"Según cuenta la leyenda…" es la frase que más se repite durante el recorrido que Valle Fértil ofrece gratuitamente a los turistas que llegan a pasar las vacaciones de invierno. Y es que en la mayoría de las paradas del circuito hay alguna historia misteriosa o espeluznante para escuchar. Los lugares que guardan esas historias, encallados en medio de los cerros y bañados por el río, se mezclan con el trabajo de los artesanos que siguen tallando la madera a mano o tejiendo en telares rústicos con lana hilada en el patio de las casas. Y todo transmite la idiosincrasia del lugar.
El recorrido de Valle Fértil está concentrado en un espacio pequeño y cercano a la plaza principal. Justamente ahí empieza y el guía hace una reseña histórica del departamento. Enfrente, en el Salón Cultural, una muestra fotográfica de La Majadita anticipa lo que se va a ver en el final del recorrido.
Casi todo el circuito está sobre la avenida Rivadavia, en cuya orilla hay un cerro que conserva tres cruces. El guía cuenta que nadie sabe con certeza quién, cuándo ni por qué, las cruces fueron colocadas allí. Pero, según la historia que ha ido pasando de boca en boca, antes el pueblo estaba desde ese punto hacia el Este. Y justo en ese lugar mataron a un grupo de gauchos. El tiempo pasó, la ciudad creció hacia el Oeste y la gente no quería pasar por allí porque escuchaba ruidos de cadenas. Entonces, alguien levantó las tres cruces en la cima del cerro y los ruidos desaparecieron.
A la izquierda de esas cruces está el Cristo de la Hermandad. La imagen, que está montada sobre el cerro, fue realizada por un artesano chileno, Luis Javín Sissara, que esculpió cristos similares y los colocó en La Rioja y en el Norte y el Sur del país. El gran Cristo está tallado en una sola pieza sobre un aguaribay que el artista encontró en Astica.
A la orilla del río y de la misma calle, pero subiendo los cerros, está La Patroncita, una capilla que honra a la Virgen de la Inmaculada Concepción a la que los lugareños le piden la llegada de la lluvia en épocas de sequía. Tiene la particularidad de estar al aire libre, con altares y bancos de cemento. Y, si se mira desde los cerros, se puede ver que tiene la forma de la flor de Lis. Según cuentan, esa capilla se construyó allí por pedido de la Virgen. Es que un grupo de paisanos a caballo llevaba la imagen al pueblo. Pero justo antes de cruzar el río, los caballos se retobaron y no quisieron seguir. Después de pelear con los animales, los paisanos consiguieron que se movieran. Al llegar, buscaron la imagen de la Virgen en la alforja y se dieron cuenta de que la habían perdido. Por lo que regresaron y la encontraron justo antes del río, donde se habían retobado los caballos. Al levantarla nuevamente, los caballos volvieron a empacarse. Así, los paisanos se dieron cuenta de que la Virgen quería quedarse en ese lugar y decidieron construirle la capilla.
La siguiente parada lleva al espejo de agua que da vida al lugar. Es el dique San Agustín, que fue construido en 1936 para aprovechar el agua del río Valle Fértil y regar los cultivos. El agua llega hasta el embalse a través de un túnel construido bajo de los cerros.
El próximo destino es Piedra Pintada, un cerro que en su pared contiene un petroglifo tallado por los aborígenes de la zona. A su lado, está La Salamanca, que se conoce como "cueva de las brujas". Es que, según cuenta la gente de la zona, en Semana Santa el lugar se transforma en sede de reunión de las mujeres que realizan brujerías y hay quienes dicen que por las noches se escucha carcajadas y ruidos de copas que chocan.
Pasando la parte histórica del recorrido, llega el momento de conocer a la gente del lugar. Para eso, hay que llegar hasta La Majadita recorriendo un camino de tierra entre los cerros y cruzando varias veces el río. Allí está esperando a los visitantes don Evaristo Elizondo, un artesano que trabaja con madera en un taller lleno de mesas con herramientas. En ese taller, los turistas pueden probar sopaipillas con mate cocido mientras el hombre de 77 años les muestra cómo trabaja, toma un pedazo de algarrobo y comienza a darle forma. Dice que trabajar la madera a mano demanda esfuerzo: "Con una sierra eléctrica podría hacer esto mucho más rápido, pero yo prefiero hacer la artesanía auténtica", cuenta.
El último destino es la casa de Susana Ruarte, una artesana que teje al telar. Susana cuenta que hace con sus manos todo el proceso de elaboración de los tejidos, desde la esquila de las ovejas. El telar está en el patio y una de sus patas está hecha con el mismo palo que sostiene el techo. La mujer enseña su trabajo y las personas que la visitan pueden, inclusive, dar unas pasadas de lana para sacarse fotos. Después, el que quiere, puede comprar alguna de las obras para llevarse como recuerdo del recorrido.

