Una angosta puerta y los primeros escalones de una larga y empinada escalera son su oficina. Desde la vereda, los que pasan por el lugar lo ven firme todos los días y a toda hora atendiendo a sus clientes. Se llama José González, pero sus amigos y allegados le dicen Pepe, y es uno de los zapateros más conocidos del centro de San Juan, no sólo por su modesto puesto ubicado en calle General Acha (que también es la puerta de su hogar) sino también por la calidad de su trabajo. Algo que fue su fuente de ingresos en los peores momentos de su vida y que supo cultivar durante los casi 40 años que pasaron desde que aprendió el oficio.
A los secretos del arte de arreglar zapatos se los transmitió un viejo zapatero cuando Pepe tenía sólo 12 años. Él era su patrón en la viña donde iba a trabajar luego de salir de la escuela. Las primeras lecciones fueron de pulido de calzado y eso le sirvió, en un principio, para sacar unos pesos para ayudar a su familia y poder continuar con sus estudios. "Me enseñó a usar la máquina pulidora y todos los fines de semana trabajaba haciendo eso hasta los 15 o 16 años", cuenta Pepe.
Con el tiempo, pudo conseguir algunos trabajos en el comercio, pero nunca dejó por completo el oficio de zapatero. Fue eso lo que lo salvó las veces que, por un motivo u otro, quedó desempleado y fue eso lo que le ayudó a mantener a su familia en las peores crisis económicas. Estaba trabajando en una fábrica de zapatillas, cuando la desgracia lo tocó nuevamente: sus padres quedaron discapacitados y en sillas de ruedas, uno por una osteosporosis avanzada y el otro, por la amputación de sus piernas. Ellos vivían en una casa de dos plantas y no podían valerse por sí solos. Así que Pepe decidió poner su taller de calzado en la casa de ellos para poder cuidarlos. Ahora sus padres ya no están, pero su oficina y hogar siguen allí y se hizo tan conocido que recibe hasta 20 pares de calzado diarios.

