Son muchas las obras que encaró Jorge Lozano en su diócesis, y muchas también las que recibieron su impronta sin haber sido fundadas por él. Pero ninguna lo representa tanto como el Hogar de Cristo, un reducto que se dedica, literalmente, a rearmar pieza a pieza la vida de las personas que no pueden más. Su principal público son los jóvenes que deciden alejarse de las drogas, pero esa es la puerta de entrada al tratamiento de otros problemas, como la falta de educación, de capacitación laboral, de salud y hasta de documentación. En el hogar, cada caso es abordado de forma integral por el equipo de 6 profesionales y varios voluntarios más, comandados muy de cerca por el propio obispo.

Según la época, los jóvenes internados oscilan entre 13 y 20. Y los inscriptos para recibir ayuda allí, ya sea como ambulatorios o como forma legal de cumplir con una probation, hoy superan los 120. Cada chico o chica que llega se integra de a poco y recibe contención de todo tipo, incluida una educación formal en convenio con instituciones educativas. Les cuidan sus hijos, les reintegran sus familias, empiezan de cero con todo. Adentro, participan de talleres de carpintería, huerta, albañilería y relojería. Y no son abordados desde su adicción, sino desde su historia personal y sus vínculos, para que el tratamiento sea más integral, de largo plazo y efectivo. El hogar está inspirado en los hogares que creaba el sacerdote chileno Alberto Hurtado para gente de la calle (y replicado luego por los curas villeros en Buenos Aires) y ya tiene un año y medio de existencia formal, siendo el único en todo Gualeguaychú.