El 9 de diciembre de 1965, Carmen dio a luz a Juan, su hijo mayor. Fue por parto natural y recuerda que con sus 18 años todo le pareció muy sencillo y hasta sin dolores. El 30 de Julio de 2013 volvió a darle vida pero esta vez entregando uno de sus riñones.
Juan estaba desde hacía varios meses en la lista de espera del Incucai, y debía someterse a diálisis tres veces por semana durante 4 horas en cada sesión, un calvario necesario para poder seguir viviendo.
Todo comenzó en el año 2006 cuando tuvo un accidente de tránsito del cual se salvó milagrosamente. Durante esa internación le detectaron picos de hipertensión arterial y al tiempo comenzó con problemas renales que afectaban a sus dos riñones por igual.
La secuencia de hechos fue tan rápida que en la única oportunidad que entró en la lista de posibles receptores de un riñón cadavérico estuvo octavo, y por supuesto no fue el beneficiario. Entonces, la familia advirtió la posibilidad de que alguno de sus integrantes pudiera ser donante, pero su papá Juan Enrique Fanin tiene diabetes, su hermana Myriam una enfermedad glandular y Flavia comenzó con los estudios que de inmediato indicaron que tenía anemia.
Quedaba solamente Carmen, su mamá, una mujer muy saludable y llena de vida que ansiaba con todo su alma ser la donante del riñón. "Lo primero que hice fue hacerme todo tipo de análisis fuera del Hospital Español de Mendoza, que fue la institución asignada por el Incucai para llevar adelante el trasplante. Quería ir segura de pasar todos los estudios. Por suerte todo salió bien, pero cuando pasé por la parte de estudios de aparato digestivo en el Español detectaron que tenía la vesícula llena de cálculos y a punto de estallar. El médico me dijo, vida por vida señora. Es que yo no sentía nada, algunas veces pesadez para lo cual tomaba algo y pasaba de inmediato. Eso demoró el trasplante porque fui operada en mayo. Inmediatamente me restablecí continúe con los estudios, todo dio perfecto y el trasplante se hizo a fines de julio".
Juan, ingeniero de profesión y padre de Carola (11), cuenta que desde que supo que eran totalmente compatibles y que su mamá estaba apta para donarle el riñón, lo invadió una paz, una tranquilidad que disfrutó todo el tiempo. "Nunca tuve miedo, fui seguro a la operación, sabía que si el órgano era de mi mamá, todo iba a salir bien".
Carmen, por su parte, relata que "lo parí otra vez y bien parido. Fui muy tranquila aún cuando uno va sin saber cómo será. Sólo le pedía a Dios que Juan volviera a ser lo que era. Yo había firmado muchos papeles en los que decía todo lo que podía pasar, lo leímos en familia, y ellos sí se ponían nerviosos, en cambio yo estaba llena de paz. Es cierto que el pos operatorio es muy doloroso, pero ahora puedo asegurar que me he llenado de vida porque quiero estar bien para verlo bien a él. Los dos primeros días la pasé muy mal, se sufren muchos dolores luego de la operación, pero eso no importa cuando volvés a ver a tu hijo con la misma vitalidad que antes. En las últimas visitas no soportaba verlo como un viejito, ahora está hermoso nuevamente. Eso no tiene precio", explica Carmen quien siempre fue alentada y acompañada por su esposo.
El único inconveniente durante la cirugía fue que los médicos debieron sacar una vena de su pierna para poder colocar en el nuevo riñón porque la existente no llegaba. Eso provocó que luego tuvieran que hacer dos diálisis hasta que el riñón funcionara.
"Estaba en la habitación contigua a la de Juan y nadie me había dicho lo que estaba sucediendo, pero escuchaba que lo retiraban en una camilla y me preguntaba para qué, por qué, qué estaba pasando. Hice un esfuerzo, me levante y fui a ver de qué se trataba", dice Carmen quien con su instinto de madre advertía que algo no funcionaba bien. Afortunadamente el riñón se puso en acción y la evolución fue más que favorable.
A los 40 días Carmen ya podía andar en bicicleta que es su medio de transporte por elección, aunque prefiere esperar para que todo siga bien.
Juan recuerda que llegó a la operación orinando 50 mililitros por día y pasó a drenar 3 litros por día. "Mi vida cambió totalmente desde el día que me dijeron que éramos compatibles. Desde ese momento me puse en manos de Dios, sabiendo que era una decisión personal de mi mamá. Eso es algo en lo que nadie puede intervenir, pero saber que era ella me dio paz, me dio fuerzas, sabía que todo iba a salir bien".
La familia Fanin fue el pilar fundamental para que atravesara todo este trance, su hija Carola, sus sobrinos Agustina y Santiago, hijos de Flavia; Micaela y Fernando, hijos de Myriam, estuvieron presentes siempre. Claro que a nivel profesional el equipo de trasplante completo, desde los médicos que realizan los estudios, los cirujanos que llevan adelante la operación hasta los enfermeros, se comportaron "como grandes especialistas y sobre todo como grandes seres humanos. La atención es de primer nivel y la contención que dan no tiene nombre", dicen madre e hijo.
A Carmen le cuesta contar cada detalle porque sus ojos se llenan de lágrimas de emoción, de esas que las madres derraman luego de parir, luego de ver que un hijo goza de buena salud a pesar de haber pasado por momentos tan difíciles. Lágrimas que sólo hablan de amor.

