El 13 de abril de 2009, la vida de Leopoldo Alfredo Bravo cambió para siempre. Tras sufrir una suba de presión, su esposa le pidió al médico ruso que lo atendió que le hiciera una radiografía de tórax y la aparición de una sombra en unos de sus presagiaba lo peor. Después le comprobaron que era un tumor grado 4, uno de los más agresivos, y le recomendaron que viajara a la Argentina para empezar un tratamiento. El médico le dijo que lo mejor era volver, porque en Buenos Aires la medicina es de alta calidad y hay profesionales especializados.

Bravo se sometió a sesiones de quimioterapia, hasta que la tolerancia de su cuerpo a la radiación dijo basta. Más tarde, empezó un tratamiento de quimio por boca con una pequeña pastilla que tomaba periódicamente. Pero, según su entorno, la enfermedad ya estaba muy avanzada y en su cuerpo había metástasis del tumor primitivo.