Lo conseguido ayer por Gonzalo Tellechea pasará a integrar el libro de oro del deporte sanjuanino. Es un logro conseguido en base a la convicción en sus propias fuerzas, esa que se fue forjando en solitarios entrenamientos durante las siestas veraniegas. Devorando miles de kilómetros sobre la bicicleta rutera. Corriendo cuanta prueba pedestre había para mejorar el nivel competitivo que fue adquiriendo a medida que aplanaba rutas a diario. Dedicando días enteros en adquirir la técnica de la natación que le permitiera acortar de un minuto a 20 segundos la diferencia con los mejores.

En esta clasificación olímpica no hay casualidad. Si causalidad. Es causa de la fortaleza anímica de un joven que comenzó a correr en bicicleta y llegó a ser animador importante dentro de las categorías juveniles que fiscaliza la Federación Ciclista Sanjuanina. También es causa de la lucidez mental de un muchacho que se planteó objetivos claros y dándose cuenta, pero sin mortificarse, fue ajustando los tiempos y los acortó en cuatro años (un ciclo olímpico). Y es, fundamentalmente, causa de la convicción de un luchador empedernido. Al que nadie le regaló nada. Al que todo le costó el doble. Al que algunos acontecimientos cercanos pueden haberlo doblado de dolor, pero nunca lo quebraron.

Su fe lo mantuvo enhiesto aún cuando el viento Zonda sopló más fuerte. Con esa fe ordenó sus tiempos y consiguió terminar su carrera. Desde hace dos años es profesor de Educación Física y aunque no dicte clases en alguna escuela porque su meta deportiva no se lo permite, es quien orienta el entrenamiento de muchos deportistas de distintas disciplinas.

Ayer cruzó la meta y muchas imágenes vinieron a su cabeza. Nació en el ciclismo. Se desarrolló en el atletismo y se hizo hombre con el triatlón.