Cuando Romina de Landatti se enteró -después de muchos meses de descomposturas- que era celíaca, en su mundo gastronómico, se abrieron algunas posibilidades. Algunas y no todas porque si bien esta joven de 32 años estaba dispuesta a seguir estrictamente la dieta indicada y a hacerse las preparaciones que la ayudarían a mejorarse, no siempre conseguía los ingredientes que necesitaba. Tanto que muchas veces recurría a comercios de Mendoza para adquirirlos. Eso fue hace 4 años atrás. En este lapso descubrió que podía ser su propia abastecedora. Así es que todos sus ahorros y los de su esposo fueron a parar a lo que ellos mismos llaman un mini-supermercado exclusivo para celíacos, el que en un futuro pretenden ampliar para otro tipo de pacientes con necesidades alimenticias especiales. En Urquiza antes de Avenida Central está el local dónde se puede conseguir desde marcas específicas para celíacos hasta productos comunes y corrientes que cualquier consume, como ser calditos para saborizar, huevos de chocolate Kinder o chupetines Pico Dulce que llevan el sello Sin TACC. También hay envasados como golosinas (chocolates, barras de cereales, alfajores, bombones de menta y de fruta), grisines y galletitas dulces y saladas, bay biscuit, merengue, maicenitas, rosquitos, magdalenas, cacao, flanes, gelatinas, arroz, fideos, mermeladas. En otras góndolas, hay harinas permitidas como almidín de maíz, fécula de papa, fécula de mandioca, harina de arroz, premezclas para bizcochuelos y ñoquis, pan rallado para milanesas. Esto no es todo hay cervezas de maíz y levaduras. Mientras que en dos freezer y heladeras, exhiben panificaciones (conitos rellenos de dulce de leche, pasta frola, tortas, tartas, mediaslunas, brownies), masas para tartas y empanadas, pizzas y pizzetas, fideos frescos, tartas de calabaza, de cebolla y queso, de jamón y queso, sandwichs de migas, pan lactal, sorrentinos, ravioles, canelones, bocaditos de pollo, hamburguesas, chacinados y embutidos. Según Carlos Guillemain, el esposo de Romina de Landatti, el gran problema es que los productos son hasta 5 veces más caros que los comunes, si así puede llamárseles. “Un paquete de harina cuesta 14,50 pesos, un pack con seis sandwichitos supera los 20 pesos, o una torta vale 30 pesos, por ejemplo y no salen más de 4 porciones. El tema es que si la gente no lo lleva, no tiene que comer. Por eso, una ley sería fundamental para ayudar a popularizar los productos, como en Brasil”, agrega. “Pretendemos ir sumando de a poco más cosas porque partimos de la propia experiencia, de nuestros propios gustos, de nuestras propias necesidades. No lo vemos como un comercio más, sino como un espacio de contención, e incluso de asesoramiento. Aquí la gente viene y nos cuenta que le pasa, como le descubrieron la enfermedad. Entre todos hacemos terapia porque no queda otra, es una enfermedad de por vida y la única manera de superarla es con la comida”, cuenta Carlos, en nombre de su mujer, que gracias a la dieta tuvo un embarazo sin complicaciones. De hecho, hace veinte días acaba de nacer su primer bebé.
