Una salida al mar, esperada durante cuatro siglos se concretó ese lunes 1 de marzo de 1965. Sobre la Cordillera que cruzó Cabot y sus sanjuaninos para liberar a Coquimbo y La Serena, las modernas máquinas de aquella época terminaron de delinear ese trazado para que produjera ese reencuentro americano. El Paso de Agua Negra, uno de los cruces fronterizos más altos del mundo, celebra un nuevo aniversario de su apertura y es desde hace 60 años y hasta el día de la fecha, un nexo invaluable para dos naciones.
Fueron cuatro siglos de espera desde que se imaginó y se pensó, hasta que se concretó. Mucho tiempo transcurrió desde que don Pedro Márquez, el precursor y compañero de Jofré, marcó su impronta desde San Juan a La Serena a poco de haberse fundado San Juan de la Frontera. Luego fueron los cabildos los que pugnaron por un camino estable entre ambas ciudades, desde el año 1575 que ambas ciudades lo soñaban hasta que ese 1 de marzo de 1965 finalmente ese anhelo se hizo una realidad.
Entre San Juan y La Serena y el puerto de Coquimbo se abrieron muchos pasos: desde “Las Tórtolas” y “Deidad”, hasta “Novillos Helados”. Fueron arterias de progreso, porque por ellos Chile desbordó en San Juan y también San Juan halló un refugio para sus hombres, trabajo y esperanza para atar vínculos traducidos en muchos apellidos comunes: los Godoy y los Alcayaga, por ejemplo, que reunió Gabriela Mistral en su sangre. Fue don Justo Castro y su tropa de carros el que demostró la posibilidad de un camino carretero y su experiencia conmovió a Sarmiento que ya soñaba por ese entonces no solo con un camino sino con un ferrocarril, antes que los hermanos Clarck.

Desde ese entonces en San Juan se creó como una conciencia la necesidad de esa salida al mar. Unos opinaban que se hiciera por Calingasta y otros por Iglesia. En Chile los de Ovalle y de Coquimbo también pugnaron por ser favorecidos con ese camino. Aunque fue recién en 1932 cuando ese proyecto se puso firme en San Juan. Sus gobernantes, las fuerzas vivas y periodistas reclamaron por el camino y realizaron gestiones. Las poblaciones chilenas que empezaban a sufrir la economía, también metían presión por la realización del camino.
Cientos de páginas periodísticas, de estudios técnicos, de análisis de posibilidades se escribieron pugnando por el bendito camino. Hasta que por fin se empezó un camino -el del Castaño- y se le incluyó en los protocolos argentino-chileno, pero no se terminó. Luego, en 1949 se dispuso hacer algo concreto teniendo en cuenta los proyectos anteriores y fue ahí que el camino de Agua Negra comenzó a tomar forma. Desde San Juan fueron a Chile muchas comisiones y desde La Serena y Coquimbo vinieron otras tantas. La idea y el esfuerzo era compartido. Para San Juan era una salida al mar, para Chile significaba la recuperación de las poblaciones del Norte Chico y parte del Norte Grande.
El camino de Agua Negra que sigue la ruta de Cabot en la mayor parte de su recorrido, se empezó a construir con el esfuerzo de los sanjuaninos a pesar de que en el orden nacional prácticamente se desconocía la obra que se realizaba. Claro que no todo fue color de rosas en la concreción de ese camino y hubo un momento en que la obra se interrumpió. La fuerza del periodismo sanjuanino entre los pocos medios de comunicación existentes en la época y entre los que se encontraba DIARIO DE CUYO, mantuvieron el deseo vivo y con eso el entusiasmo logró conmover la opinión pública.
En 1963, apenas asumió el gobernador bloquista Leopoldo Bravo uno de sus primeros objetivos apuntó a la concreción del camino a Chile. Pusieron manos a la obra y fue así que la obra se reanudó y ese 1 de marzo de 1965 por fin se hizo realidad. El paso de Agua Negra había sido un deseo cuatro siglos atrás pero finalmente hace 60 años se concretó. No solamente significó la unión de dos países sino que abrió lazos entre ambos países en materia económica y turística.
El camino a Chile dejó de ser una leyenda
Ese 1 de marzo de 1965 el anhelado camino fronterizo se hizo realidad. Pero era necesario que el común de la gente comprendiera esa realidad. Por esa época muchos dudaron de ese camino e incluso las notas de la época daban cuenta de que se trataría de una huella provisoria, una cosa “de poca monta”, algo de gasto no muy justificado o incluso se pensaba como un beneficio para que algunos fueran a darse un gusto, comer mariscos o bañarse en las playas de La Serena.
En el momento de la inauguración el estado del camino era similar a cómo se encuentra en la actualidad. No era una huella transitable, ni siquiera un regular camino rural. Se presentaba como una ruta que ofrecía por sus características, innumerables ventajas con respecto a otros pasos que unían Argentina y Chile.
Lo cierto es que ese día no fue uno más. Hay días en que marcan un antes y un después en la historia rica de un país, pero en este caso fueron dos países los beneficiados. Esa jornada hace 60 años fue trascendental para dos pueblos que estaban separados por una mole de roca y nieve. Los dos vencieron la gigantesca cordillera y se unieron a merced a la obra del hombre que una vez más logró derrotar a la naturaleza. Lo que hasta ese día era una separación, desde ese día los unió a través de un camino que significó un anhelo de prosperidad y reencuentro. Esa ruta simbolizó el progreso y lo inevitable de ese futuro de hermandad total para los pueblos americanos.
Desde muy temprano, una caravana interminable de automóviles remontaba El Villicum, descendía nuevamente el llano y se perdía en la Quebrada de Talacasto buscando superar El Colorado y luego de atravesar el valle de Iglesia, enfilaba hacia la eternidad de la Cordillera.
Allí, donde al derretirse las nieves se forman los ríos, se realizó el trascendental acto: la inauguración del camino internacional a Chile por el Paso de Agua Negra. Los periodistas enviados por DIARIO DE CUYO graficaban en sus crónicas el clima de esa jornada. “El viento azotaba los rostros, marcaba grotescas las siluetas y obligaba a entrecerrar los ojos. El frío calaba hasta los huesos, pese a que el sol se notaba más próximo y sus ratos derretían el hielo de Los Penitentes”, explican las notas de aquella época. Allí, el senador nacional Hermes Cantoni, la esposa del gobernador Ibelice Falcione de Bravo y 15 personas más entre las cuales se encontraban los periodistas de este medio, esperaban el arribo de la delegación chilena.
Exactamente a las 16.10 comenzaron ascender por la pendiente los vehículos en los que viajaban las autoridades del país hermano. Los ojos lagrimeaban de frío y el viento helado justificaba ese brillo que por ese entonces también se conjugaba con la emoción de presenciar una cita con la historia y con la Patria.
Luego llegaron las autoridades chilenas: el intendente de Coquimbo Eduardo Sepúlveda; el Director de Vialidad Ramón Escobar Inostroza; el prefecto de Carabineros Javier Provoste Sáez; el director de Agricultura Alejandro Pizarro Aguirre. Esa delegación junto a las 15 personas que habían viajado desde San Juan, además del gobernador Leopoldo Bravo, el ministro de Obras Montes Romaní; el presidente de Vialidad Provincial Carmona y el diputado Nacional Ángel Cantoni, entre otros encaminaron hacia el límite, donde comenzó la ceremonia. Estaban también el vicepresidente de Argentina, Carlos Perette; el canciller Miguel Ángel Zavala Ortiz; el Obispo de San Juan Monseñor Idelfonso María Sansierra, funcionarios del gobierno nacional y provincial, invitados especiales y más de 500 personas, que aguardaban en el lugar desde antes del mediodía.
Pasadas las 12 del mediodía y mientras las banderas argentina y chilena flameaban en lo más alto, abajo esa multitud que presenciaba una jornada histórica gritaba a los cuatro vientos: “Viva Argentina” y al instante se repetía “Viva Chile”. Ese lazo que se produjo hace 60 años significó mucho más que la unión de dos naciones, fue un abrazo entre ambos países que hasta el día de hoy se fortalece.