Con los ojos vidriosos y una enorme sonrisa en sus rostros, así comenzaron la mañana las docentes y alumnos del Colegio Gusanito ENI luego de haber escuchado la carta que escribió Rocío y que pronunció ante su “público” privilegiado. Y es que justamente se preparan para despedirse de lo que fueron dos semanas intensas de aprendizaje, mezcladas con “risas y abrazos” de los alumnos. Pero se disponen para seguir escribiendo su futuro, ya en el ámbito profesional porque se trata de la primera vez, según ARID (Asociación para la Realización e Inclusión de las personas con Discapacidad), que dos personas con sindrome de Down realizan prácticas como auxiliar docente.

Laura Vilanova es la primera de dos hermanas y este sábado cumple 23 años, festejo al que quiere invitar a todo el Jardín. “Tranquila, protectora y con ese don de hermana mayor”, así la define Cecilia (20), quien en ningún momento dejó de llenar de elogios a su “cable a tierra”. Repasó que Laura llegó hasta donde está gracias a la contención que siempre recibió de los profesionales y que si bien el camino no fue fácil, nunca se dio por vencida. Sus inicios educativos fueron en la Escuela Aleluya y luego con la ayuda de una DAI continuó en la Escuela Estanislao Soler y culminó en el Bachillerato San Martín.

Laura en la sala de Los Leones (4 y 5 años).

Oriunda de Chimbas y con un listado escrito de los sueños a cumplir, Laura es definida como la artista de la familia porque quiere ser “actriz de doblaje, vivir en Los Ángeles y escribir cuentos para niños”. “Quiere ser famosa”, expresó su mamá Dolores del Carmen (60) y su papá Alejandro Vilanova (60). Además, contó que depende de lo que haga anota un objetivo en su listado de cosas por hacer y hasta se le ocurrió “ser parte del Gobierno para mejorar plazas, escuelas y lo que se le ocurra”, dijo su madre.

Aseguran que las prácticas en el colegio de Nivel Inicial la han llenado de ilusiones para seguir en su camino profesional. “El primer día, los niños le dijeron ‘Seño’ y cuando llegó a casa le brotaron las lágrimas. Se sintió parte y yo me emocioné porque la gente pudo ver, en ella, el potencial que yo he visto todos los días de mi vida”, manifestó orgullosa Cecilia.

Sonriente y escondiendo cierta picardía detrás de sus lentes, compartió su tiempo con los niños de 4 y 5 años del Jardín y hasta encontró en la Seño Majo una cómplice para viajar a Los Ángeles (EEUU). En diferentes situaciones, repasa los colores y algunas palabras en inglés para “irse acostumbrando al nuevo idioma”. “Mi deseo es que pueda seguir soñando sin un límite”, dijo Dolores y su hija agregó: “Ella no tiene techos la sociedad te los pone pero yo sé que ella va a poder atravesarlos”.

Rocío Pastrán tiene 22 años, vive en Santa Lucía y es la última de tres hermanos. Sus padres contaron que desde pequeña fue el centro de atención de una familia numerosa, ya que de cada lado tiene 8 tíos y una infinidad de primos. Fue la encargada de pronunciar palabras de agradecimiento en el acto que se desarrolló este martes para despedirse de los pequeños y de las seños, quienes la llenaron de besos y abrazos cuando terminó de hablar.

Comenzó estudiando en el Colegio Mi Solcito, posteriormente hizo la primaria en la Escuela Gabriela Mistral, pasó por la Escuela Provincial de Capital y terminó en la Escuela Miguel De Azcuénaga; siempre con el acompañamiento de una Docente Auxiliar Integrador (DAI) que facilitó que curse en instituciones educativas no diferenciales. “Parece un camino sencillo pero no es así. Se golpean muchas puertas y pocas se abren. Muy pocos consideran a las personas con sindrome de Down con la capacidad de trabajar”, explicó Nelly Ontiveros, mamá de Rocío.

Rocío en la sala de Los Conejos (3 años).

“Cuando algo le gusta, lo hace notar. Al empezar las prácticas se levantó a las 7, cuando tenía que entrar a las 9”, dijo entre risas su padre Daniel. Además, recordaron que cuando Rocío nació poca información les brindaron acerca de su condición y que ella se encargó de sorprenderlos “siempre” con sus avances y logros. “Ayer estuvo misteriosa y escondía cosas. Ahora supimos que era una carta de agradecimiento. Esas cosas tiene, de sorprender todo el tiempo”, relató su mamá.

Rocío canta, baila y hace natación. Pero en su preparación profesional hasta hizo un curso de modelaje en Natacha Model y por eso quieren que la presenten como modelo y artista, según sus padres. “Su sueño es ser artista pero el sueño de nosotros es que sea feliz y pueda cumplir con todo lo que se proponga; su sindrome no la condiciona”, resaltó Nelly.

Las jóvenes se despidieron del colegio que les abrió las puertas para realizar prácticas profesionales y detrás de ellas ingresaron todas las ilusiones de muchas personas con sindrome de Down que merecen una oportunidad en el ámbito laboral.

Laura y Rocío junto a sus familiares y directivos de ARID y de Gusanito ENI.

Algo sobre ARID

Susana Seva, representante de ARID San Juan, contó que la asociación nació hace 42 años con la necesidad de un grupo de padres para que sus hijos con alguna discapacidad fueran incluidos en el ámbito educativo, entre otras cosas. Si bien una de las instituciones más reconocidas es la Escuela Aleluya, actualmente, cuentan con diferentes programas como ECA (Empleo con Abono), que tiene como fin insertar laboralmente a los jóvenes con discapacidad.

Rocío y Laura están bajo un nuevo programa que surgió postpandemia para que puedan desarrollar prácticas laborales y construir su perfil profesional. Acompañadas por la psicopedagoga Florencia del Rosario Gómez, transitaron sus días como “seños”.

Relación con el Colegio Gusanito ENI

La directora Sofía Escudero junto a la propietaria de la institución Melina González contaron con emoción la gran posibilidad de incluir a dos docentes auxiliares para que realizaran sus prácticas laborales y lejos de ser una noticia pasajera, la comunidad de dicho colegio lo recibió con aplausos. Los padres reaccionaron con alegría al saber que sus hijos iban a tener conexión con personas con sindrome de Down y con la importancia de inculcarles a los pequeños sobre inclusión.

Fotos: Daniel Arias – Diario de Cuyo