Si hubiera trabajado como asalariado en blanco, tan sólo le quedarían dos años para jubilarse. Pero no se lamenta por no poder hacerlo. Al contrario, se define como un hombre afortunado por tener un trabajo que hace feliz a cientos de chicos. Y que va a mantener hasta que su cuerpo y mente le digan basta. Guillermo Alfaro tiene 63 años y desde hace 36 que vende golosinas en la vereda de la Escuela Antonio Torres. Como los demás que realizan esta actividad, dijo que gana lo suficiente como para vivir dignamente.

Guillermo es soltero y no tiene hijos biológicos, aunque dijo que tiene unos 700 hijos del corazón. Son los chicos de la Antonio Torres que lo llaman Willy y que lo ayudan a superar momentos difíciles. “Una vez los chicos me preguntaron por qué estaba triste. Les conté que entraron ladrones a mi casa y me llevaron hasta un televisor a batería con el que me entretenía. Un día volví a mi casa y me encontré a algunos papás de los chicos que, por pedido de ellos, me regalaron un televisor. Ese gesto me hizo querer más este trabajo y olvidar los sacrificios que tiene. A las 7 de la mañana, tanto en verano como en invierno, ya estoy en la vereda de la escuela”, dijo el hombre.

¿Qué tiene de un peso? Le preguntó un niño de la Escuela Superior Sarmiento a Luis González, de 59 años, que desde hace 16 vende golosinas en la vereda de esta escuela. El hombre le pasó un bombón cuyo precio real era de $1,50. “Todos los niños mueren por los bombones o los alfajores de chocolate. Sé que a veces no les alcanza, pero se los vendo igual más barato. Nada me pone más contento que verles las caritas de felicidad”, dijo González.

Cuando Luis comenzó a trabajar sobre la vereda Este de la escuela (no eligió la entrada para no obstaculizar el ingreso o salida de los chicos) estaba solo. Hoy, otros tres golosineros ambulantes comparten el lugar. Dos de ellos, Daniel y José, son hijos suyos que se iniciaron en el rubro luego de quedarse sin trabajo. El tercero es José Vega, un joven que se incorporó a la actividad hace 14 años y que dijo que no es una competencia para los demás. “Todos vendemos, sobre todo en el recreo. Los chicos salen al patio y a través de los pilares compran su merienda. Como son tantos, cada golosinero hace una buena venta”, sostuvo Vega.

El hombre, como sus colegas, dijo que no se lamenta de no tener un trabajo estable. Sólo de que cada vez haya más feriados porque esos días pierden la oportunidad de ganarse el pan.