Gracias al rock dejé las calles y agarré una guitarra. Dejé la campera de cuero y las pandillas. El rock me salvó de que fuera quizás un delincuente.

Cuando hago los movimientos sensuales siento que en la platea hay 450 mil ratones corriendo carreras. ¿Qué necesidades tienen esas chicas? Me intrigan.

Una tarde me senté en el portón de entrada, desde donde se ve toda mi casa, me acuerdo que era verano, atardecía y estaba tomando un whisky. Me pregunté: “¿Así que esto es el éxito?”. Empecé a mirar para adentro, a leer la Biblia y a estudiar religiones comparadas. Necesitaba paz interior y me di cuenta de que sólo Cristo o J.C., como yo lo llamo, me la podía dar.

Yo soy Roberto Sánchez y hago de Sandro como si hiciera de Batman. El personaje es un atorrante muy tierno, un desfachatado muy respetuoso.

Vivir es una bendición si sabemos que estamos vivos y si somos capaces de decir gracias en voz alta, apenas despertamos cada día.

Cuando tendría 20 años me pasó esto: estaba en los estudios de la CBS Columbia y le dije, con mucha soberbia, a un productor “Che, traéme un whisky”. Me respondió “Vení a buscártelo vos”. Con esa contestación, el pibe me salvó. Y se lo dije. Gracias a Dios me pegó el cachetazo. Ese día dejé de creer que Dios era mi secretario.

Considero que hay que tener mucho respeto para no creer que porque sos un ídolo, sos impune. Hay que tener mucho cuidado con creérselas.

¿Cómo definir a Roberto Sánchez? Como alguien que vive en estado de celebración y de intensidad. Yo puedo perder la vida, pero la vida no me la pierdo.

No tener hijos fue un acto de conciencia. Primero porque esta profesión te lleva por todos lados del mundo. Y dije no. Si soy padre, quiero ser padre, no tener un pedazo de carne o un cachorro. Ahora estoy grande para tener hijos. A esta altura uno ya es conservador. Uno habla del honor y de la palabra empeñada y de esas cosas.