Estaba a punto de terminar el juego y Agustina todavía seguía prisionera en el equipo contrario. Pero fue hasta que las demás chicas entendieron que era la primera vez que ella jugaba a la pelota prisionera y decidieran abandonar la marca personal para que pudiera agarrar la pelota y regresar a su bando. Finalmente, el juego terminó como había empezado, con dos equipos con igual cantidad de integrantes. Es que en la colonias de verano en Santa Lucía no sólo se trabaja la recreación, sino también la solidaridad y el compañerismo, enseñándoles a los chicos que con pequeñas acciones se puede ayudar mucho a los demás. Las colonias departamentales en esta comuna, tanto para niños como para adultos mayores, comenzaron el pasado 15 de diciembre y se desarrollarán paralelamente con las provinciales que ayer fueron inauguradas por el Gobierno de San Juan.

Luego de la hora deportiva los chicos se acomodaron bajo los árboles para tomar la merienda. Momento en que demostraron nuevamente su solidaridad. Mientras los demás abrieron sus mochilas para sacar la comida, Juan y Martín confesaron que no habían llevado nada para comer. Sin que los profesores hicieran ningún tipo de pedido, varios chicos se apresuraron a abrir sus mochilas para compartir su merienda con ellos, como Ludmila, a quien no le importó regalarles su paquete entero de galletas dulces. Como recompensa, Antonella le convidó gaseosa para que no tomara agua, única bebida que llevó para el refrigerio. Las chicas más grandes fueron las primeras en terminar la merienda, pero demoraron un poco en concentrarse para otro partido de pelota al cesto. Se quedaron un rato más para socorrer a las nenas de cinco años que, a pesar de los esfuerzos, no lograban meter los toallones en las mochilas, o no se animaban a ir solas al baño.

Cerca del mediodía se terminó la paciencia de los casi 300 chicos que concurrieron ayer a la colonia. Si bien se habían divertido con cada una de las actividades, querían darse un chapuzón. Todos, varones y nenas, comenzaron a gritar "pileta, pileta”, lo que obligó a los profesores a verificar si se había llenado. Y el descontento fue generalizado al enterarse de que no. Pero las malas caras se esfumaron cuando uno de los profe dijo: "Los más chiquititos ya se pueden meter”. Sin hacerse esperar, los niños de entre cinco y ocho años se metieron al agua, mientras los más grandes miraban desde el otro lado del alambrado. Ellos también se dieron un chapuzón, pero después de que terminó el turno de los pequeños.