El historiador Eduardo Pérez Romagnoli explica que viajeros y misioneros que recorrieron regiones de países de América del Sur, se refieren a la destrucción provocada por la langosta. Entre los segundos, en el siglo XVII, se encuentran los jesuitas Bernabé Cobo (Historia natural de las Indias) e Ignacio Molina (Compendio de la historia geográfica, natural y civil de Chile). Quizá los primeros comentarios más precisos sobre la langosta en territorio sudamericano se deban a Félix de Azara (Viajes por la América meridional), a fines del siglo XVIII. Relata la llegada del insecto al Paraguay a comienzos de octubre. Observó que allí desovaba y los huevos se abrían en diciembre, naciendo el mosquito que se transformará en langosta saltona. También describe las transformaciones de piel y de color que sufre el insecto a finales de febrero. A comienzos del siglo XIX, el inglés Edmond Temple señaló que desde su llegada al río de la Plata afirmaba que el insecto devoraba frutos y vegetales y grandes árboles, consumiendo retoños y ramas. Entre otros, también la mencionan D’Orbigny y Darwin, éste en su libro Viaje alrededor del mundo. Pero ninguno de ellos le dio un nombre científico. Como un ejemplo de los daños en la agricultura, al empezar la segunda mitad del siglo XIX, la cosecha inicial de los colonos de La Esperanza -la primera colonia agrícola que prosperó en la región pampeana- fue en parte destruida por la langosta.
El naturalista alemán Hermann Burmeister fue quien identificó a la langosta que atacaba en Argentina como una especie diferente a la del viejo mundo y le asignó el nombre científico Acridium paranense. Más tarde Dirsch la clasificó como Schistocerca americana en 1966. El espacio atacado por el insecto en territorio argentino comprendía aproximadamente entre los 17º de latitud Sur hasta poco más allá de los 41º de la misma latitud (provincia de Chubut), alcanzando una extensión que, en sentido Oeste-Este, iba desde la cordillera hasta el Océano Atlántico.
