La respuesta es: ¡Sí! ¡Puede hacerlo! ¿Pero, puede hacer (arte) completamente sola? La respuesta es: ¡NO! Pues alguien, debe apretar los botones, alimentarla de energía, alguien debe fabricar las refacciones y alguien debe poder cambiarlas o limpiar el polvillo que deja el zonda. Alguien debe actualizarlas… (he ahí al verdadero artista de las marionetas tras el telón). Por ahora; “alguien” es un ser humano o conjunto de ellos. Por ahora somos nosotros los que hacemos arte a través de nuestras máquinas o nuestros instrumentos. Hace rato que ni los pintores fabrican sus propios pinceles, ni los músicos confeccionan sus propios instrumentos. En el mundo musical hay un nombre para estos mecánicos de la perfección: “luthiers”. Se trata de una profesión no sólo prestigiosa, sino también de una gran importancia social y nadie toca música sin sus instrumentos finamente confeccionados (por lo general; con otras máquinas). Con esto se quiere decir que ningún músico toca solo. La guitarra de un solista, no solo acumula el trabajo de luthiers; acumula unos 60 libros, algunos históricos, otros modernos sobre la anatomía de una guitarra. Hay siglos de prueba y error desarrollados en compendios completos, escritos por personas que nunca se escuchará nombrar; y… a quién le importan ¿verdad? Para redondear la idea; nadie, a esta altura del partido, hace arte solo.

Como en todo, los avances técnicos van solucionando problemas y mejorando el trabajo, dando siempre cabida a más artista. La cantidad de música para 1925 (disco) todavía era cuantificable, se podía comprar un stock completo de música y ponerse una “disquería” con suficientes canciones, de artistas y géneros para todos los paladares musicales posibles de esa época. En San Juan con un auditorio, un par de peñas, y tres boliches bailables (si, sé que suena a vintage) alcanzaba perfectamente para satisfacer al núcleo social que gusta de escuchar música en vivo. Con la llegada de los casettes en 1975 las discotecas se especializaron, pues ya no podían tener de todo un poco. Para 1982 el volumen de datos sonoros musicales ya era inmanejable. En cada hogar, por estos años, ya existía una pequeña fonoteca y si el dueño decidía escuchar música variada terminaba haciendo un desorden de cajas y CD que podía tardar días o años en devolver todo a su sitio original. Siempre algún CD se quedaba habitando la caja de otro intérprete para nunca más volver a su sitio. Un puñado de datos perdido en el gran conjunto de datos. Para 1990, el formato MP3 terminó por cargarse (aniquilar), no solo a la pinacoteca, sino también a los Rock Star.

Música gratis para el mundo… todos los autores, todas las canciones en la nube llamada: internet. Unas 500 canciones entraban sin ningún problema en formato MP3 en un CD de compu y estas podían reproducirse en el estéreo del auto, todo ordenado por carpetas secuenciales o dispuestas para la función aleatoria. No más cajas guardando 12 temas de un solo autor. Para 2014 ya no existían ladrones de estéreos. Diez años después (2023) música artificial /que hacen AI / que suena aterradoramente bien. Las máquinas compondrán canciones solo para ti; basada en los play list que escuchas en spotify. Pero es que hay más miedo ahí: estas nuevas AI pueden / ser humano mediante (por ahora) / hacer cantar a Elvis Presley, el tango “Volver” en ritmo de Bachata; a Freddie Mercury cantar una canción de “la mona Giménez” al ritmo de jazz, con un español cuestionable. Un nuevo mundo hoy es posible, para algunos aberrante, para otros; fascinante. El volumen de autores, intérpretes, pinchadiscos, disc jockey, orquestas, cuartetos de géneros diversos, etc… se ha vuelto inmanejable. Hoy es posible escuchar una canción nueva todos los días, sin repetir, por el resto de tus días, se tenga la edad que se tenga. La pregunta ahora es: ¿desaparecerán los grupos de Rock and Roll? La respuesta es: No. Tampoco lo harán los de folklore. Pero de ninguna manera, estos grupos se convertirán en estrellas como lo fueron en su momento los Beatles o los Rolling Stones. Que las cosas cambien es la clave de todo. Es el motor que hace girar la rueda. La otra alternativa posible, es quedarse viviendo en el pasado como un conservador atolondrado… con velas para iluminarse, con caballos para trasladarse, sin heladera o teléfonos; sin supermercados, hospitales y todas las maravillas que esos lugares tienen dentro. ¡Imagine cuál sería su única oportunidad de escuchar música! Un trovador, que visita su triste casa de adobe, paja y palo, con su normal hábitat de vinchucas, una vez al año para cantarle apenas 2 canciones a cambio de un plato de sopa y cobijo por la noche. Yo no quiero eso; ¿Ud? ¿No es acaso más fantástico tener toda la música del mundo (de todas las épocas) en su bolsillo para disfrutarla sin que se desordenen? El cambio nos angustia, pero a estas alturas no es factible movernos sin él. Entonces, qué pasa con los Beethoven, los Mozart, The Cure o los Charly Garcías… voy a sugerir algo que tal vez encuentre una violenta oposición: Los productos de la emoción humana en el arte, filosofía, política, música, literatura etc… son interpretaciones del mundo, que dicen más de la persona que los ejecuta, que del mundo del que está hablando o cantando. Son visiones del mundo de segunda mano, hechas de tercera mano, bajo nuestra propia interpretación emocional como grupo social. Una obra de arte lo es, cuando el grupo humano la reconoce como tal. Y en el fondo, no es una verdad en sí misma. Este es el verdadero miedo; que una máquina tenga la capacidad de ejecución, el poder de mentir o distorsionar la realidad de una forma poética, magnífica y agradable (o debo decir: *estética). Una caja musical a la que cualquiera pueda darle cuerda, con la variante de una melodía nueva, cada vez. Los núcleos sociales que escuchan música (público) en la provincia pasaron de uno -1- (en 1925) a doscientos cincuenta -250- (en 2023) ¿cómo es posible gestionar esto? ¿Cómo alimentar esos oídos insatisfechos? La única forma de hacerlo está frente a sus narices: las AI. No hay vuelta atrás en esto, ya que el espacio del “Templete” de la Plaza 25 de Mayo está ocupado hoy por la estatua de Fray Justo Santa María de Oro. Desde 1950 que una banda no va a tocar ahí los domingos por la tarde y sin embargo, las músicas siguen sonando en el aire de la plaza… y es posible escucharla; por supuesto, si Ud. tiene wifi.