Allí, las bocinas de los autos desaparecen y el algarrobo de más de 200 años acapara toda la visión. En segundos, el canto de los pájaros y el sonido del viento golpeando en los parrales toman protagonismo. No hace falta un guía. Ni siquiera hay que leer la cartelería que contiene datos históricos, para viajar con el pensamiento casi 2 siglos atrás, cuando San Martín pasó cinco días alojado en el convento de los dominicos. Esta es la edificación más antigua que hay en la ciudad de San Juan ya que se mantuvo en pie desde mediados del siglo XVII, resistiendo varios terremotos.
Al lugar se lo conoce como la Celda Histórica de San Martín porque allí se alojó el prócer desde el 9 hasta el 14 de julio de 1815. La enorme habitación está casi vacía. Un catre de algarrobo y cuero trenzado ocupa una buena parte del espacio. Fue en ese catre donde durmió San Martín durante su estadía en la provincia. Un par de baúles de la época completan la escena. La celda, así llamaban los dominicos a los dormitorios, pertenecía al Prior Fray Manuel Flores, la autoridad máxima del convento.
Entre esas cuatro paredes San Martín descansó, organizó el ejército de Los Andes, comió arroz, cebolla y papas, según consta en los archivos de los dominicos. Eligió ese lugar por su tranquilidad. Una tranquilidad que todavía se conserva, al igual que el patio de tierra y los parrales de más de 150 años que se resisten a morir a pesar de la invasión constante de las hormigas. La sala capitular, que es donde se reunían los frailes, también se mantiene intacta. Fue donde San Martín se reunió con fray Justo Santa María de Oro, Laprida y De la Roza. Hoy el lugar está despojado de todo mobiliario. Sólo están las gigantografías de casi 4 metros de la Virgen del Rosario y de dibujos de soldados de la época sanmartiniana.
Dos sillones en la galería del claustro y un par de campanas al costado de la edificación son los únicos objetos que hay en el patio. Los olivos entremezclan sus ramas con el algarrobo. Ambas especies fueron plantadas hace más de dos siglos. Su edad se nota en el grosor de los troncos. Justo al lado está la imponente campana de 3 toneladas construida completamente en bronce y colocada en el convento de los dominicos en 1778, el mismo año en que nació San Martín.
Un par de edificios de nueve pisos forma parte del paisaje al alzar la vista en medio del patio. Las murallas de adobe de casi medio metro de espesor contrastan con los nuevos ladrillos y los aires acondicionados. Aún así, el convento mantiene la magia del pasado y sólo se puede regresar al siglo XXI cuando se vuelve a atravesar el pasillo que lleva a la vereda de calle Laprida.

