Las bocinas de los vehículos sonaban al unísono, algunos conductores gritaban para preguntar qué pasaba y un empleado de la municipalidad de la Capital indicaba a la gente que circulara con calma y se tranquilizara. Mientras tanto, un grupo de obreros levantaba las ramas de un árbol, destapaba la acequia y cambiaba una plaqueta del armario de control del semáforo que estaba roto y dos policías dirigían el tránsito. Fue ayer, entre las 9.30 y las 10.30, cuando la esquina de Mitre y Mendoza, una de las esquinas céntricas más transitadas de la Capital, se transformó en un caos por tres hechos aislados que se produjeron simultáneamente.

El árbol estaba cerca de la ochava sobre calle Mitre, en la vereda Norte. Era una mora que se quebró, no saben exactamente por qué (ver aparte), y quedó inclinada sobre la calle, a punto de caer. Por eso, los obreros de la municipalidad tuvieron que llegar con su motosierra y cortar el árbol, para evitar que se cayera del todo y provocara un accidente. Los obreros trabajaron durante unos 45 minutos cortando las ramas una por una. Durante ese lapso, los vehículos sólo podían circular por la mano Sur de la calle y la cola de autos que esperaban cruzar ocupaba toda la cuadra. Los conductores que estaban en los últimos lugares de la fila no veían lo que pasaba adelante, por eso tocaban bocina sin parar y gritaban "¿qué pasa?". El que contestaba era un empleado de la municipalidad, que estaba parado detrás de los conos naranjas que impedían el paso de los conductores y decía "tranquilos señores, no se puede pasar". Después de hacer su trabajo, los empleados municipales cargaron las ramas en un camión y se las llevaron, recién en ese momento, la calle quedó habilitada en su totalidad.

Mientras tanto, a mitad de cuadra, sobre la calle Mitre entre Mendoza y Entre Ríos, se tapó la cuneta. Como consecuencia, la acequia comenzó a rebasarse y el agua cubrió toda la esquina. Los autos que podían pasar salpicaban con sus ruedas a la gente que intentaba cruzar la calle y que miraba con cara de enojo. Los peatones daban saltos largos para intentar pasar desde la calle hasta la vereda sin mojarse los pies. Pero el charco de agua era grande, por lo que la mayoría no tenía éxito y terminaba con la botamanga del pantalón mojada.

A su vez, dos efectivos de la Policía movían sus manos para indicar a los conductores cuándo podían cruzar la calle, es que el semáforo no funcionaba, lo que dificultaba aún más el paso de los vehículos que esperaban detrás de la senda peatonal. Sobre la vereda, otros dos obreros del municipio trabajaban en el armario de control del semáforo. Estaban cambiando una plaqueta que se había quemado y por eso, las luces del aparato estaban apagadas.

Después de casi una hora, la esquina volvió a la normalidad. El semáforo comenzó a funcionar, el árbol ya no estaba y el agua corría sin impedimentos dentro de la cuneta. Sólo quedaba el charco de agua de la calle, que se fue secando poco a poco con el calor del Sol.