Son las 5 de la tarde en las afueras de San Agustín, Valle Fértil, y ni el sol ni los más de 30 grados dan tregua. A lo lejos se ve un hombre que pedalea sin apuro sobre una blanda superficie de tierra. Es Don Florentino Gregorio Riveros, quien va llegando a cuidar un campo como lo hace desde varios años. Ya recorrió los más de 4 kilómetros de ida y logró arribar, una vez más, a la puerta del complejo rural que cuida sin necesidad alguna, sólo por pasión, porque es su vida. Y no está solo. Dos cachorritos reciben a toda orquesta al abuelo de 89 años, sabiendo que les trae la comida que él mismo hizo más temprano. Luego, llega el turno de sacar las herramientas y ponerse a trabajar. Así son todos los días de este hombre, un jubilado que se mantiene vigente gracias al trabajo de la tierra y al cariño de sus animales.

Don Florentino, un símbolo del departamento del Este por ser además el único de los propietarios de los terrenos de las Sierras de Riveros que sigue con vida, cumplió años en marzo pasado y quedó cerca de completar las 9 décadas, pero claramente su edad no le impide permanecer activo y hacer las actividades que lo distraen, como andar en bicicleta, arar la tierra, sembrar y cosechar, como así también mantener a los caballos y los perros de lunes a lunes. Desde que se jubiló como albañil de obras públicas a los 65 años, comenzó a cuidar ese campo y nunca más paró. Realmente es su vida.

 

Una vez por mes, Florentino se relaja y viaja solo. Se toma el colectivo que sale a la madrugada desde Valle Fértil hasta la capital sanjuanina para hacer trámites de la gente y luego descansa en un departamento que tiene en la ciudad.

 

El abuelo vallisto está repleto de paciencia y, a su vez, de energía. Se levanta a las 7 de la mañana y sale a comprar semitas para desayunar una buena taza de leche con avena. Cuando termina, se da una vuelta por la filial de ATE (Asociación de Trabajadores del Estado) y se pone a disposición de lo que haga falta. Luego regresa a su casa y cocina para esperar con el almuerzo listo a los dos hijos que viven con él (en total tuvo 7 con su esposa, que murió hace ya 20 años: dos viven en Río Negro, uno en La Rioja, uno en Mendoza y el restante falleció). ¿Su menú preferido? El puchero. A pesar de que los fines de semana hace unos exquisitos asados, de lunes a viernes se cuida en las comidas y también transmite su actitud saludable.

Por la tarde llega el momento del día que más feliz lo hace. Florentino se sube a su bicicleta y encara los poco más de 4 kilómetros que tiene hasta el campo que cuida. Después de sortear un tramo que parece talco, abre la tranquera y se encuentra con sus mascotas, dos pequeños perros que lo siguen a todas partes. Lo primero que hace es darles la comida que les trajo desde su casa. Luego camina hasta una vieja heladera Saccol ubicada a la sombra de unos árboles, abre un candado y saca sus herramientas. Allí guarda un hacha, un machete, una máquina para sulfatar y una anchada, entre otros elementos que utiliza diariamente para las distintas tareas.

 

A pesar de la soledad y tranquilidad del campo, varias veces le robaron. El hombre compró un rifle para ahuyentar a los ladrones y también a los jabalíes que le destrozaban la cosecha, pero lamentablemente el arma también terminó en manos de intrusos.

 

Don Florentino, en su salsa

Una vez que sus fieles compañeros terminan de comer, el abuelo se pone manos a la obra. Hay veces que tiene que arar, otras sembrar y también cosechar, en una huerta de grandes dimensiones que mantiene él mismo. Generalmente planta maíz y tomate, para luego hacer salsa en su casa.

Don Florentino habla poco pero transmite mucho con sus gestos. Nunca se accidentó con su bicicleta y físicamente se encuentra impecable. Sólo usa un audífono y, encima, en contra de su voluntad. En el campo se desenvuelve como un adolescente, cruzando alambrados y manipulando sus herramientas como si tuviera 40 o 50 años menos. Hasta construyó un refugio con lonas y palos para cubrirse del sol. Claramente, es su pasión, lo que lo hace mantenerse vigente.

Al hombre le gusta ir solo al campo, sin su familia. Hace unos años, uno de sus hijos decidió pasar Navidad en Valle Fértil junto a su padre. Le propusieron acompañarlo y de paso tomar mate en aquel lugar, pero él se negó. Finalmente, lo convencieron y, una vez que entraron, se sorprendieron al ver que Florentino se “comunicaba” con una yegua aradora que tenía. “Mi papá le gritaba y el animal le relinchaba. Tenían mucho conexión”, contó su hija.

Pero hay más casos que demuestran que Florentino disfruta al máximo de sus actividades en el campo y adora a sus animales. La gente deja en esa finca los perros que no quiere y luego el abuelo se encarga de cuidarlos. No solo les da de comer todos los días, sino que también los lleva al veterinario y los tiene con todas las vacunas al día. Pero además, el ida y vuelta que genera con sus mascotas es único. “Antes tenía una perra negra que era muy compañera de mi padre. Por ejemplo, cuando cosechaba maíz y se le caían los choclos, ella le ayudaba a recogerlos. También le sacaba con el hocico las espinas que se clavaba en el monte. Él adoraba a esa perra”, recuerdan sus familiares.

Sin dudas que la historia de este abuelo vallisto es por demás emotiva. El hombre, con casi 90 años a cuestas y una vitalidad de lujo, no resigna su forma de vivir ni deja de lado sus costumbres, esas mismas que le sacan día a día una sonrisa que no hace más que transmitir felicidad. Su bicicleta, el campo, sus comidas y hasta el bien que le hace a la gente, lo hacen ser una personalidad por demás reconocida en su departamento, pero por sobre todo muy querida.