"¡Hay que mojar a este viejo canoso!", gritaba enardecido el intendente Aníbal Fuentes, al tiempo que vaciaba una lata de nieve artificial sobre la cabeza del ex ministro aliancista Ricardo Ortiz. Era un grito más de revancha que de iniciativa: el propio Fuentes estaba empapado de arriba a abajo, con la remera pegada (le había dejado la billetera a un colaborador para que no se le mojara) e irreconocible bajo un grueso manto de espuma. Era sólo un botón en el muestrario de chayas simultáneas que había desde la noche del viernes en Alto de Sierra, donde Santa Lucía festejó su carnaval y cerró, ya avanzada la madrugada de ayer, el cronograma de corsos del 2009 en toda la provincia.
La fiesta, organizada por la ONG Odisea con ayuda del municipio, ya había estallado una hora y media antes del carrusel por calle Azcuénaga. Para caminar por el corsódromo no quedaba más que resignarse y encarar. De todos lados caían chorros cruzados de agua (algunos sacados de la canilla, otros directamente de la acequia) y de nieve artificial. Si bien había pequeñas guerrillas, como niños contra adultos, ellos contra ellas, maridos contra esposas y viceversa, el todo vale de la chaya libre era la única ley.
Por eso hasta el intendente estaba entregado a la euforia. Pero terminó mojando menos de lo que lo mojaron a él, desde vecinos hasta colaboradores, empleados municipales y máscaras sueltas. De todos modos, a nadie se discriminó: todos salieron chayados, con espuma y con harina, como en los viejos tiempos.
Los disfrazados eran una fiesta aparte. Había pequeñas princesas, mosqueteros en miniatura, niños y jóvenes disfrazados de mujer, un Jason (el asesino de las películas Viernes 13) con camiseta de Boca, unos cuantos piratas y varios que ni necesitaron traje llamativo, porque estaban de blanco de pies a cabeza por la espuma.
Pero la mejor máscara, la que más ruido hizo y la que más mojó, fue la del carruaje Las Fiesteras. Era una decena de muchachos enfundados en vestidos, batones y polleras ajustadas, con peluca y kilos de maquillaje. En el carro había un colchón, globos colgados, llevaban a su propia Reina (un prolijo veinteañero al que le quedaba justito el vestido de su abuela) y cargaban tres tachos de 200 litros con agua, que repartían con generosidad sobre la cabeza de quien se cruzara. Como eran garantía de reviente, encabezaron el carrusel, que arrancó justo a la medianoche.
El desfile siguió con los 120 miembros de la asociación civil anfitriona, además de las comparsas invitadas de Chimbas, Rivadavia y San Martín, que reunieron a más de 1.000 artistas bailando descalzos a lo largo de los 700 metros de corsódromo. También pasaron entre el público (vecinos que habían sacado sillas y mesas a las banquinas, además de miles de visitantes santaluceños) Reinas, batucadas y máscaras sueltas que asaltaron a todo el mundo con pistolas, pero de agua.

