En medio de la entrevista, una sirena antiaérea interrumpe el diálogo. “Justo a tiempo”, dice Juan Cruz Quiroga, un sanjuanino de 24 años que hoy forma parte de la resistencia ucraniana contra la invasión rusa. Su voz transmite tranquilidad, pero el escenario que describe es crudo: “He visto hospitales destruidos, escuelas primarias y secundarias arrasadas. Los rusos son brutales. Atacan infraestructura civil sin distinción”.
Hijo de una sanjuanina y un cordobés, Juan Cruz viajó por decisión propia a la guerra. No es que sea descendiente de ucranianos o tuviera algún lazo. Es más, ni siquiera sabía de la existencia de Yana, hoy su novia. “Solamente conocía en Argentina a un hombre que había nacido en Ucrania, a través del trabajo de mi mamá. Pero desde muy chico me interesaban algunos episodios de la historia”, relata el soldado de asalto aerotransportado, quien comenzó a prestarle particularmente atención a ese país de niño, cuando se enteró del desastre de Chernóbil. Fue creciendo y continuaba informándose sobre la evolución política de ese país, hasta que estalló el conflicto actual.
Juan Cruz, viviendo el año pasado en Córdoba, luego de haber comenzado y dejado dos carreras universitarias, un emprendimiento y sin una conexión completa con su trabajo de ese momento, a fines de marzo se contactó con La Legión Extranjera. No recibía respuesta y decidió seguir buscando. Encontró un posteo en Reddit sobre una unidad de extranjeros y ucranianos que se llama “Gnizdo”, dentro de la 25ta Brigada Aerotransportada Separada y ahí la respuesta si llegó. “Siempre fui de tomar decisiones radicales. Me pregunté qué estaba haciendo con mi vida y decidí que quería ayudar”, sintetiza.

Fue aprobando las entrevistas con los reclutadores y, con pocos ahorros, vendió todas sus pertenencias, se despidió de su familia sin contarles toda la verdad y emprendió un largo viaje que lo llevó desde Argentina hasta Ucrania, pasando por Brasil, Alemania, Finlandia, Lituania y Polonia. Arribó los primeros días de octubre a Kiev, la capital de Ucrania, recibió instrucciones para que viajara a otra ciudad y allí lo pasaron a buscar por la terminal de ómnibus. “No les dije a mis padres que venía a la guerra. Les dije que había conseguido trabajo en Europa”, revela.
En un principio, su idea era ser piloto de drones en el frente de batalla. Antes de hacer el curso de entrenamiento básico, fue designado a un taller de reparación de esos equipos. Ahí conoció a Yana, de quien se confiesa enamorado desde el primer momento.
Realizó el entrenamiento y en diciembre firmó el contrato. “Dura 3 años, o hasta que termine la guerra, pero hay una cláusula de salida a los 6 meses, podes volver a tu país sin ningún tipo de problema. Devolvés el casco, el arma y el chaleco antibalas y todo el resto te lo podés quedar”, resume quien lleva poco más de 3 meses de contrato y agrega que hoy ni piensa en desligarse a los 6 meses.

Y no es sólo por Yana, afirma que le gusta la forma de ser de la gente ucraniana y que siente que a él lo tratan muy bien. Suena raro, pero admite que hoy su lugar en el mundo, es un lugar en guerra.
Claro que debe lidiar con situaciones nuevas, que están lejos de ser agradables, y exceden al conflicto bélico. Ya vivió su primer invierno en Ucrania, con temperaturas habituales a los 15 grados bajo cero y jornadas de poco más de 6 horas de luz solar, entre las 9 de la mañana y las 3 de la tarde.
Acepta también que la vida militar no es lo que se había imaginado y que le costó mucho completar el entrenamiento de ingreso. “Yo pensaba que la vida militar es muy organizada, pero es todo lo contrario, es un caos, así que nada, eso fue lo más difícil para adaptarme. Pasé muchos nervios, mucha ansiedad, sobre todo el entrenamiento básico fue súper duro, vivir en una carpa en el medio del bosque, yendo al baño en un pozo, el frío, nevaba todos los días, hacían 15 grados bajo cero, fue todo de golpe”.

Aunque no esté en el frente de batalla, como pretendía originalmente, continúa en el taller de reparaciones, destino de la mayoría de extranjeros. Quien fue alumno de la Escuela de Comercio Libertador General San Martín, indica que la mayoría son británicos y norteamericanos. Aparte de él, hay otro latino, un brasileño.
“En general hago un balance muy positivo, me encanta estar acá, me encanta estar ayudando, es muy bueno, el pueblo ucraniano me ha recibido muy bien. No lo hago por plata, porque me están pagando casi lo mismo que estaba cobrando en Argentina, es más que nada por convicción”, sostiene.
Mientras aguarda la primera posibilidad, que sabe muy lejana, de poder visitar Chernóbil, hoy trabaja de 9 a 19 de lunes a viernes, de 10 a 19 los sábados y de 10 a 14 los domingos, brindando apoyo en una unidad que es clave en esta guerra: reparación de drones. “Acá le llaman laboratorios. Están los drones comerciales, los ‘Primera Persona’, los kamikaze o los terrestres, que esta unidad es pionera. Son mini tanques, básicamente”, enumera.
Hace poco, sumó una nueva tarea. Junto a su novia y otra persona, es reclutador para otros extranjeros interesados.
A pesar de estar lejos de su hogar y en un contexto de guerra, Juan Cruz no se arrepiente de su decisión: “Algunos me dicen loco, otros me admiran. Yo solo siento que estoy donde debo estar”.


