Sus expectativas son las mismas, igual que la incertidumbre. Pese a que ya estuvo dos veces en esos confines, no sabe con qué realidad se encontrará cuando vuelva a poner sus pies allí. De lo único que está seguro es que viajará con los mismos objetivos que antes: evangelizar, brindar contención espiritual y ayudar a mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Es Carlos Campillay, un sacerdote sanjuanino que, a sus 64 años, irá por tercera vez a misionar a África. Sabe que la vida en esas tierras es muy dura y que, como lo aprendió por experiencia propia, cuesta sobrevivir. Es por eso que está buscando ayuda económica para poder contar con los recursos mínimos para lograrlo.

Pasaron 17 años de la última vez que misionó por segunda vez en la República de Benín, un país ubicado en el oeste de África y que limita con Nigeria, Togo y Burkina Faso. Pero nunca se alejó del todo de su gente. Siguió en contacto con un sacerdote de allá que, a través de Whatsapp lo mantuvo al tanto de la situación. Fue así que el padre Campillay supo que nuevamente hacía falta misioneros. Y no dudó en volver a postularse, pese a su edad y a la pandemia que afecta al mundo. "La diócesis en esta región de África es muy extensa y con escasos sacerdotes. Allí la fe va desarrollándose gradualmente y se necesita misioneros. En septiembre del año pasado le consulté a monseñor Lozano sobre la posibilidad de ir a misionar otra vez a Benín, y me dijo que le consultara al Obispo de allá, y que si él me aceptaba tenía permiso de viajar. Y así sucedió. Desde entonces me estoy preparando para viajar en junio si la pandemia me lo permite", dijo Campillay.

El sacerdote agregó que sabe de sobra que la vida en Benín no es para nada fácil. Y que deberá sobrevivir con la plata que lleve. Es por eso que comenzó a buscar ayuda económica para viajar con los recursos mínimos suficientes. Con este fin optó por dejar de dirigir la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores, templo principal de Ullum, para convertirse en un sacerdote adscripto (ayudante) en la Parroquia de la Santísima Trinidad, en Capital, y de esta manera tener más tiempo libre para dedicarse a buscar benefactores. 

La pobreza no es lo único que deberá volver a enfrentar el padre Campillay en su tercera misión en esas tierras. También volverá a tener el desafío de comunicarse con sus habitantes (el francés es el idioma oficial, pero hablan diferentes dialectos), de mantenerse a salvo de las enfermedades más prevalentes (malaria, fiebre amarilla, etc.) y de los ataques terroristas del Estado Islámico (ISIS) que también asechan a esta república africana. Pero nada de esto lo asusta ni pone en duda sus ansias de viajar. Dijo que el "llamado de Dios" y su necesidad de servir al prójimo le dan la fuerza suficiente para emprender su misión con el mismo entusiasmo que las dos veces anteriores.

Su primera misión en Benín arrancó en 1993 y duró tres años. Fue luego de que el entonces Arzobispo de Cuyo, Ítalo Severino Di Stéfano, le ofreciera a los sacerdotes de San Juan ir a misionar a África. La segunda misión también fue por tres años (de 2000 a 2003) y ambas le sirvieron al sacerdote para conocer la dura realidad de ese pueblo, pero también para ayudarlo a mejorar su calidad de vida. "En este país hay mucha pobreza, con chicos desnutridos que andan descalzos y que los pocos alimentos que consumen los comen con las manos porque carecen hasta de cubiertos. Por eso son tan agradecidos con lo poco que uno les puede ofrecer. Nunca pude olvidar su felicidad cuando les enseñé a hacer los pozos de agua del doble de profundidad y revestidos con hormigón para que no se derrumbaran. O cuando conseguí triciclos adaptados que tienen los pedales al frente para manejarlos con las manos. Fueron para los muchos jóvenes que quedaron paralíticos por la poliomielitis. Se sorprendieron mucho con todo esto porque ellos no esperan demasiado. Cuando les pregunté qué esperaban del misionero, me respondieron rezar juntos y recibir su bendición. Espero poder darles mucho más esta vez", sostuvo emocionado el sacerdote sanjuanino.