Dicen que desde hace un par de meses ya no viven tranquilos y que hasta tuvieron que cambiar la rutina por temor a que les roben o ataquen. Son los vecinos que viven en las inmediaciones de calles General Acha y Pedro de Valdivia, en Trinidad, donde se encuentra una casona histórica que ahora usan de aguantadero. Es el edificio donde antiguamente funcionó un asilo de ancianos y una escuela, y que se ubica dentro del predio donde estaba la capilla de La Misericordia, que tras el terremoto de 1944 funcionó como parroquia de Trinidad. Pese a que en un sector de la propiedad hay caseros, lo mismo ingresan por la noche personas en situación de calle, parejas y jóvenes desde que rompieron una de las puertas principales, según contaron los vecinos.
‘Tengo 65 años y vivo acá desde que nací. Nunca antes pasó lo que está pasando ahora en esta casona abandonada. La otra tarde iba entrando una pareja y les pegué un chistido y me miraron con una cara que me dio miedo. Así vivimos los vecinos ahora, con miedo por la gente que se mete a tomar, a drogarse y vaya a saber a qué más. Yo por precaución, apenas empieza a amanecer, cierro todas las ventanas’, dijo Susana, que como el resto de los vecinos de la zona consultados por este diario prefirieron no dar su apellido ni que se identificara dónde viven.
Miedo también siente Romina desde que esta casona se convirtió en aguantadero. Tiene un local de venta cerca y cierra a las 18,30 por precaución.
Romina dijo que ‘uno no sabe qué intenciones tienen las personas que se meten en esta casa abandonada, por eso cierro antes de que oscurezca. Además, esta zona está muy poco iluminada, lo que genera más inseguridad aún. Y a veces entran en patota a esa casa’, dijo la joven.
Silvina, otra de las vecinas cercanas, dijo que llamó varias veces al 911 por esta situación, pero que la Policía nunca se hizo presente. ‘Todos por acá tenemos temor a que nos roben o ataquen porque no sabemos si son delincuentes los que se meten en ese edificio. Por eso con otros vecinos acordamos algunas medidas de seguridad. Si alguien debe sacar la basura a la noche o guardar el auto, le avisa al vecino de al lado para que haga guardia. No se puede vivir así’, dijo la mujer.
La propiedad donde se encuentra esta casona abandonada limita al sur con la calle Pedro de Valdivia y al norte con el Colegio el Tránsito de Nuestra Señora. Sobre un sector que da a la calle mencionada vive la familia que la cuida, aunque sin saber quién es su dueño. Teresa Baigorria, que con su esposo son los serenos del lugar, dijo que toda la propiedad la compró un empresario ‘de afuera’, pero que no saben quién es. Y que ellos fueron contratados por una mujer que era la encargada del lugar y que falleció hace unas semanas. ‘Hace 23 años que vivimos aquí luego de que firmamos un contrato para trabajar como serenos a cambio de vivienda y del pago de los servicios. Desde entonces estamos acá y nunca antes pasó que se metiera gente en la casona. Nosotros también tenemos miedo. Mi marido fue a decirles una noche que se fueran, que esto era propiedad privada, pero se le rieron en la cara. Yo no sé si no les da miedo meterse en esta vieja casa que ya está por derrumbarse, pasen y vean que no les miento’, sostuvo al mujer.
- LA CASONA POR DENTRO
Con autorización de Teresa Baigorria, este medio entró en la casona a través del hueco de la puerta principal que quedó luego de que la rompieron, y luego de trepar por una montaña de adobe, correspondiente a una de las paredes de la primera sala que, al parecer, se derrumbó hace tiempo.
Con un simple vistazo se pudo corroborar que la estructura edilicia de este inmueble está a punto de derrumbarse. Situación que se da en las 15 habitaciones que tiene. Todas están vacías, con el techo a punto de caer y cubiertas de escombros. En una sola quedó un banco de los que usaban en la Escuela Dean Balmaceda, que funcionó en este edificio, y un mueble tipo aparador donde alguien dejó colgada una bolsa con restos de frutas que indicó que alguien estuvo ahí.
Lo mismo revelaron los restos de yerba mate, las colillas de cigarrillo, los restos de fuego en diferentes sectores, las huellas de pisadas sobre la tierra y un par de colchones viejos. También, la mesa improvisada con parte de una puerta sobre un par de adobes, sobre la que dejaron cajas de vino vacías.
Según cuenta la historia, la propiedad donde se encuentra la casona y los restos de la Capilla de la Misericordia perteneció a la Sociedad de San Vicente de Paul y tras varios intentos del Arzobispado y de algunas entidades culturales por convertirla en un museo, pasó a manos privadas.