No voy a hablar de zoológicos o parques faunísticos, hoy que está candente un episodio relativo a nuestro parque de animales. Voy a hablar de la libertad.
Para ello, a modo introductorio, lo hago con un poema que hace un tiempo escribiera: "’Miro al león tras la reja./ Un disparo de impotencia/ le confirma que sus patas ya no son para la libertad./ Llora potreros./ Se le ha tumbado el mundo en su tristeza./ Estalla en sangre/ buscando el sol por la ciega tarde de su encierro./ Un carcelero le alcanza el cinismo del agua./ Una cría no tendrá el regalo de la vida,/ fracasada en la promesa de una sangre derrotada”.
Es fascinante ver fieras desde cerca, sus gestos y miradas profundas. Es así, que disfrutamos de esos lugares donde han sido encerradas para nuestro goce. Pero la razón es una sentencia mucho más valedera que la emoción. Es por eso que hay disparadores como esta muerte de Simba, nuestra leona, que obligan a reflexionar, estar en sintonía con la realidad, honrar la verdad.
La libertad es un atributo inseparable que el ser humano verifica como su esencia. Un hombre esclavo o dependiente de algo que no sea su constituyente esencial, pierde la noción de ser, naufraga en aguas contaminadas, resigna su dignidad.
Los animales atesoran la libertad con igual intensidad y legitimidad que el hombre. Las fieras nacen en sus cristalinas aguas, la adoptan y conservan a cualquier costo, y los domésticos la deciden en compañía de nosotros.
Ser libre es un componente inseparable de la realización personal y social. Si bien la sociedad políticamente se justifica para dictar las normas de convivencia y, entre ellas, algunas que pueden hacer pensar que se pierde libertad, tales los principios enderezados a la solidaridad y el esencial mandato de igualdad de oportunidades entre todos los seres humanos, no son más que imperativos imprescindibles para la realización del hombre. Pero hay un reducto no cedido a la sociedad ni a los gobiernos, por el cual el hombre mantiene la intangibilidad de su libertad. Cuando él es transgredido, el hombre es avasallado como ser.
De igual modo los animales. Colocar el alma de un pájaro tras la ceguera de barrotes, es matarlo. Privar al tigre de las llanuras o las selvas es cortarle las piernas. Hay que reflexionar sobre lo que se asemeja mucho a un dañoso capricho, cuando encarcelamos animales para nuestro disfrute. El placer tiene moralmente vedado realizarse por sobre el territorio del dolor. La libertad nos concierne tanto como a ellos. No existe ningún justificativo moral ni sociológico para encerrar al más débil, y mucho menos para castigarlo por su afán de emancipación. El respeto es un deber de todos y hacia todos. El que una leona deba pagar con su vida su decisión de libertad, es un crimen a la razón, una mancha espantosa que nos avergüenza y rebaja.
