Con arrugas y canas evidentes, resultado de su vocación incansable por el trabajo, Álvaro Uribe dice adiós a la Presidencia de Colombia después de ocho años empeñado en hacer de su país un lugar seguro y a la cabeza de un Gobierno personalista. Sus detractores coinciden con sus fieles en que a su sucesor, Juan Manuel Santos, le será difícil superar los logros de Uribe en materia de seguridad. Se va con una popularidad del 75% y dispuesto a ser, en su faceta de “simple ciudadano”, un “colaborador” más en la lucha contra las guerrillas y el narcotráfico. En esa lucha, enfocada sobre todo a acabar con las FARC, la principal guerrilla del país y la más antigua de América Latina. Precisamente las FARC, que mataron a su padre, lo han puesto contra las cuerdas en la relación con sus vecinos Venezuela y Ecuador. Aunque con ideologías bien distantes, Uribe se parece a Chávez en el modo personalista de gobernar, que ha llevado, según sus críticos, a una concentración peligrosa de poder. Nacido el 4 de julio de 1952 en Medellín, Alvaro Uribe Vélez fue un estudiante brillante, se doctoró en Derecho y Ciencias Políticas en su ciudad natal y completó estudios de Administración y Gestión en Harvard y en Resolución de Conflictos en Oxford. Le encanta la arepa con queso, una comida típica del Caribe colombiano, rara vez ve la televisión, es un lector empedernido y madrugador: se levanta temprano, reza porque es un ferviente católico y hace ejercicio antes de comenzar su agenda diaria. Tiene cuenta en Twitter, pero no en Facebook, y afirma que en sus ocho años de Gobierno ha procurado responder las más de 80 llamadas de compatriotas que entran a diario en su conmutador personal de la Presidencia.
