100.000 mamíferos marinos mueren al año al comer o enredarse en bolsas de ese material?

¿Que el Mediterráneo español sufre la mayor concentración del mundo?

¿O que el uso medio de una de estas bolsas es de aproximadamente cinco segundos?

Aunque con retraso y, a la zaga de otros países de la Unión Europea, el Ministerio de Medio Ambiente español se ha propuesto declarar la guerra al plástico -poco a poco, eso sí- y lograr que en 2015 al menos el 70% de las bolsas que se utilizan sea biodegradable. Conocedora de esta directriz, una familia lanzó la primera empresa del país especializada en bolsas hechas con maíz y patata.

Como lo leen. «Son biodegradables compostables, lo que significa que se descomponen y se convierten en abono para la tierra. Tirar una de estas bolsas al campo es como tirar una cáscara de plátano. Mientras que una de plástico puede tardar 500 años en degenerarse y nunca termina de desaparecer, las nuestras, en contacto con microorganismos, se eliminan en sólo tres semanas», asegura Javier Fuentes. Este empresario de 38 años, antes de la construcción y ahora del reciclaje sostenible, echó a andar la pionera fábrica este verano junto a sus tres hermanos. Meses antes, y por puro azar, conoció a un ingeniero mexicano que buscaba financiación para sacar adelante el proyecto y la familia Fuentes decidió subirse al carro. En la actualidad, nueve personas trabajan en una empresa que han implantado en Algeciras, por su condición de punto estratégico, «dado el intenso tráfico de pasajeros y mercancías que soporta su gran puerto».

Pero ¿cómo se fabrica la nueva generación de bolsas? IBCbags adquiere almidón de maíz y fécula de patata en sacos de cincuenta kilos. «Vienen en granitos pequeños, con forma de lentejas», detalla Fuentes. Primero, se exponen bajo grandes ventiladores, para su secado. A continuación, se introducen en una fundidora, de la que pasan a una zona de soplado y enfriado. En ese punto del proceso se forman grandes burbujas que cortamos y enrollamos con la ayuda de bobinas. «Ya tenemos el film, que podemos conseguir del grosor que queramos», agrega.

No son comestibles. La apariencia de una de esta bolsas es exactamente igual a la de una convencional. «La única diferencia es que las biodegradables compostables huelen distinto. De hecho, nuestra fábrica huele como una panadería, pero no son comestibles», bromea el empresario, que las elabora con asas y para la basura, en todos los tamaños.