Hombres aprendiendo a construir toneles orientados por foráneos, inmigrantes que venían a San Juan a "hacerse la América" gracias a conocer los secretos de la tonelería, bodegas con filas de barriles de roble que abarcaban grandes extensiones; todo fue aplastado por el avance de la tecnología. Y la tarea de hacer toneles pasó a la historia. Por eso, los que aman el oficio porque forma parte de sus raíces, desarman los mismos toneles que construyeron sus padres o abuelos para hacer artesanías. Así, mantienen vivo el recuerdo de una de las salidas laborales más rentables de otras épocas.
El patio de la casa de Roberto Andino parece salido de otra época, por los toneles de roble amontonados bajo el sol. Él mantiene vivo el oficio que le enseñó su padre y que transmitió a sus hijos, a pesar de que ahora, en vez de construir toneles, los desarma para crear artesanías.
Hace unos días se festejó el Día de Tonelero, por eso Roberto dejó por un momento su tarea para contar la historia del oficio. Según dijo, a mediados del siglo XIX, cuando la vitivinicultura se transformaba en la actividad por excelencia de la provincia, había una gran demanda de toneles. Pero la construcción de esas vasijas de madera era una tarea desconocida, por lo que llegaban desde Europa y Norteamérica desarmadas y se ensamblaban acá. Más tarde, los especialistas vinieron a ofrecer capacitación. Así fue como Marcolino Andino, padre de Roberto, en 1925, con 14 años, comenzó a construir toneles.
Esa fue la época de apogeo de las bordalesas de madera. Los bodegueros las compraban y las llenaban de vino, que quedaba impregnado con el aroma y el sabor del roble. Pero, para abaratar costos, las bodegas decidieron poner sus propias fábricas de toneles y contratar a inmigrantes que ya conocían la técnica. "Eso complicó la situación de los toneleros de acá, porque de golpe creció la oferta y disminuyó la demanda", contó Roberto recordando lo que contó su padre, que trabajó en distintas bodegas de la provincia.
El panorama empeoró cuando el ferrocarril comenzó a entrar a las bodegas y cargar el vino en tanques para su traslado. Y luego, cuando comenzaron a circular los camiones tanque. Pero, lo que realmente complicó la subsistencia del oficio, fue que las bodegas empezaron a usar tanques de cemento y después de acero inoxidable, para conservar el vino. "Los toneles necesitaban mantenimiento. Con el cambio del invierno al verano, el vino se dilata y los toneles comienzan a perder. Por eso, las bodegas tenían que contratar gente que cerrara las grietas de esos toneles", explicó Roberto. Y reflexionó que "a las piletas de cemento o acero inoxidable, que usan ahora, sólo tienen que lavarlas cuando las vacían".
Según recuerda el tonelero, fue en la década del "70 cuando el oficio terminó de desaparecer. Pero él conservó sus conocimientos y su dedicación para trabajar con el roble y además les enseñó a sus 4 hijos. "Este año me jubilé, pero trabajé durante los últimos años en la Municipalidad de Santa Lucía para mantener a mi familia. Igual, seguí siempre trabajando con los toneles, es lo que me gusta", dijo el hombre. Hoy, desarma toneles que compra a las viejas bodegas y con ellos crea artesanías. Vende desde toneles pequeños, baldes y relojes hasta mesas y sillas con la madera que rescata. Y además, junto a Emanuel, su hijo más chico, hace instrumentos de percusión con ese roble.
Mientras tanto, guarda las reliquias de madera relacionadas con los años de esplendor de la vitivinicultura, que antes exponía en el Museo El Tonelero, en el Ferrourbanístico, y que tuvo que sacar de allí porque le pidieron que desocupara el lugar.

